En Taiwan no ha habido 11 de septiembre
El Gobierno de Taipei teme que el acercamiento entre Pekín y Washington ponga de nuevo sobre el tapete la espinosa cuestión de la reunificación de China
El 11 de septiembre con sus Torres Gemelas se ha desplomado también en otros lugares del planeta, además de en la martirizada Nueva York. En los mares de China, isla de Taiwan, allí donde en 1949 se refugió Chiang Kai-chek, anticomunista profesional, la autoridad se mira hoy de reojo con una preocupación que no osa ni reconocer quién existe, ante un nuevo mapa geopolítico, en el que las cartas se pueden volver a barajar de forma peligrosa.
Desde la derrota de Chiang en el continente, y su instalación en una isla que siempre consideró provisional, sólo Washington ha podido garantizar la supervivencia de Taiwan, permanentemente amenazada de reunificación belicosa por parte de China. Ésta, sin embargo, comienza a perfilarse como nuevo y firme aliado de Occidente contra el terrorismo talibán, hasta el punto de que si EE UU y China se amigaran podría dibujarse un ominoso interrogante sobre el futuro de Taiwan.
Lo que querría el presidente Chen Suibian es proclamar la ruptura con China
Tras la recuperación de Hong Kong en 1997 y de Macao en 1999, las relaciones entre China y la última pieza de su mecano territorial por reunificar constituyen un juego de suma cero. Lo que Pekín avance en la reivindicación de soberanía sobre la isla es lo que ésta pierde de autonomía y quizá también de democracia.
Desde 1949, se mantiene, primero a tiros y hoy con mayor sosiego, un contencioso en el que formalmente las dos partes reconocen que hay una sola China, pero arrogándose ambas su representación. Por eso,Taiwan aún se llama ROC (República de China). Pero el crecimiento de nuevas generaciones, ya políticamente taiwanesas, ha hecho que medrara la idea de un destino separado para la isla. Y, para rizar el rizo, desde mayo de 2000 un nuevo presidente, Chen Suibian, el primero elegido de forma plenamente democrática y líder de un partido (PDP) esencialmente insular, agudiza las contradicciones en su pugna por afirmar esa independencia sin declararla, porque provocaría con ello la ira del coloso, que vigila impaciente apenas a unas millas al otro lado del estrecho de Taiwan.
Chen, que recibió a un enviado de EL PAÍS junto con otros periodistas europeos, es de un formato muy de la época: el nativo de humilde cuna alzado a fuerza de brazos sobre una vieja guardia que ahora reclama el poder argumentando que ya se le pasó el tiempo a la colonia. De estatura pujando hacia mediana, 50 años, y con la color atezada de tantas generaciones de jornalear la tierra, hasta se parece al aindiado presidente peruano Alejandro Toledo. Lo que querría Chen es proclamar la ruptura con China, pero bien sabe que éstos han de ser días de prudencia.
El presidente, que habla en chino con intérprete, preferiría probablemente que este año septiembre no hubiera tenido día 11, pero ha de reconocer con semblanza de ecuanimidad que 'China quiere aprovechar la oportunidad de que ahora coopera con EE UU para poner sobre la mesa la cuestión de Taiwan. Sin embargo, tanto el presidente Bush como su consejera Condoleeza Rice nos han dado garantías de que esa cooperación no afectaría en modo alguno a nuestros intereses'.
Es tanto una declaración como una jaculatoria que marca la pauta para la práctica totalidad de altos dirigentes y expertos consultados, cuyas palabras en inglés, a veces macarrónico, son un Catón sumamente disciplinado.
El presidente comprende, sin embargo, que no puede dejar la cuestión ahí, que una relativa indiferencia no puede ser convincente y, tomando como escenario la reciente reunión de la APEC, el foro económico del Pacífico, donde Pekín negó la palabra en un desaire fenomenal al representante de Taiwan, sigue, como dándose garantías a sí mismo: 'En Shanghai, Bush y el presidente chino, Jiang Zemin, no llegaron a ninguna conclusión sobre la forma de esa cooperación, ni hubo ninguna declaración contra Taiwan, ni sobre el presidente de Taiwan. No hay ninguna posibilidad de que la campaña de Afganistán tenga nada que ver con nosotros. La cuestión de Taiwan es una cuestión independiente y no debe vincularse a ninguna otra. Eso está muy claro; Washington nos ha garantizado que nada cambiará en nuestras relaciones bilaterales'.
El presidente, acaba de decirlo él mismo, es el primer mandatario 'de Taiwan', aunque esté perfectamente reconciliado con que en los papeles aparezca como 'República de China', y él hable de un país que visiblemente considera extranjero, denominándolo 'China', sin que detecte contradicción en todo ello.
Chen, que es famoso por sus declaraciones entre lo gafe y lo inescrutable, ya se había proclamado hace unos meses: 'Taiwanés y orgulloso de ser a la vez étnicamente chino'.
El doctor Janshieh Joseph Wu -lo de Joseph no es bautismal, sino que es la costumbre de tomar un nombre occidental cuando el interesado ha de tener frecuente trato con el mundo cristiano-, que dirige el Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad Chang, reconoce inmediatamente, en cambio, la necesidad de ceder algún terreno para no perder credibilidad.
'Es posible que el fiasco de la APEC sea consecuencia de una nueva arrogancia china, derivada de los sucesos de Afganistán. Taiwan, igualmente, ha preferido abstenerse de hacer ninguna oferta pública de apoyo a EE UU. Somos un pequeño país [23 millones en la superficie de Cataluña] que teme cualquier cambio en la relación Washington-Beijing, y sólo podemos aspirar a que este momento pase, porque si se prolonga será a nuestras expensas'.
Igual que en Argentina hasta los niños de pecho saben ahora decir 'riesgo-país' y 'déficit cero', las palabras en clave de cualquier conversación en la isla son statu quo e integración, que se oponen a sus equivalentes continentales, Un país, dos sistemas y reunificación. Si uno emplea las primeras, no desea la reunión con China, sino un periodo, preferentemente eterno, de conversaciones con Beijing que mantengan a Taiwan en su soberanía jamás declarada, y si las segundas pertenecen a una minoría que, según todas las encuestas, no pasa del 15%, que aceptaría una reunificación a plazo cuantificable. A cambio de ello, los que proclamarían la independencia, como ocurre a muchos de los votantes del presidente, no superan el 25%.
Integración es también un notable hallazgo semántico de esa fuerte mayoría que hace de la inmovilidad virtud para reunir sin reunificar. El propio doctor Wu formula lo más parecido a una propuesta activa cuando dice: 'La unificación con China podría parecerse al proceso de la Unión Europea; primero económica, sobre bases sólidas y prácticas; con tiempo para hablar de cuestiones políticas y no digamos ya militares'. O sea, la China de las patrias, pero con mercado común. Como si fuera Gran Bretaña.
No hay que negar plasticidad a la idea que tienen de sí mismos los filo-taiwaneses, a la vez que es un posible modelo para Quebec, que también podría asimilar una soberanía que no se llamara independencia de Canadá.
El que representa mejor, sin embargo, el punto de vista de Chen Suibian es el presidente del partido, el PDP, Frank Hsieh, que fiel al despiste al que juega con su nombre occidental, la única lengua extranjera que habla es el chino mandarín, puesto que al igual que su jefe es de lengua materna taiwanesa y el pequinés tuvo que aprenderlo en la escuela.
Aunque recientemente el partido enmendó sus estatutos para borrar la ofensiva palabra, Hsieh no está para matices. 'No hemos cambiado nuestra posición sobre la independencia. Somos ya un país soberano y democrático en el que sólo el pueblo decidirá qué nombre darnos. ¿El 11 de septiembre? ¿Y qué tiene que ver eso con nosotros?'.
Es la misma claridad terminológica del presidente, que cuando dice que Taiwan disfruta de toda la soberanía del mundo está diciendo que lo que es Taiwan hoy, aunque reconocido sólo por 28 países, clientes de EE UU del que el mayor es Guatemala, es ya toda la independencia. Si absteniéndose de proclamarla pueden entretener a China, santo y bueno. Y si no, Washington.
Chen Suibian remata la entrevista con la repetida apelación a la democracia. 'EE UU es un país democrático desde 1800 -curiosa fecha- y nosotros únicamente desde las elecciones del año pasado; es decir, que tardamos medio siglo en llegar a la democracia. No sabemos cuánto tardará China, pero en tanto que no lo haga es imposible hablar de unificación'. No, reunificación.
El statu quo se mantendrá, es de suponer, todavía muchos años, pero no sólo el 11 de septiembre, sino el mercado chino del que Taiwan aspira un día a ser el portavoz universal, apunta al camino de la reunificación. ¿Y será EE UU, que tanto se lo piensa para poner pie en tierra en Afganistán, el que garantizará eternamente ese statu quo? Como la España del siglo XVII que el arbitrista Cellorigo vio poblada de hombres encantados, las Torres Gemelas se han derrumbado también sobre Taipei, y, sin embargo, sus nacionales parecen hoy escasamente dispuestos a reconocerlo.
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