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'Desarmar' las mentes también es necesario

La experiencia norirlandesa demuestra que la única manera de solucionar conflictos violentos es intentar olvidar los odios del pasado y concentrarse en el tiempo presente. Pero los cambios nunca son fáciles, y no lo es superar el sufrimiento causado por las miles de muertes que se han producido y los prejuicios que se han ido acumulando con los años. Irlanda del Norte continúa siendo, en gran medida, una sociedad dividida donde la mayor parte de gente vive en su propia comunidad, la católica o la protestante, y los niños y las niñas van a escuelas de su orientación religiosa exclusivamente, de manera que normalmente no tienen contacto con personas de la otra comunidad hasta que llegan a la Universidad, y sólo una minoría lo hace.

En los últimos años, Irlanda del Norte ha demostrado que quiere cambiar y abandonar su pasado conflictivo definitivamente. El Acuerdo de Paz en 1998, ratificado en referéndum, fue una decisión colectiva que expresaba claramente la voluntad de cambio. Se formó un ejecutivo que, por primera vez, reunía todo el espectro político, y así, ministros unionistas se sentaban a trabajar junto a ministros del Sinn Fein. Por si fuera poco, recientemente se ha producido un avance espectacular y, una vez más, lo inimaginable ha vuelto a suceder. El grupo armado irlandés ha comenzado el desarme para demostrar que su interés por el proceso de paz es genuino. Este hecho tiene un valor extraordinario no sólo a nivel práctico, sino sobre todo simbólico ya que desde el movimiento republicano siempre se había visto la entrega de armamento como una rendición.

De todas maneras, la euforia que ha producido el inicio del desarme no nos hace olvidar que, en estos tres años, ha habido retrocesos, miedos, dudas, momentos de retorno a la violencia. Hay numerosos ejemplos de ello. A pesar de que ahora lo haya hecho, en repetidas ocasiones el IRA ha amenazado asegurando que no se desarmaría nunca. Por otro lado, quizá mucha gente se haya olvidado de las escolares católicas hostigadas por sus vecinos protestantes en el norte de Belfast. Las imágenes recibieron una gran atención mediática a principios de septiembre que quedó eclipsada por la crisis internacional. La triste noticia es que esas niñas aún tienen que ser escoltadas por la policía para llegar a su escuela, que está en un barrio protestante. Recientemente, se han producido dos asesinatos sectarios y aún se está produciendo una multitud de ataques, particularmente en el norte de Belfast. Pasearse por diversas zonas de esta ciudad es ver un sinfín de gigantescos murales, algunos hasta con cierto valor artístico, pero con perversas imágenes de terroristas lealistas sujetando enormes metralletas con mensajes en la línea de que la lucha armada debe continuar for God and Ulster. Lo cierto es que estos murales han aumentado en número, tamaño e intensidad temática en los últimos años, como también lo han hecho los murales con propaganda republicana.

Pero lo bueno es que, incluso en los momentos más terribles en los que parecía que todo se venía abajo, nunca se ha abandonado el enrevesado proceso de pacificación y siempre se ha acabado encontrando algún tipo de solución que ha ayudado a desbloquear el proceso y ganar tiempo, como se ha demostrado recientemente en la complicada reelección de David Trimble. Aunque sea una paz imperfecta, el esfuerzo, vale la pena. Un libro editado por el académico John Darby, The management of peace processes (Macmillan Press, 2000), se propone dar un enfoque teórico analizando y estableciendo paralelismos entre los procesos de paz de varias regiones del mundo, incluyendo Irlanda del Norte y el País Vasco. Según Darby, la única manera de avanzar en estos conflictos es a través de negociaciones que incluyan a representantes de los terroristas. Las actitudes abiertas e imaginativas son fundamentales, así como la disponibilidad de hacer difíciles concesiones como las amnistías de los presos políticos.

El exitoso Acuerdo de Paz de Belfast tuvo el acierto de crear un marco legal ingenioso y algo ambiguo que el Sinn Fein pudo vender como un gran paso hacia la reunificación de la isla, mientras que David Trimble aseguraba que la Unión con Gran Bretaña estaba más segura que nunca.

Durante estos tres años, en algunos momentos, el proceso se ha estancado, en parte, por la fijación de los unionistas en la cuestión del desarmamento del IRA. En cambio, ante el anuncio del grupo terrorista, los sectores más conservadores del unionismo han reaccionado sin grandes alegrías, con un cierto escepticismo y hasta con un cierto rechazo. Han argumentado que tenía que haber sucedido antes y han exigido el resto del desarme de inmediato. Esta actitud revela, a mi entender, un verdadero pánico al cambio ya que el desarme comporta que la causa republicana es una amenaza más cercana y el fantasma de la Irlanda reunificada vuelve a aparecer. En este sentido, uno de los líderes del Sinn Fein, Mitchel McLaughlin, ha dicho que ahora son los unionistas quienes deberían desarmarse, pero en este caso tendrían que desarmar su actitud de resistencia al cambio y este desarme que describe es casi tan difícil como el desarme real. Esto me ha llevado a pensar en la situación del País Vasco. Si el Gobierno español no es capaz de desarmar ciertas actitudes y palabras, este proceso político continuará estancado mucho tiempo más y estas situaciones acostumbran a ser caldo de cultivo para los terroristas. La única actitud que ha funcionado en Irlanda ha sido la del Gobierno de Tony Blair, de borrón y cuenta nueva, y de demostrar que desde el Gobierno central se está abierto al cambio, es decir, a aceptar el derecho a la autodeterminiación, a cambiar la Constitución y a lo que sea necesario. Todo debe poderse hablar, sin miedo del pasado. Aprendamos de la experiencia irlandesa.

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Irene Boada es profesora de Literatura en la Universidad del Ulster.

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