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DON DE GENTES
Columna
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El 'corazón partío'

Elvira Lindo

LA SEÑORA de la limpieza de nuestros apartamentos es negra, pero ella no lo sabe. No seré yo quien se lo diga; si lleva lo menos sesenta años con la ilusión de ser blanca, no es cuestión de amargarle la vejez. Yo la vi tan negra el primer día que entró con la aspiradora, que me hice a la idea de que era una negra de Harlem de toda la vida y me pasé hablando con ella las primeras dos semanas en mi inglés de Barrio Sésamo. Pero resulta que un buen día, mientras ella limpiaba, me llama por teléfono la propia Adriana Ozores desde la peluquería. Nos pasamos lo menos una hora hablando de hombres. Me decía Adriana que actualmente siente que es la envidia de cualquier mujer dado que está haciendo una película con José Coronado y Roberto Álvarez. De Coronado todas sabemos que es guapo, pero quisiera detenerme, si me permiten un paréntesis en estas interesantes crónicas neoyorquinas, en la figura de Álvarez. Lanzo una pregunta a las lectoras de El PAÍS (los lectores gay pueden participar también): ¿se puede ser más guapo? Mi respuesta es: no. Un pequeño flash back ilustrativo: estaba yo un día en la calle Montera, que es una calle que me trabajo bastante (no en un sentido profesional), y veo a lo lejos a un tío alto, con esos hombros que llenan las americanas, a lo Robert Mitchum, con gafas negras, sacando dinero de un cajero. Y desde lo alto de la plaza de Benavente lanzo el siguiente grito: '¿Quién es ahora mismo el tío más guapo que hay en esta calle?'. Los peatones se quedaron paralizados, Roberto levantó la vista y con una media sonrisa dijo: '¡Yo!'. Por Dios y por la Virgen, esa fanfarronería me pone. Si Benicio del Toro está en mi altar dedicado a los depravados, a mi Roberto lo tengo en el de machotes. Y a mi santo, pues lo tengo en palmitas. Pero a lo que iba, estábamos Adriana y yo dando cuenta de su batería del móvil. Por cierto, le advertí: 'Cuidado, vaya que se te manche el móvil con el tinte, que ya somos muchas las que hemos pasado por tan traumática experiencia'. Y luego le pregunté: '¿Cuando llegas a casa del rodaje, te olerá la ropa a testosterona?', y ella dijo: 'Ya te digo'. Tras esta enigmática afirmación, la comunicación se cortó y mi señora de la limpieza dijo con acento dominicano: 'Oh, señora, si llego a sabel que habla usté español, no nos andamos matando con el english'.

Entre nosotras ha surgido una interesante amistad. Se llama Gisel, y es de Harlem, sí, pero de Platanolandia, del Harlem hispano. Gisel me dice que antes de venir a Nueva Yol se fue a confesar porque ella es muy creyente y quería llegar aquí libre de pecado, y que lloraba: 'Ay, papá José, que a mí me da mucho miedo de los negros, que he soñado que llegaba a Nueva Yol y un negro me agarraba y me hacía cosas feas'. Y el papá José le dijo: 'Gisel, hazte cargo: entre los gringos vas a encontrar rubios, pero también negros'. Y ahí van mis preguntas: ¿Por qué Gisella no sabe que es negra?, ¿papá José, además de ser cura, era un cínico? Claro que yo también creía que era blanca cuando llegué a Nueva Yol, pero tuve que rellenar un formulario y supe que estoy en la categoría de hispana-no puertorriqueña. Gisel no sabe que es negra y critica mucho a las negras, me dice que llevan las uñas largas como garras y pintadas que da susto. Y es verdad, a mí, más que darme susto, me hipnotizan. Sólo por verles las uñas iba a comprar sellos a la oficina de Correos, donde todas las funcionarias son de color (negro). Después del 11 de septiembre, algunas se pintaron una bandera americana en cada uña. Ahora, con el ántrax, se han puesto guantes y han perdido la gracia (aunque siguen teniendo el ritmo en la sangre).

Gisel y yo entramos en confianzas culturales: me dijo que no entendía por qué escuchábamos siempre música clásica, cuando en España hay canciones bien bonitas. Y yo le dije, de mujer a mujer, que lo clásico era cosa de mi santo, y Gisel dijo: 'Ay, no hay hombre bueno'. Luego se puso soñadora: 'A mí me gusta Rocío Dúrcal, la he visto en un teatro, y me gusta, dado que lo que canta lo canta con el corazón'. Y para ilustrar el momento, Gisel y yo cantamos: 'Tú querías que te dejara de quereeeer... y lo has conseguidoooo'. Aunque hube de confesarle que yo fui siempre más de Marisol. 'Oh, pero ella se retiró', dijo Gisel, 'porque no le permitieron vivir su niñez intensamente'. Gisel está al tanto de todo y habla como en las telenovelas. Finalmente entramos en el capítulo de hombres. Gisel opinaba que Enrique Iglesias canta bien, pero deja la boca abierta y, en vez de sexy, parece bien bobo. Y yo le dije que estaba superdeacuerdo con ella (en lo segundo). 'Pero el que me gusta de verdad es Alejandro Sanz, tremendo varón', me dijo. Y limpió el inodoro cantando El corazón partío. Yo le dije algo que sabía que le iba a impresionar: 'Alejandro es de mi barrio, de Moratalaz, y le ha puesto allí una peluquería a su mamá (Alex), al ladito de la casa de mi padre'. Y me dijo Gisel: 'Ya tiene que estar contento su papá'. 'Pues sí, Gisel, está muy contento. Estamos todos muy contentos'. Y sentí un patriotismo, un subidón, que pienso que si sacan una plaza para musa del PP, ahora que les ha salido rana Norma Duval, igual voy y me presento. Sin coña.

Adriana Ozores, José Coronado y Roberto Álvarez, protagonistas de <i>La vida de nadie</i>, de Eduard Cortés.
Adriana Ozores, José Coronado y Roberto Álvarez, protagonistas de La vida de nadie, de Eduard Cortés.EFE

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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