Los atentados 2
Oigo esta mañana en la radio que ETA ha asesinado a un magistrado en Getxo. Con el acostumbrado desánimo, me lamento. Al cabo de un rato oigo su nombre: es José María Lidón. El lamento se convierte en rabia y lágrimas.
Hacía quizá 15 años que no le veía. Hará quizá 10 o 12 que no oía su nombre. Él, por supuesto, no recordaría el mío, porque yo sólo fui uno más de sus cientos, miles de alumnos. No tuve ningún trato especial con él. Sólo fui a sus clases, pasé un examen y me lo cruzaría después alguna vez por algún pasillo. Y, sin embargo, queda el recuerdo de un buen profesor, en todos los sentidos del adjetivo: competente, entusiasta, capaz de mantener la atención, con su voz potente, con su humor socarrón, exigente en los exámenes, pero sin los excesos absurdos que caracterizan a otros profesores. Muchas virtudes, infrecuentes, reunidas en una sola persona.
Su asignatura, qué ironía, era Derecho Penal. Como otros profesores de esa área, enseñaba a los futuros abogados, jueces, fiscales, a aplicar la ley con todas las garantías que los Estados de derecho otorgan a los acusados para asegurarse de que los juicios son justos; las condenas, medidas; los castigos, humanos. Pero qué saben de todo eso los imbéciles que hoy le han matado. Él era un juez del Estado español, razón suficiente para condenarlo y ejecutarlo. Por suerte para ellos, cuando les detengan y juzguen, se les aplicarán los principios que él enseñaba, quizá por antiguos alumnos suyos. Quiero creer, para no desesperarme, que, de esa manera terrible, él y los que creemos en las cosas que él enseñaba estaremos venciendo a los que hoy le han matado.
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