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Columna
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El puente de bambúes

Me pregunto cuál es el puente de bambúes entre la destrucción y la vida. En realidad, hoy quería escribir sin rumbo, partiendo de una ocurrencia de mi querido Nabokov -me pone, me pone- que consiguió exiliarme de cierta tristeza. Digo cierta tristeza, alguna, no un puñado, sino un tipo de tristeza. No hablo de cantidades. Hay flores rojas en la nieve y anémonas en la boca del rinoceronte. Es un paisaje exterior, exterior al mundo, como lo son todos los paisajes del ánimo. Nada de interioridades. A la tristeza primero se la ve antes de sentirla, y luego se la pinta, y cuanto más se la pinta, mejor. Pinta uno con ella un lirio, o un mono con un paraguas a lomos de una cebra, y sale ella, siempre ella, pero ahora está ya fuera y es la tristeza, no cierta tristeza. Cierta tristeza tiene siempre una cuerda de su arpa que nos pertenece en exclusiva. Su color es mi color, aunque el rayo que lo hace perceptible viene de fuera. ¿Elegimos también el rayo que ha de entristecernos, nos pertenece?

Pero hoy quería hablar sin rumbo, partiendo de mi querido Nabokov -me libera, me libera-, y tendré que hacer un esfuerzo. Porque hoy ETA ha asesinado a un juez, sí, a un juez, pues es justo eso lo que ellos han asesinado. Y no quiero poner aquí su nombre para salvarlo, al menos en este espacio, de la infamia, ya que 'el peñasco duro/ la sangre que exprimió, cristal fue puro'.

Pero dejemos en paz a Góngora para seguir con el escándalo. Decía Nabokov: 'No puedo concebir que nadie en su sano juicio acuda a un psicoanalista, pero desde luego que, si se está mentalmente trastornado, se puede intentar cualquier cosa'. Es conocida la aversión que sentía el escritor ruso-americano por Freud y seguidores, aunque con él nunca se sabe y es hasta posible que esa aversión fuera una de sus mayores máscaras. El comentario se presta a la chocarrería, y el enunciado se las trae. Pasa de ser aniquilador a ser displicente. Una pretendida ciencia que funda su crédito en gente que no está en su sano juicio puede ser como una selva repleta de tam-tams, y el psicoanalista la cebra que portaba a mi mono con el paraguas. Pero qué quieren, ahora mismo no estoy para chocarrerías, sino casi casi como San Ignacio cuando salió de la cueva de Manresa: serio-serio.

Hacía meses que ETA no asesinaba, aunque lo hubiera intentado en alguna ocasión, felizmente sin éxito. Algunos logros policiales, la alarma internacional contra el terror, los acontecimientos irlandeses, el bajón en la actividad de la banda, nos habían hecho abrigar falsas esperanzas. El sueño de nuestra sociedad había vuelto frágil su memoria y, en estos últimos meses, habíamos asistido a ciertas operaciones insensatas. Pero el dolor ha vuelto, ese dolor que un sector importante de la sociedad vasca se sacude con un gesto de un día para seguir después emprendiendo gestos, y gestas, que lo ignoran. Las víctimas aún no han ocupado aquí el lugar que les corresponde, y quizá haya que recordar que la sociedad vasca se reagrupó y votó temerosa para revalidar a un Gobierno que se había caracterizado por una absoluta, a veces insultante, insensibilidad hacia ellas. El temor residía, y la apreciación es cruel, en que quienes estaban en el punto de mira llegaran al gobierno para al menos mitigar tanta miseria. Y yo no dudaría en aplicar la frase de Nabokov a la sociedad vasca. El Gobierno sería como la cebra que lleva a lomos al mono con su paraguas.

Señor lehendakari, gobierna usted un país de víctimas -aunque algunos se crean tener un paraguas- y aún no se ha dado cuenta. Ha emprendido usted unos gestos menesterosos para con ellas, necesarios sin duda, pero insuficientes. Y son insuficientes, porque no hay ayuda particularizada que sirva para remediar su situación, sino que es la política que usted gobierna, toda su orientación, la que ha de estar dirigida hacia ellos. Tiene que comprender usted que víctimas no son sólo Fulano o Zutano, los de PP o del PSE, sino que es su ciudadanía la que es víctima y que ha de hacer usted causa común con ella. Y eso no se logra con gestos simbólicos, sino con decisiones políticas concretas y rotundas. Mientras el soberanismo sea la columna vertebral de su política, usted está gobernando contra las víctimas, siento decírselo, y mientras no reoriente sus pactos políticos, también. Entretanto, yo sigo preguntándome cuál es el puente de bambúes entre la destrucción y la vida. Y no tiene usted derecho a escandalizarse por ello.

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