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Hay vida después de Pujol

Un inteligente periodista afirmaba, con indudable acierto, que una de las cosas que habían demostrado los debates originados por la moción de censura en el hemiciclo del Parlament y en sus aledaños es que en Cataluña había vida política después de Pujol. Es decir, que 20 años de malabarismos tácticos no nos habían dejado a todos huérfanos de capacidad de reflexión, más allá de definirnos a favor o en contra del pal de paller del pujolismo.

Se han hecho y se están haciendo diversas valoraciones, más o menos interesadas o más o menos objetivas, del papel desempeñado por cada uno de los protagonistas, y en especial del lanzamiento parlamentario del incisivo Mas y de los valores coloquiales del candidato Maragall. También se han escrito editoriales y realizado encuestas. Todo ello es política y sociológicamente muy interesante, pero me quedo con la constatación del periodista Albert Hom, tras la moción de censura, de que hay vida política después de Pujol.

'Hay que afrontar cómo repercutirá la desaparición del pujolismo, un pragmatismo doctrinal que nos ha condicionado durante 20 años'

Se puede discutir si el silencio del president fue voluntario o impuesto por el sector que da apoyo a Mas y si su actitud fue o no parlamentariamente correcta, pero de lo que nadie puede dudar es de que, como resultado de ese silencio, se cierra la puerta al pasado y se nos abre la del futuro, un futuro que se inicia con el protagonismo de líderes que se mueven en un nuevo escenario político en el que Jordi Pujol ha perdido el protagonismo o en el que, en el mejor de los casos, permanecerá arrinconado en la concha del apuntador.

Parece lógico que en este contexto la salida democrática natural hubiese sido convocar al electorado y solicitar su concurso para elegir a quienes han de dirigir la nueva situación. Pero opciones tácticas de quien tiene la responsabilidad de convocar las elecciones, el presidente de la Generalitat, hacen hoy por hoy imposible dar esa voz a los ciudadanos.

En consecuencia, hay que tomar conciencia de esta nueva situación. No hacerlo puede ser tan peligroso para CiU como para la oposición en su conjunto. Porque, si bien es cierto que se ha demostrado que hay vida política después de Pujol, lo que hay que afrontar ahora es cómo repercutirá en toda la vida catalana la desaparición del pujolismo, un pragmatismo doctrinal que nos ha condicionado a todos durante 20 años. El nacionalismo conservador organizado en CDC tendrá que luchar con las tensiones centrífugas que bullen en su interior, a las que no es ajena la supeditación que representa la alianza con el Partido Popular, y con las tensiones divergentes entre CDC y UDC, en una lucha sorda por los espacios de poder apenas neutralizada hasta ayer por la autoridad histórica del presidente. A este cuadro hay que añadir la situación que se creará entre un electorado que, ya sin la figura referencial de Jordi Pujol, puede en parte tender a apostar por el PP, entre los sectores más conservadores, o por ERC, los más nacionalistas.

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El nuevo escenario debe ser comprendido también por la oposición, que si actúa de forma dispersa, disputándose el espacio electoral sin ofrecer una alternativa conjunta que refuerce sus identidades complementarias a partir de un compromiso con el conjunto del electorado, seguirá instalada en el pasado, prisionera del espejismo de un pujolismo periclitado y abocada a un nuevo fracaso.

Maragall y el PSC tal vez deben reflexionar sobre el peligro de caer en la trampa de considerarse el nuevo pal de paller, en lugar de ocupar el papel de primus inter pares entre los otros partidos de izquierda, abriéndose a las aportaciones de definición nacional y de radicalidad social y ecológica que aportan

ERC e IC-V, fuerzas que, a su vez, deben situar su oferta electoral no sólo a partir de sus identidades bien definidas y diferenciadas sino como fuerzas potenciales para configurar un Gobierno de progreso que ha de ser una alternativa de cambio frente a la alianza actual de CiU y PP, alianza ante la que resultaría ingenuo a estas alturas considerar que CiU es una inocente prisionera.

Pero esta voluntad de gobernar Cataluña desde una dinámica de cambio exige ser claros ante la opinión pública. Los ciudadanos saben que el nuevo escenario abierto sólo puede ocuparse desde posiciones progresistas, con un claro entendimiento entre PSC, ERC e IC-V. Instalarse en la ambigüedad únicamente crea desconfianza y desánimo, y el motor del cambio sólo se pone en marcha desde la responsabilidad en el compromiso, la confianza en los aliados y el entusiasmo de la sociedad.

Antoni Gutiérrez Díaz es miembro de IC-V

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