La bella durmiente
Hay algo en el Madrid de hoy que le hace más temible que el de ayer, diga lo que diga la clasificación, al menos para cuantos creen que los secretos del fútbol están debajo de la tabla de los resultados. Y no es precisamente su fachenda, la misma con la que, por ejemplo, reunió la séptima y la octava. El Real ha dejado de ser un club chulapo para convertirse en una bella durmiente.
Tiene, ciertamente, un deje a entidad poderosa, conchabada con los que mandan en el país, gente de negocios que, siendo mal pensados, igual podrían divertirse en un coto cazando la perdiz que en un campo con un equipo de fútbol. Y de ahí que le tengan tantas ganas por esos campos de Dios, en que la victoria frente al Real Madrid se pasea como un trofeo por la plaza mayor.
Más que nunca, el Madrid parece en provincias el equipo del Gobierno. Pero no es su soberanía lo que más preocupa, algo discutible al fin y al cabo en el fútbol, sino el pálpito que desprenden los jugadores que se ha comprado. Entre sus rivales, existe la sensación de que el Madrid ha reunido un equipo que intimida con sólo pensar que pueda conectarse; se le supone una capacidad para jugar al fútbol mayor que la de sus rivales y cuya visualización está a expensas de que Del Bosque acierte con la tecla.
Quiere hacer creer el Madrid de Zidane que está siguiendo más o menos el plan del Barcelona de Romario, aquel Barça que igual ganaba al Real por 5-0 que perdía con el Lleida por 0-1, un equipo que acusó la entrada del brasileño y que, sin embargo, acabó por complacer tanto al negro, pichichi con los 30 goles prometidos, como al club, que festejó como nunca la Liga.
El Barcelona ganó el campeonato no sólo por su juego, sino por el miedo cerval que desató en sus rivales, plasmado en el penalti que falló Djukic en Riazor para desdicha de Arsenio, un hombre que representó tan bien al Deportivo como Rexach expresa el barcelonismo. Al igual que entonces el Barça, el Madrid da a entender que, de momento, deja hacer, pero que como te pille, se acabó la Liga. No es extraño, consecuentemente, que los azulgrana corran que se las pelen, procurando distanciar al Real para que nunca pueda darle caza. Para cuando la bella durmiente despierte, el Barça espera a estar a buen recaudo. De lo que se desprende que los grandes se han intercambiado los papeles. En el Madrid el club aguanta al equipo y en el Barça el equipo aguanta al club. La cháchara está en el Bernabéu y la normalidad en el Camp Nou. El problema es el efecto Zidane, y que se sepa Zidane juega en Chamartín. Una cosa es jugar y otra ganar.
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