No doblar
Cada 10 años, la Administración tiene a mal castigarnos con el censo de población y viviendas. En el último, realizado en 1991, las autoridades concluyeron que España era un país con 38.872.268 súbditos. Para lograr su burocrático propósito, el Estado despliega un ejército de agentes censales que se patean las calles intentando cumplir con la desagradable misión de meter las narices donde no deben. Para que no les apedreen ni les reciban con calderos de aceite hirviendo, llevan una acreditación y reparten unos sobres (no doblar) con cuestionarios que, en la intimidad del hogar, uno debe proceder a rellenar. Como casi todos los impresos dignos de este nombre, hay que estar muy atento para no meter la pata. No se facilitan copias por si uno se equivoca, lo cual resulta francamente emocionante: rellenando las casillas correspondientes se siente la misma excitación que haciendo un crucigrama con bolígrafo o copulando sin condón.
Impresos del censo, que se deben rellenar imperativamente. Varias preguntas se refieren a qué hacía y cómo vivía el ciudadano la semana pasada
Consciente de mi deber como ciudadano, dedico unas horas de mi existencia a rellenar el cuestionario de marras. Armado con un rotulador Pilot Ball calibre 0,5 y medio litro de néctar de naranja enriquecido con licor eslovaco de ciruela, me enfrento al cuestionario individual, un feísimo impreso en el que se me preguntan cosas sobre mi vida no estrictamente actual, sino de la semana pasada. Es una auténtica obsesión, constato. Por ejemplo: '¿Dónde está su lugar de trabajo o de estudio? Y, entre paréntesis, la siguiente matización: 'Si trabaja y estudia, refiérase a dónde trabajó la semana pasada'. O en otra fase de este auténtico juego de mesa: '¿Estaba cursando alguna enseñanza la semana pasada?'. Y dale. ¿Tan importante fue lo que ocurrió la semana pasada? Hago un esfuerzo de memoria, pero no recuerdo casi nada. Si llego a saber que la semana pasada iba a ser tan crucial, me habría esforzado por llevar una vida agitada para no defraudar a nuestro Instituto Nacional. Haber avisado, coño. Me concentro. Recuerdo. La semana pasada maté una mosca, soñé que la mujer de mi vida me invitaba a cenar en el restaurante L'Ambroisie de la Place des Vosges de París, me corté afeitándome, estuve a punto de ganar jugando al rasca-rasca, bailé hasta el amanecer con un disc-jockey gitano que no dejó de pinchar un tema titulado El retorno de los caballos mágicos interpretado por la banda Taraf de Haïdouks (formada por músicos macedonios, turcos y búlgaros) y cuando salimos a la calle era de día y sin embargo no llovía.
Pero el cuestionario no me pregunta eso, sino cuantos viajes diarios de ida y vuelta realizo normalmente desde la vivienda en la que estoy empadronado hasta el lugar de trabajo/estudio. Aquí la pregunta no incluye la coletilla de la semana pasada, lo cual me hace sospechar que, en lo que a desplazamientos se refiere, la semana pasada carece de interés. Aunque me duele, sigo. He oído por la radio que el ciudadano tiene la obligación de cumplimentar el cuestionario, así que bajo la cabeza y cumplo con mi deber. No quiero que los agentes censales echen abajo mi puerta y me rompan las piernas por objeción estadística. La tentación de mentir es grande, que conste. Para contenerme, pienso en los persas, los romanos, los Reyes Católicos, los Austrias, los Borbones y el conde de Aranda, que, según tengo entendido, ya pusieron en marcha formas más o menos abyectas de censo. Por cierto: ¿qué hizo el conde de Aranda la semana pasada? Criar malvas, supongo. Me quedo bloqueado ante una pregunta peliaguda. En el apartado titulado '¿En cuáles de estas situaciones estaba la semana pasada?' (8), leo el siguiente subapartado (9): 'Necesitando ayuda para actividades básicas (asearse, vestirse, desplazarse)'. Hace unos días, cuando leí la carta de Bin Laden llamando a los musulmanes de Pakistán a luchar contra los cristianos, me quedé traspuesto, totalmente deprimido, incapaz de asearme, vestirme, desplazarme, convencido de que el terrorista le está ganando la partida al grandilocuente ejército que intenta acabar con él, temiendo por la vida de mis hijos y de la mujer que soñé que me invitaba a cenar. ¿Debo comunicar mi estado de ánimo a las autoridades o, por el contrario, acudir a mi confesor/camarero de cabecera?
'Cada persona cuenta', dice la publicidad de la campaña censal. Me alegro. A los que tenemos la autoestima por los suelos nos vienen bien estos súbitos arranques de amor y buen rollo institucionales y colectivos. Contamos contigo. Hacienda somos todos. Somos seis millones. Si bebes, no conduzcas. Tú tienes la palabra. Qué bonito es pagar los impuestos y saber que estás contribuyendo a construir carreteras mal señalizadas que provocarán accidentes en los que inocentes ciudadanos se romperán la crisma y deberán ser atendidos en hospitales colapsados que también habremos contribuido a levantar. Qué bonito es saber que cuando dudas de ti mismo, cuando te miras al espejo y sólo ves una desconcertada sombra de contornos ambiguos, llega el Instituto Nacional de Estadística con su cuestionario individual y te da la oportunidad de, por unas horas, devolverte tu identidad, aunque sólo sea una identidad estadística. Gracias, papá Estado.
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