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Una isla feliz en un mar de gasolina

Sergio Ramírez

La campaña electoral desarrollada en Nicaragua se ha diferenciado en muy poco de cualquiera otra en América Latina, si nos atenemos a sus efectos visuales. Una confusión de mantas, banderillas y carteles que agobian las avenidas y calles principales de Managua, las fotografías de los candidatos, Daniel Ortega y Enrique Bolaños, que uno se encuentra en cualquier cruce, uno mirando hacia la lontananza de la tierra prometida, el otro retocado para esconder sus arrugas, mientras crece también la guerra de las encuestas, y la otra guerra aún más singular, que ha sido bautizada como de 'los travestíes'.

Esta guerra de 'los travestíes' es la consecuencia de lo activo que se comporta el mercado electoral en Nicaragua. Cuando todas las bolsas del mundo se derrumban por el efecto Bin Laden, aquí se cotizan muy alto toda clase de figuras políticas que si antes habían pertenecido de manera recalcitrante a un bando determinado, ahora aparecen en el otro, ya se trate de antiguos jefes contras o caudillos miskitos que antes juraron odio eterno al Frente Sandinista y hoy se abrazan frente a las cámaras con Daniel Ortega; o, por el contrario, líderes a quienes el Partido Liberal impidió ser candidatos bajo bandera propia, usando las artimañas del pacto político Alemán-Ortega, y que ahora aparecen de manera entusiasta a la cabeza de la campaña de Bolaños, el candidato liberal.

Éste es, pues, un espectáculo en vivo y a todo color, lo que en términos de la retórica electoral podríamos llamar 'una fiesta cívica', no importan 'los travestíes' que adornan el paisaje cambiando de uniforme, o de ropaje, frente al público que se divierte como ante un escenario de bataclán. Pero debajo tenemos un oscuro mar de fondo. La campaña electoral, para empezar, va a costarle a cada uno de los dos partidos contendientes, el FSLN en la oposición, y el Liberal en el poder, no menos de diez millones de dólares a cada uno, suma de la cual sólo una modesta parte será asumida por el Estado, de acuerdo a la Ley Electoral.

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Estos veinte millones de dólares representan casi el diez por ciento del pago anual de los intereses de la deuda externa del país, y es lo que en un mes los emigrantes que han huido de la pobreza y de la falta de oportunidades en territorio de Nicaragua envían en remesas a sus familias desde el extranjero. Otro cálculo comparativo nos diría que esos veinte millones significan el cinco por ciento de las exportaciones previstas para este año. Es una campaña cara en un país más que pobre. Quebrado. Pero claro, el producto tiene que venderse.

Una de las ideas de los spots que han saturado las estaciones de televisión parece haber salido de la misma cabeza, con lo cual quien lo inventó ha ganado doble, vendiéndosela a ambos candidatos; o es que a veces las genialidades crecen al mismo tiempo en diferentes maceteras: para darse un baño de juventud, el candidato aparece sentado en una mecedora patriarcal, en un ambiente nocturno, no sé por qué, rodeado de muchachos de ambos sexos que escuchan ávidamente como si el abuelo les contara un cuento; pero lo que Ortega y Bolaños explican a su auditorio juvenil, cada uno en su propio spot, son sus promesas de campaña, folleto en mano, como en los mejores cuadros del realismo didáctico.

Si entre tanta vocinglería los electores tuvieran tiempo de calcular lo que cuestan todas esas promesas, se darían fácil cuenta de que pertenecen más bien al mundo desaforado de la fantasía. Novecientos cincuenta mil empleos nuevos promete el candidato Daniel Ortega, y yo me pregunto por qué no un millón de una vez, si no es por aquella vieja técnica de ventas que indica que es más creíble ofrecer algo que vale 9,99 que algo que vale 10 dólares cerrados, como está escrito en todos los manuales del buen vendedor al detalle. Pero crear en cinco años esa cantidad de empleos significaría la ocupación plena, y resolver de una vez por todas el problema del desarrollo de Nicaragua, estancado durante décadas. Algo que no se lograría ni aunque Nicaragua siguiera convirtiéndose, como hasta ahora, en una inmensa maquiladora de Taiwan.

Así ofrece el candidato Enrique Bolaños miles de kilómetros de carreteras nuevas pavimentadas, cuando muchas de las que existen son intransitables, miles de viviendas para los maestros, y aumentos anuales de salarios también para los maestros, y créditos baratos para los agricultores, cuando los bancos estatales han sido clausurados todos, y miles de escuelas nuevas, y centros de salud. La suma de estas promesas, como en el caso anterior, significa también el desarrollo instantáneo de Nicaragua en cinco años. Asuntos de prestidigitadores actuando bajo una carpa rota.

El paisaje con el que el presidente electo va a encontrarse desde los ventanales a prueba de balas del palacio presidencial, donado, de paso, por Taiwan, será el de una isla feliz, donde viven unos pocos, rodeada por un mar de gasolina. La miseria humillante seguirá allí, terca ante tantas promesas y halagos. Y en la antesala estarán, vestidos de negro riguroso, los emisarios del Fondo Monetario Internacional con las cuentas en rojo de un país quebrado en sus portafolios, mientras los pobres y olvidados ya habrán ido a desgajar de los postes las mantas de la campaña electoral para que les sirvan de cobija.

Sergio Ramírez es escritor, y fue vicepresidente de Nicaragua. www.sergioramirez.org.ni

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