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Reportaje:

Mirada desde el ombligo de Baylón

El artista, premio Comunidad de Madrid de Fotografía 2000, presenta 75 imágenes en el Canal de Isabel II

Luis Baylón (Madrid, 1958) toma sus fotografías desde el ombligo. A esa altura lleva su cámara Rolleiflex de dos objetivos, la que le regaló su padre en 1984. Con ella ha ido 'cazando' las 75 imágenes cuadradas, nacidas de un negativo de seis por seis centímetros, en blanco y negro, que hasta el 18 de noviembre, ocupan las cuatro plantas de la sala de exposiciones del Canal de Isabel II, en el número 135 de la calle de Santa Engracia. Se llama la muestra, comisariada por Javier Aiguabella, Guirigato: Baylón, y con ella la Consejería de las Artes rinde homenaje al primer premiado por la Comunidad de Madrid en el apartado de fotografía, en los galardones del pasado año.

Carlos Baztán, director general de Archivos, Museos y Bibliotecas, se encargó el día de la inauguración de despejar la incógnita sobre tan extraño nombre. La primera parte, Guiri, se refiere a lo extranjero, lo que viene de fuera, y gato, a lo madrileño, y es un término, inventado por el propio fotógrafo, que resume bien esta muestra. En ella aparecen personajes de la capital, agrupados en varias series que Baylón, con su cámara en el ombligo, ha captado a lo largo de los años, como en una 'especie de tiro con arco', como recuerda su amigo Francisco Rivas en uno de los textos del catálogo. Pero también aparecen exóticos santones indios del último viaje del artista, que en enero y febrero de este año visitó Benarés y Alahabad, donde acudió al festival religioso Kumbha Mela, al que asisten millones de peregrinos deseosos de librarse de la cadena imparable de la muerte y el nacimiento. Y también sus visitas a Portugal o a Marruecos, o su visión sobre la Semana Santa de Zamora.

Para recorrer esta exposición es aconsejable subir en ascensor hasta la cuarta planta, justo bajo la cúpula de lo que un día fue el depósito de agua. Allí aguardan los primeros retratos de zamoranos en Semana Santa, desde la beata encopetada al pedigüeño de la plaza Mayor con una paloma en las manos, pasando por los nazarenos envueltos en la noche o los jóvenes modernos con una gran cruz colgada de una no menos grande cadena al cuello. También están las imágenes de Portugal, una visión cálida, lejana de los tópicos turísticos, donde hablan los ojos de una niña africana o de un perrillo, y las espaldas de un viejo pescador que observa la desembocadura del Tajo.

Al bajar una planta, el visitante se encuentra de lleno con los rostros de Madrid. No son ni habituales ni típicos, pero con su arco, Baylón ha cazado la expresividad de los madrileños -no sólo humanos - anónimos, incluyéndole a él mismo reflejado por la mitad en el espejo colocado sobre una columna en un bar, de esos de azulejos con banquetas de metal y asiento de skay (cuero artificial), un paisaje que aparece a menudo en las fotografías de Baylón, además de la calle, por supuesto. Es en esta planta donde se encuentra la foto que da nombre a la exposición, tomada en 1988 y en la que un gato fugaz salta dentro de un local oscuro a través de una puerta de cristal, rota con la forma de rayos de luz. O la del ciego leyendo la obra de Nietszche Así hablaba Zaratustra, tomada este año, o los vecinos de edad de Conde de Peñalver o de la calle de Hortaleza, en 1997 y 1992.

En la segunda planta, esperan las colecciones dedicadas a sus viajes. Impresionantes santones junto a imágenes llenas de humor de los peregrinos en Benarés, donde se impuso el toque de queda mientras Baylón la visitaba, por un problema de enfrentamientos de raíz religiosa. En la primera planta, esperan, a gran tamaño, una selección de las imágenes de todas las series reflejadas en la exposición. Tal vez, como dice Francisco Rivas, sea éste 'el año del Guirigato'.

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