Ken Loach vuelve a sus raíces y recupera el vigor perdido
Terminó anoche el concurso con dos filmes muy dispares: el británico Mi hermano Tom, de Dom Rotheroe, que es una insostenible exageración, y el irlandés Cómo Henry se convirtió en árbol, un extraño tropiezo del yugoslavo Goran Paskalievic, al que salva la brillante actuación de Colm Meaney. Pero arregló las cosas fuera del concurso la magnífica La cuadrilla, en la que Ken Loach vuelve a sus raíces y recupera el vigor perdido.
Lo que hacen el debutante británico Dom Rotheroe y el veterano yugoslavo Goran Paskalievic es pura retórica visual. Dos pequeñas historias, el sórdido retrato de un doble caso de opresión religiosa y sexual en Mi hermano Tom y el mágico y disparatado juego de cuernos y de peleas rurales irlandesas en Cómo Harry se convirtió en árbol, son propuestos a gritos y aspavientos, casi con gesto épico. Pero no dan para tanto. Hay un desajuste chirriante e insalvable entre el qué y el cómo en ambas películas, lo que las hace decepcionantes, pues lo que encuentran en la pantalla queda bastante lejos de lo que buscan en el papel.
Se cerró así, con un doble tropiezo, el concurso, con la reserva de que el actor irlandés Colm Meaney hace en Cómo Harry se convirtió en árbol un brillantísimo ejercicio de sobreactuación desmelenada, que podría proporcionarle el premio de interpretación. Pero lo que aquí se vivió a fondo en la recta final del festival es el seco golpe de La cuadrilla, que nos devuelve al mejor Ken Loach, a su cine de combate social químicamente puro, insobornable, insustituible y ya inseparable de la imagen de la trágica lucha obrera británica propuesta por Loach desde sus raíces a todo el mundo. Aunque sincera es la vocación internacionalista de este cineasta británico, Loach parece en cuanto a artista condenado a ser profeta en su tierra, pues sólo de ella extrae sus frutos maduros.
Es sorprendente la sensación de veracidad y naturalidad que brota de las imágenes británicas de Loach, al tiempo que una atmósfera poco creíble de artificio envuelve a sus imágenes no británicas. En La canción de Carla rompió la escena desde Glasgow a Nicaragua y resultó espectacular el bajonazo que la película experimenta a mitad de metraje. Pero ahora -tras las bondadosas oquedades californianas de Pan y rosas- Loach recupera en La cuadrilla el paisaje humano de la clase obrera británica, un paisaje cuyos más secretos rincones conoce al dedillo, y vuelve a raudales a su cine la sensación de solvencia, de conocimiento de lo que se habla, de minuciosidad, de precisión y de aliento realista.
Babelia
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