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46º FESTIVAL DE VALLADOLID

Godard crea articulaciones inéditas del cine en su 'Elogio del amor'

Es Elogio del amor un muestrario antológico de las articulaciones del lenguaje cinematográfico que se mueven en el cine de Jean-Luc Godard desde que este artista fuera de norma, capaz de hipnotizar o de aburrir, convirtió la pantalla en territorio de un debate permanente de formas y de ideas. Pasó por aquí este filme, que fascina o que repele, y que por ello enriquece la sala dividiéndola. Y ayer también recuperó la Seminci a un famoso cineasta español que se prodiga muy poco, el catalán Toni Salgot, que en Dama de Porto Pim no alcanza la altura de su celebridad.

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Jean-Luc Godard goza, en el caldo de cultivo de algunas influyentes minorías del academicismo cinéfilo, de un cómodo estatuto de intocable, de monstruo sagrado al que hay que perdonar, cuando no santificar, todos sus bufidos, por huecos que sean. Esto ha permitido al legendario cineasta francés, sumo pontífice de la vieja nueva ola parisiense, hacer una y otra vez lo que le viene en gana sin demasiados miramientos, dando hipotéticas lecciones de innovación con películas que con frecuencia son tan sólo reiteraciones, repeticiones rituales estomagantes e incluso a veces descarados autoplagios.

Pero siempre, en estas obras, sobre todo en aquellas que tienen una estructura didáctica, salta un destello, no siempre fácil de percibir, de originalidad, propio del cine fuera de norma. Pero ahora, en Elogio del amor, esa fuerza revulsiva de Godard es más que un fugaz destello, y abarca a una composición íntegra, a un filme considerado como conjunto y como unidad. No es una imagen lo que esta vez resume el hallazgo de lenguaje del cineasta, sino que es la idea como tal, la forma totalizadora del filme, en el que se conjuga el troceamiento y la dispersión de la cronología, recurso tan característico del estilo de Godard, con los choques de situaciones, de personajes, de muñones de historias y juegos del color.

Propone Godard para su Elogio del amor un punto de partida en el que se yuxtaponen tres puntos de vista -los de una pareja de jóvenes, otra de adultos y otra de viejos- sobre los cuatro instantes que, como cuatro patas de una mesa, sostienen la arquitectura emocional de una relación de amor: el encuentro, la pasión, la separación y el reencuentro.

Pero este juego de combinaciones no da lugar en el filme a un cauce narrativo al uso, tal como se entiende en el relato cinematográfico convencional, sino a otra cosa, a algo indefinible que se parece a un collage, a una superposición de imágenes, de tiempos, de músicas, de conceptos, de ideas, de juegos de palabras, de ardides de montaje, de carteles, de estallidos de claridad y de inmersiones en la negrura que nada tienen, considerados globalmente, de relato, sino que hacen cine como poema, o como ensayo, o como averiguación no narrativa dentro de los entresijos secretos, no explorados, del lenguaje cinematográfico. Y de ahí proviene la fuerza de este filme, de que explora algo no explorado, de que por fin Godard no se repite y recupera sus dotes de inventor, de historiador del futuro del cine, que es como irrumpió en él hace medio siglo.

Amor loco y brutal

Y hubo ayer en la Seminci otro retorno de un viejo jurado. El barcelonés Toni Salgot, director de la famosa Mater amatisima (1980), presentó Dama de Porto Pim, que por desgracia no funciona. Es un frágil castillo de naipes que no está a la altura del esfuerzo por sostenerlo de Emma Suárez, Antonio Resines y Sergio Peris-Mencheta, que son quienes tiran del largo reparto.

Es un relato de Antonio Tabucchi situado en una pequeña isla de las Azores, en los últimos meses de la guerra mundial. Se agolpan en el pequeño puerto pesquero gentes errantes, despojos de la guerra que huyen del pozo de Europa en busca de un rincón en un barco con proa a América. No hay consistencia interior en el relato, ni se ve el sentido, el destino, la necesidad de la película. La historia de amor loco y finalmente brutal que cuenta el filme es representada sin convicción y sin que la cámara -y con ella el espectador- se contagie del riesgo a que se someten los contendientes de este trágico idilio, que es más fingido que interpretado, más dicho que filmado.

De izquierda a derecha, Emma Suárez, Toni Salgot, Sergio Peris-Mencheta, Antonio Tabucchi y Antonio Resines, en Valladolid.
De izquierda a derecha, Emma Suárez, Toni Salgot, Sergio Peris-Mencheta, Antonio Tabucchi y Antonio Resines, en Valladolid.EFE

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