Tradiciones
Se critica de Halloween nuestra incorporación a una tradición anglosajona que no nos pertenece. Si bien es más fácil que penetre una tradición que pertenece al imperio (y eso produce un malestar de colonizado), también es cierto que ver las calles adornadas de calabazas y falsos vampiros es mucho más gratificante que soportar la tortura pública del toro embolao, brutal tradición nuestra que celebraba hace pocos días el noticiario de Tele 5.
En estos tiempos de guerra retransmitida conviene recordar, más que nunca, una tradicional guerra sin fin: la de los seres humanos contra los seres no humanos, la de los hombres contra los animales. ¿Por qué hablar de ello en un momento así, en una época en la que vemos imágenes de niños muertos en bombardeos y atentados? Primero porque, en contra de una opinión muy extendida, la mayoría de las personas que defienden los derechos de los animales no hacen sino extender su fe en los derechos de todos los seres sensibles, empezando (sin antropocentrismo) por los propios humanos.
Aunque al no tratarse éste de un dato científico, y puesto que puede salir cualquiera con eso de que Hitler quería mucho a su perro, remitámonos a la estadística y a lo que sí se considera ciencia, que es la experimentación con animales vivos: un 60% de ellos son utilizados para investigación armamentística o militar. Y, del 40% restante, un 30% es para la industria cosmética y apenas un 10% para una investigación médica que ya ha encontrado métodos alternativos y sigue practicando el horror. Dejamos aparte a los millones de animales que son torturados para ser destinados a la alimentación humana y a la industria peletera. Las palabras al respecto de León Tolstói, proclamadas hace más de un siglo, cobran hoy especial vigencia: 'Allá donde haya un matadero seguirá habiendo un campo de batalla'.
En Liberación animal (Ed. Trotta), libro de cabecera del movimiento, Peter Singer aporta cifras como las anteriores, y muchas más, que demuestran que el abuso y el sufrimiento que los hombres infligen a los animales van destinados en gran medida al entrenamiento y la práctica de matar seres humanos. Miles de perros, monos, conejos, cerdos, ovejas, cabras o ratas son utilizados por las Fuerzas Armadas de EE UU e Inglaterra, entre otros, para prácticas de tiro, para pruebas de simuladores aéreos en condiciones adversas mediante la aplicación de decenas de electrochoques diarios, para medir la capacidad de resistencia a la radiación y a ciertos agentes químico-biológicos. Los departamentos de Defensa llevan a cabo lo que se conoce por rueda de actividad, que consiste en comprobar cuánto tiempo pueden mantenerse los animales, en general perros y chimpancés, en movimiento y a gran velocidad bajo los efectos de unas sustancias tóxicas que les provocan vómitos y terrible malestar. Son sesiones de varias horas al día a lo largo de dos o tres meses. La fase final consiste en someterlos a otra sustancia extremadamente tóxica: los monos y los perros, intentando correr, arrastrándose en busca de auxilio, sufriendo convulsiones y vomitando, van perdiendo la conciencia y pueden tardar hasta dos y tres días en morir. Para comprobar los efectos del TNT en mamíferos, se ha administrado a perros, durante seis meses, altas dosis del explosivo. Para determinar el umbral del dolor, se expone a los animales a descargas, explosiones y golpes hasta la muerte. A los cachorros se les cortan las cuerdas vocales para que no puedan ladrar y no molesten con sus aullidos de dolor y sus súplicas de clemencia.
Inscrita en la Semana Verde Internacional, del día 1 al 4 de noviembre se celebra en la Casa de Campo de Madrid la feria BioCultura 2001. Entre otras asociaciones, acuden allí varias agrupaciones de defensa de los animales que informan sobre esta lucha. Su material de trabajo, como todo lo anteriormente expuesto, es muy desagradable, pero volver la cara y cerrar los ojos no es sino participar de un silencio culpable: 'Sólo el silencio es asesino, racista y obsceno', dice el genial escritor francés Michel Houllebecq. Claro que a Houllebecq se le considera un inmoral, un irreverente, un escandaloso, un loco. Y tiene un perro que se llama Clement.
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