Todos a cubrir (con perdón)
La ciudad va ganando espacios de la nada: ya no necesita -o ya no puede- colonizar el extrarradio. Le basta con cubrir vías rápidas
A finales de mes se van a inaugurar un par de tramos del cubrimiento de la Ronda del Mig, el correspondiente a la Gran Via de Carlos III entre Travessera de les Corts y la avenida de Madrid, y el de la calle de Badal entre la carretera de Sants y Antoni de Capmany. Por poco curioso que uno sea, hay una serie de actitudes que se repiten en todas las personas. Una de ellas es la admiración por la creación de nuevos espacios ciudadanos a partir de la nada. No nos referimos a la reutilización o aprovechamiento de espacios ya existentes, sino a la invención de ellos. Hay intervenciones engañosas: la calle de la Allada-Vermell o la misma Rambla del Raval son áreas ganadas a costa de eliminar ristras enteras de edificios. Con lo cual se gana espacio abierto, pero se pierden casas y por lo tanto la ciudad no aumenta, se trabaja sobre suelo ya existente. Ya no estamos en la época en que Barcelona podía lanzarse a la conquista de Sant Adrià para aumentar territorio. Entonces, ¿cómo conseguirlo? Un camino indirecto, limpio y poco especulativo son los cubrimientos de vías rápidas. Los vecinos las exigen, los técnicos las estudian, los economistas evalúan... y a veces acaba sucediendo el milagro. Años y años con el polvo y el ruido, la 24 horas. Y de la noche a la mañana, el cambio. Es realmente extraordinario: miles de metros cuadrados ganados a la nada. Estuvimos paseando por una de las zonas cubiertas más recientes, la de la Ronda del Mig, desde la Travessera de les Corts hasta las vías del metro, al final de la calle de Badal. Algo que impresiona es la posibilidad de jugar con el espacio como si fuera un anuncio de aquellos de antes y después. Se sitúan en la Travessera de les Corts, en el mismo puente de la ronda. A la derecha, es decir, lado montaña, el pasado: el tajo profundo donde aún hay coches subiendo y bajando por los laterales, en medio las obras, camiones, excavadoras, gente trabajando, ruido infernal, etcétera (se va a cubrir hasta la calle de Mejía Lequerica; inauguración prevista, diciembre de 2002). A la izquierda, el tramo cubierto, la nueva rambla. Donde antes había aire recalentado, ahora hay jardines, niños, jubilados, esculturas modernas, carril-bici, fuentes, bancos (de piedra si están bajo palmera, de madera si están bajo arbolito). Su mobiliario urbano sigue la estética del hierro oxidado: farolas, monumentos, barandillas, parterres, todo, oxidado (no se preocupen, no mancha). Es decir, el ideal noucentista de orden ciudadano puesto al día contra el caos, el ruido y la deshumanización. Sólo con mirar a la derecha o a la izquierda. Y lo ganado se ha ganado al aire, a la nada. Nos acercamos a una madre joven y, sin ánimo de ofender, le preguntamos si tenía el típico síndrome del sonido del silencio; si, acostumbrada durante años al ruido, su ausencia, de golpe provocaba malestar e insomnio. La chica nos echó una mirada que no admitía equívocos: dormía como nunca. Mejor para ella y para su niña, que había llegado al mundo con un parque ajardinado bajo el brazo (en concreto, el tramo central, correspondiente a la Rambla de Brasil, que tiene más de un año). Caminando en dirección mar, nos fijamos en que las farolas, una especie de gancho oxidado, situadas una detrás de otra daban la sensación de una sucesión de letras Y un bosquecito de luces que sumar a la natural. Las palomas, que no atienden al arte urbano contemporáneo, han encontrado una casa ideal en lo alto de dichos ganchos lumínicos. Las hay por docenas y aportan su granito de arena decorativo en forma de manchas blanquecinas rezumando sobre el ocre oxidado. La parte de la calle de Badal, tal como ya hemos comentado, se va a inaugurar a finales de noviembre (cuando está previsto que las obras finalicen en diciembre). Estaba aún cerrada al público. Pero de aquella manera tan nuestra. Como diciendo: yo tengo que mantenerlo oficialmente cerrado, pero no lo cierro mucho para que si quieres puedas entrar. De esta manera, el espacio se usa cuando se necesita y la inauguración oficial a veces lo encuentra ya un poco estropeado. En este tramo en concreto, la verdad es que los obreros estaban dando los últimos toques, con la pulidora de suelos echando polvo. Pero lo más curioso es que, aún sin inaugurar, ya había pintadas de los okupas del barrio. En fin, la vida misma. El espacio colonizado por los ciudadanos. Desde luego, comprendemos perfectamente todos los razonamientos de los técnicos, pero a la vista de lo que se gana cubriendo, no hay color. Y si esto es así en la Ronda del Mig ( con sus tramos intermitentes por cubrir hasta Alegre de Dalt, en Gràcia), no queremos ni imaginar lo que significaría dicha intervención en la parte de la Gran Via a la altura de las Glòries, también pendiente de cubrimiento parcial. Allí la cosa será espectacular porque, se cubra lo que se cubra, con esos famosos alerones previstos sobre la autopista, la calidad de vida de los vecinos aumentará hasta límites insospechados.
Cuando en una ciudad asfixiada como Barcelona ganas terreno sin tener necesidad de ir a la conquista del territorio del vecino ni hacer juegos de manos, el resultado, desde luego, es espectacular (aunque en metros cuadrados sea más modesto).
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