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Columna
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Los ojos tachados

Los policías tienen los ojos tachados. Las mujeres golpeadas tienen los ojos tachados. Los niños delincuentes también tienen los ojos tachados. Miras los periódicos y cada vez son más las personas que salen en las páginas dedicadas a la política, la información local o los sucesos con una tira negra o una malla de cuadrados electrónicos tapándoles los ojos, haciendo que parezcan mutantes, extraños seres sin mirada. Los motivos para embalar los ojos de esas personas acorazadas que salen en ciertas fotos son de muchas clases: a veces se trata de salvaguardar la presunción de inocencia de un detenido o el derecho a la intimidad de una víctima; otras veces se les enmascara para no desenmascararlos o, quizá, por miedo a una denuncia. De manera que la legión de las criaturas sin ojos engloba a los guardaespaldas y los narcotraficantes, las prostitutas de los parques públicos y sus clientes, los guardias civiles y los alborotadores callejeros, con la diferencia de que unos llevan el antifaz de los maleantes y otros la venda de la justicia. En el caso de los rateros o los asesinos, además de desbaratar sus caras, algunas veces también se emboscan sus nombres, reduciéndolos a sus iniciales, de manera que uno abre el diario y lo que lee es una noticia que trata de un hombre sin rostro llamado L. G. M., o algo así. Pues vaya.

Nadie duda de que, en muchos casos, esa ocultación será imprescindible, porque, por desgracia, existe gente a la que hay que esconder para no convertirla en un blanco fácil, para no transformar su vida en una diana. Pero también da la impresión de que la cosa se ha convertido en una especie de moda, en uno de esos recursos mecánicos que son el reflejo de otros recursos mecánicos y dependen unos de otros, igual que el eco de los gritos, algo así como la costumbre detestable y hortera que, de un tiempo a esta parte, tienen los futbolistas de celebrar sus goles mostrándole al estadio una foto de su mamá estampada en la ropa interior o besar el anillo de casados y apuntar con un dedo entre victorioso y arrogante al palco en el que están sus señoras, como si dijesen: 'Esto es sólo para ti, es algo entre tú y yo. Los otros ochenta mil me importan un bledo'.

Estos últimos días, más que nunca, las secciones de Madrid de los periódicos estuvieron llenas de personas con los ojos tachados, y hubo, entre otras cosas, menores a los que se acusa de un crimen, agentes de seguridad, estudiantes que bebían cerveza en una plaza, guardias municipales, yonquis tirados en un solar, familias desposeídas de sus derechos sobre unos niños adoptados, víctimas de las mafias dedicadas a la trata de blancas y del maltrato doméstico... Casi tenía uno la sensación de que al salir a la calle se iba a encontrar a millones de ciudadanos sin mirada, aislados por las tiras negras o las mallas tejidas por un ordenador para no dejarnos ver ni el rostro del bien ni el rostro del mal.

'Las tachaduras de cuanto escribo son mujeres tendidas a semejanza tuya', dijo el poeta Louis Aragón, porque las palabras borradas pertenecen al poema, igual que las horas de sombra son una parte del día. Pero estas otras tachaduras, las que se hacen para romper el espejo de un rostro y silenciar su historia, son más inquietantes: a veces lees que una mujer o un hombre han hecho algo terrible y casi te da más miedo que no tengan ojos ni nombre; su imagen inhumana te hace pensar que, en cierta forma, detrás de esa tira negra podría estar cualquiera, que ese ser que no parece nadie en concreto pudiera ser todos.

Este mundo tiende a vender optimismo y a ocultar el dolor, a convertir incluso la muerte en algo aséptico, profesional, algo que pertenece a la ciencia y los hospitales, no a las personas. Quizá los ojos tachados de algunos miserables salgan de la misma idea: no les dejen ver el mal, no les dejen efrentarse a los ojos del diablo.

Lo único que cabe esperar es que a los futbolistas de la camiseta con niños y la alianza besuqueada, o a cualquier otro clan de famosos, no les dé por pensar que las personas verdaderamente importantes son las que aparecen en los periódicos y en las televisiones con los ojos tachados, porque entonces tendrían que salir a la calle con una tira de cartón atada a las orejas, para estar a la altura. Quién sabe, igual patento la idea y me hago de oro.

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