Marruecos
A España le costó guerras sangrientas quedarse con una franjita del Rif a la que llamó África; después del Desastre -el 98-, la hazaña sangrienta y ridícula de los generales 'africanistas' -¡Franco, Millán Astray y su Legión, su muera a la inteligencia!- fue, al fin, benéfica: el pueblo español expulsó aquel a quien llamaban 'el rey felón' -Alfonso XIII, ahora en el pudridero de El Escorial- y vino la República, aunque los 'africanistas' se vengaron: la única guerra que este Ejército ganó desde Carlos V, y fue contra los españoles civiles y con la necesidad de Alemania, Italia, Portugal; y de Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos. Los 'africanistas' gobernaron 'África' manu militari; no peor que los franceses en sus grandes posesiones y con sus altos comisarios a veces civiles. Vinieron unas circunstancias y se las devolvieron a sus sultanes, que se llamaron reyes por tapar el despotismo oriental, el cual se llamó democracia con 'parlamento', 'partido' y 'periódicos'. Mohamed V y Hasan II, y ahora Mohamed VI, superaron a los colonizadores crueles, cristianos o laicos, en la fabricación de la pobreza. Qué maldita historia se ha ido produciendo desde la década de los sesenta con todos los países que proclamaban la independencia. Más robos, más crímenes.
En Marruecos los ciudadanos de estas dinastías tienen que huir a la tierra de sus antiguos explotadores: prefieren ser maltratados aquí que allí. Mejor con Aznar y su abominable Ley de Extranjería, mejor la aventura a veces mortal del Estrecho, mejor la patada de El Ejido y sus chozas, y las palizas en las comisarías donde alguno ha muerto por rara casualidad, que su tierra y la tradición que aun ahora habla para el futuro de una autocracia que regule la democracia.
Tengo enorme amor por Marruecos, mi tercer país -el segundo, Francia; el primero, la República Española-, o sea por su pueblo humillado, maltratado y engañado durante siglos, con su raro humor, y su bondad natural. Me gustaría verlos libres de sus sultanes y sus imanes de los creyentes, y sus caídes y sus santones, y que la riqueza de su tierra se distribuyera entre ellos. Lo digo por el desplante del de allí al de aquí, de Mohamed a Aznar. No me digan, por favor, que es una ofensa a España. Eso es antiguo: injusto.
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