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Raíces
Columna
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Cronistas

Tenía el don de convertir el paisaje en relato y la paciencia de escuchar atentamente, de respetar las grandes pausas de silencio de los camelleros. Nació en Saltés, cerca de Huelva, vivió en Córdoba, nos dejó un texto memorable sobre las rutas y los reinos del islam del siglo XI y Tuñón de Lara lo considera 'un compilador documentado y serio'.

El cronista y geógrafo Abú'Ubaid al-Bakrî vivió desde Andalucía la convulsión histórica que supuso el brote fundamentalista almorávide: el mirar alucinado, la pureza de la doctrina coránica y el velo negro del desierto. En un mismo brote de fiebre y violencia, de plegaria y degüello, la expansión hacia el norte acabó con la memoria de un califato andalusí tolerante, y hacia el sur arrasó un imperio basado en el comercio, rico y hospitalario, del que pronto no quedó sino el nombre y el eco legendario proyectado por el relato de al-Bakrî : el imperio de Ghana.

Cuando los almorávides derrotaron a Alfonso VI de Castilla en Sagrajas, ya hacía 10 años que habían ocupado y arrasado Kumbi, al norte de Ghana. Cuatrocientos años más tarde, los portugueses fundaron por aquellas costas una factoría, Sao Jorge de la Mina, e iniciaron un tráfico más rentable que el oro o el marfil : el tráfico de esclavos negros.

En la coproducción doctrinal de los cuatro evangelistas y el profeta no apareció una sola línea que objetase este próspero negocio, esta fecunda tregua mercantil entre árabes y cristianos que, levantada la veda, puso un millón largo de hombres negros, reducidos a bestias de carga, en la otra orilla del Atlántico.

Entre los negros que fueron lo bastante veloces para huir, lo bastante astutos para ocultarse, lo bastante fuertes para sobrevivir en las bodegas, hay que situar a los bisabuelos de Kofi Annam, nacido en esa Costa de Oro o de los Esclavos antes de que, llegada la independencia, le buscaran en las crónicas andalusíes de al-Bakrî un nombre propio y cargado de orgullo: Ghana. Kofi Annam, que ha llevado con admirable dignidad su cargo de secretario general de una inmensa esperanza desahuciada, su papel de pobre con la cabeza alta, siempre con sus papeles cargados de razones y argumentos, que no puede leer porque le han cortado la luz a la ONU por falta de pago, es el que deja en mejor sitio a la especie humana, en este trágico guiñol de cristobitas blancos, que se atizan improperios y garrotazos con una furia verdaderamente infantil.

Quizá por eso le han dado el Premio Nobel de la Paz, porque de él, al menos, no tenemos que avergonzarnos, y para que de ese modo el tema de la Organización de Naciones Unidas supere la barrera de los 100 segundos de permanencia en los canales informativos vía satélite digital, donde se escriben las crónicas de nuestro tiempo, aquejado también de fiebre fundamentalista y de un insomnio sin frutos, virtual y polvoriento.

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