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Marruecos, dos años después

Este octubre de 2001, en que escribo estas líneas, es para mí el inicio de una esperanza para mi país y, al mismo tiempo, la enorme alegría de regresar, libre tras 27 años de clandestinidad, cárcel y exilio, libre por fin en mi país, donde renace la libertad.

Esta esperanza era la de todo el país, salvo para los torturadores y salvo también para esos 'ricos', la mayoría de los cuales sólo debe su 'riqueza' al robo, a la explotación descarada e ilegal de los trabajadores, al pillaje de los recursos del agua y de las mejores tierras del país. Jamás olvidaré la imagen de esa anciana de Tafilalet a la que el rey entregó un cesto de la Solidaridad Nacional y que se le abrazó al cuello para besarlo no por el cesto, sino por él, ¡el rey de los pobres!

Pero esta esperanza no es una espera pasiva, espera de las virtudes y del poder de derecho divino. Marruecos, el pueblo marroquí, vive en cuerpo y alma la transición hacia la modernidad. Sin eso no se pueden comprender las extraordinarias muestras de afecto de que fui objeto durante mis viajes por el país en los primeros meses, la mayoría de las veces en compañía de Christine. Esas muestras se dirigían, más allá de mi persona, a todos aquellos que durante esos años negros, mediante 'la fuerza de sus convicciones y la inmensidad de sus sacrificios', sembraron los gérmenes de este 'Marruecos (de este marroquí) nuevo que tal vez está naciendo', según el historiador Maâti Mongib en Le Journal Hebdomadaire, 21 de abril de 2001. ¿Qué queda hoy de esta esperanza? Enumeremos los principales puntos de estancamiento actuales y, en primer lugar, el sector vital, determinante, de la educación nacional. Desde entonces no se ha hecho nada. ¡Nada! En febrero de 2000, el Consejo de Ministros, presidido por el rey, aprobó la Carta para la Reforma de la Educación Nacional, elaborada por una comisión dirigida por el consejero del rey, Meziane Bel Fqih. La aprobó, cito, como 'primera prioridad nacional tras la integridad territorial'.

Y, sobre todo, no debe confundirse con los debates sobre la educación nacional en Francia. Aquí, a partir de mediados de los años sesenta y de forma declarada y organizada a finales de los setenta, se saboteó voluntariamente la enseñanza pública porque se había convertido en el refugio de la oposición radical de los estudiantes y de los profesores. La 'élite' puede formar a sus hijos en los colegios e institutos de la Misión Cultural Francesa para mandarlos posteriormente al extranjero; las clases medias pueden más o menos contentarse con las escuelas privadas; los hijos de los pobres, cuando llegan a la universidad marroquí, están destinados a convertirse en 'licenciados en paro' y nadie sabe qué hacer con ellos. En cuanto a la tasa de analfabetismo, en fuerte regresión a comienzos de la independencia, no ha dejado de aumentar desde entonces.

El discurso del rey daba prioridad al agua para la agricultura, a los campesinos que hay que retener en sus tierras. Pero la 'política de presas', iniciada bajo el anterior reinado para satisfacer los ilimitados apetitos de los 'nuevos colonos' atraídos por los exorbitantes beneficios de la producción de cítricos para la exportación -cultivo que consume una gran cantidad de agua y destruye las capas freáticas-, no se ha interrumpido nunca: la 'estrategia 2020' del primer ministro de Agricultura tras el cambio de monarca ha quedado enterrada y la entrevista al rey en Le Figaro puede significar un cheque en blanco para la antigua política. Uno de los primeros viajes que realizó el rey Mohammed VI por el país fue al Rif, a ese pueblo que fue la capital de Abdelkrim El Jattabi, Adjir, esa región deshonrada por haber rechazado desde siempre someterse al majzen y que incluso en 1958-1959 se rebeló contra este vasallaje. Pero ¿qué se ha hecho desde entonces? Salvo las casas que los emigrados se construyen y la actividad temporal que procura su regreso en vacaciones, reina la miseria, las mafias del tráfico de drogas aún persisten, los jóvenes tienen como única esperanza en la vida intentar cruzar el Estrecho en una pequeña barca, esas pateras de la muerte, pero que son un riesgo de muerte por la vida frente a una vida sin vida, sin esperanza, que es la del país devastado.

Al principio de su reinado, Mohammed VI expuso en líneas generales aquello que pretendía reformar y dijo sobre la mujer: '¿Cómo podemos esperar lograr el progreso y la prosperidad cuando las mujeres, que constituyen la mitad de la sociedad, ven sus intereses vejados, sin que se tengan en cuenta los derechos a través de los cuales nuestra sagrada religión las ha situado en pie de igualdad con los hombres, unos derechos que corresponden a su noble misión y que les hacen justicia ante toda iniquidad o violencia de la que pudieran ser víctimas, y en un momento en que han alcanzado un nivel que les permite competir con los hombres, bien sea en el campo de la ciencia o en el ámbito del empleo?' (discurso del 20 de agosto de 1999). Desde entonces, nada se ha hecho tampoco y el ministro que intentó traducir estas palabras en hechos, Said Saâdi, ya no está en el Gobierno.

'El rey de los pobres', al que esas ancianas abandonadas besaban abrazándose a su cuello en sus viajes por el país, hoy afirma ser también 'el rey de los ricos' (esperemos que se trate de un lapsus y que Mohammed VI haya querido decir que también defiende la libre empresa moderna y respetuosa con las leyes, y con las leyes modernas, pero no a esos saqueadores sin fe ni ley que constituyen la mayoría de los 'ricos' de este país). En esa misma entrevista para Le Figaro, Mohammed VI declaraba estar 'dispuesto, por [su] parte, a todo lo que pueda contribuir a la verdad' sobre el asunto Ben Barka, pero la policía y los jueces marroquíes impiden a un testigo fundamental viajar a Francia para responder a las preguntas del único juez de instrucción del planeta encargado de este caso y lo encarcelan por una cuestión de 'cheque sin fondos' que sale a la luz precisamente en ese momento. Mohammed VI anuncia un programa para luchar contra la insalubridad de las viviendas, pero el resultado inmediato es el aumento de la tarifa de la corrupción en los informes de construcción de edificios. Sin embargo, es cierto que el reciente nombramiento de walis (gobernadores regionales) no pertenecientes al círculo de la corte puede ser un primer paso para invertir esta tendencia.

Hay que buscar la explicación para tantos estancamientos. Uno de los análisis más profundos es el de Abdeslam Maghraui, profesor universitario marroquí, profesor visitante en la Universidad de Princeton, publicado por el Middle East Report en la primavera de 2001. El autor pone en evidencia la estructura creada durante los 38 años del anterior reino sobre la base del antiguo sistema majzen, una estructura que 'bloquea el cambio' .

Esta estructura extiende sus tentáculos hasta las direcciones de los partidos políticos de la antigua oposición legal; con mayor motivo, a las de los demás, a las altas instancias de la Administración, a la mayoría de las patronales y de las direcciones sindicales, a todas las 'máscaras de acero', según la expresión utilizada por Maghraui, y se apoya -preciso yo- en el aparato dominante del Ejército (pero menos en el servicio secreto de la policía, que ha quedado debilitado por el comienzo de cambio).

Hay que romper esta estructura. Para la continuidad de la monarquía marroquí -una continuidad que obliga a un cambio-, Mohammed VI debe realizar la ruptura que demandaba Abubakar Jamai, director de Le Journal Hebdomadaire, al presentar el informe Ben Barka. No se puede reforzar esta estructura, no debe ser consolidada afirmando el derecho de la monarquía marroquí a ejercer de forma definitiva 'un poder ejecutivo fuerte' a imagen, nos dicen, de Estados Unidos, olvidando que allí el presidente es elegido mediante sufragio universal directo y secreto por cuatro años, reelegible una sola vez, y no es ni 'inviolable' ni 'sagrado'.

El reciente nombramiento de un nuevo ministro del Interior, Driss Jertu, que tampoco pertenece al círculo de la corte, puede ser un paso en esa dirección. Pero el año que nos separa de las elecciones legislativas debe ser decisivo en esa orientación.

De igual modo, la reciente reafirmación de Mohammed VI de nuestras raíces, tanto bereberes como árabes, establece de hecho la necesaria ruptura con el 'islamismo árabe'. Además, la cuestión saharaui nos obliga a avanzar hacia la democracia. Pero aquí también se impone la transparencia. El proyecto de autonomía para el Sáhara Occidental no puede quedar limitado por unas medidas defensivas que darían al Ejército marroquí unos poderes excepcionales. Sólo el reconocimiento por parte de Marruecos de los errores del pasado y el progreso conjunto de los pueblos de Marruecos y del Sáhara Occidental hacia la democracia pueden dar sentido y credibilidad a este proyecto.

A medio plazo, Marruecos debe encaminarse hacia una monarquía parlamentaria en la que el rey siga siendo el pilar de la nación y en la que los poderes emanen del sufragio universal. El pueblo marroquí, cuyo despertar a la ciudadanía es manifiesto, debe emprender sin más obstáculos el camino hacia la democracia, el camino hacia la justicia social, el camino hacia la modernidad. Las fuerzas de la izquierda radical marroquí que han escapado a las componendas de las 'máscaras de acero' deben unirse, sin caer en nuevas componendas, para ser el principal motor de este cambio partiendo, ante todo, de la sociedad civil. El Marruecos moderno y democrático debe vencer al pasado.

De lo contrario, como nos demuestra la nueva situación internacional, el futuro será más horrible incluso que ese pasado del que procedemos.

Abraham Serfaty es uno de los más famosos opositores al régimen de Hassan II. Hace dos años volvió de su exilio en Francia y actualmente es consejero de Mohamed VI para asuntos energéticos.

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