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Columna
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Pensamientos despeinados

Surge un nuevo ambiente en los medios políticos. Repárese para comprobarlo en Gescartera, en los créditos del HSBC a las empresas de la familia Rato, en la tercera victoria por mayoría absoluta de Fraga, en la recuperación del presidente guineano Teodoro Obiang Ngema para la lengua española, en los debates del Parlamento vasco, en la destrucción de las armas del IRA, en el último comunicado de ETA remitido al diario Gara, en la retirada por el rey de Marruecos, Mohamed VI, de su embajador aquí. El clima anuncia cambio de estación y propicia algunos intentos para la exploración irónica de la realidad, un ejercicio desarrollado con virtuosismo por Stanislaw Jerzy Lec en sus Pensamientos despeinados (Ediciones Península, Barcelona).

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Cunde el principio de que 'es peligroso asomarse al exterior'. Un principio del que estábamos advertidos los viajeros de Renfe en los letreros adheridos a las ventanillas de los antiguos vagones enganchados a las inolvidables cabezas tractoras de vapor, con sus calderas, sus fogoneros y su canesú. Vagones que, abandonados sobre la vía, terminaban invariablemente en el nudo ferroviario de Venta de Baños. Vagones ambientados con aquella carbonilla aromatizada, tan distintos de las nuevas unidades climatizadas con hermetismo garantizado. Pero ese lema del peligro exterior debería recuperarse y quedar grabado en el frontispicio de La Moncloa, una vez comprobado que sus inquilinos -de Adolfo Suárez en adelante- terminaron por adoptarlo en la práctica.

Porque conviene salir al paso de un error óptico al que nos induce la televisión dando de modo permanente imágenes del presidente en exteriores. En efecto, merced a las nuevas tecnologías, los presidentes del Gobierno pueden desplazarse, incluso a larga distancia, sin haber abandonado La Moncloa. Basta para ello que cumplan su traslado dentro de una burbuja ambiental debidamente acondicionada en cuanto a presión, temperatura y calor humano. Una burbuja que en todo momento rodea y preserva el aislamiento del presidente, que le aísla de modo permanente del exterior propiamente dicho. Mientras, en el microclima de La Moncloa, o a su escala en el de Ferraz, sede de la Ejecutiva socialista, por poner otro ejemplo, se multiplican los expertos en darle la espalda a la realidad en cuanto empieza a ser molesta. Pero el problema se agudiza en aquellos momentos en que la realidad ignorada prepara su venganza rodeándoles por todas partes.

Al presidente de turno le sobreviene entonces la idea de ensimismarse, de retirar todos los depósitos de confianza, de dejarse acunar por el sentimiento de ingratitud de sus contemporáneos por cuyo bienestar tantos sacrificios tiene probados, y opta por quedarse, con toda la razón, aun al precio de la más absoluta soledad. Pero al otro lado de la verja tenemos aprendido que el cabreo permanente es un camino sin salida, que 'la razón no puede prosperar sin esperanza, ni la esperanza expresarse sin razón'. Todo esto sucede cuando en el entorno más inmediato del gran hombre empiezan a sentirse los efectos de las victorias acumuladas y se experimenta la vigencia de esa definición que Elías Canetti formula del éxito como el raticida de hombres, del que muy pocos escapan con vida. Preocupa, pues, que al presidente de nuestro Gobierno pudiera afectarle también ese síndrome, que se aficione a contemplarnos desde las alturas de la información privilegiada y considere cada vez más pequeños a los ciudadanos mientras el país, a sus pies, se le va haciendo cada vez más grande.

Algo de eso refleja el pulsómetro que cada 15 días se difunde por las antenas de la cadena SER. Es notable la mejora de las calificaciones que los encuestados otorgan al presidente mientras continúa el descenso de las referidas a los ministros. Ya sólo aprueban dos: Mariano Rajoy y Federico Trillo, titulares de las carteras de Interior y de Defensa, que tanto protagonismo han ganado desde el 11 de septiembre. Los de la oposición socialista piensan que basta dar cacao a las vacas para ordeñar chocolate, mientras en el PP los acérrimos del dos por uno intentan la operación imposible de ordeñar al chivo expiatorio. Entretanto, quedamos a la espera de la lista de personas non gratis.

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