_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

'Chalanes'

Finalmente, la flamante cúpula del PSOE ha tenido que tragarse el chulesco desplante con que un malherido vicepresidente Rato eludió rendir cuentas ante el parlamento, acusándoles de chalaneo con olímpico desprecio. Zapatero se dolió del insulto como si le abofeteasen en público para desafiarle a duelo. No era para menos, pues ser tenido por chalán rompía la trabajosa imagen de flemático gentleman que se ha construido para representar su cambio tranquilo. Así que, para no perder la cara, se vio obligado a exigir reparaciones. Pero lo hizo con tan poca maña que al final ha salido trasquilado, quedando como un pardillo. Debiera haberlo pensado mejor, pues las fieras agonizantes devuelven zarpazos terribles cuando se sienten acorraladas. Y Rodrigo Rato es un killer brutal, que se zampa a sus víctimas de un bocado incluso en sus horas más bajas. Que se lo digan a Ramallo si no, cuando le congeló la sonrisa en los labios al dejarlo con la mano colgando. Pero claro, Zapatero es un alfeñique al lado de Ramallo. Así que Rato se limitó a ignorarle perdonándole la vida.

Lo que pasa es que con éste ya son demasiados gatillazos los que se apunta el nuevo PSOE. Del apuro gallego han salido vivos como han podido, pero el debate del presupuesto ha sido un fiasco completo, sin valor para subir a la tribuna a discutir las cuentas del reino. Su falta de olfato comienza a preocupar, sin reflejos para cazar al vuelo una pieza tan golosa como la nueva ley de universidades, que podría servirles para poner de su parte a unos claustros pisoteados como felpudos por Pilar del Castillo. Y su propensión a pactar en inferioridad ante un rival superior, que encima les desprecia y abusa de ellos, les está saliendo bastante mal, pues de ninguno de los tres acuerdos firmados (antiterrorista, de financiación autonómica y de reparto del poder en las instituciones de control), que tan provechosos han sido para el Gobierno, han podido extraer los socialistas demasiada rentabilidad. Así que negociando como tratantes o chalanes no parecen tener mucho futuro, precisamente.

Es curioso que el otro día Zapatero, en la presentación del libro que Julia Navarro le ha dedicado, propusiera como modelo la democracia deliberativa, cuando él mismo parece tan propenso al chalaneo. Y aquí hay una contradicción, pues deliberación (intercambio de argumentos y razones) y negociación (intercambio de sobornos y amenazas) se oponen como el día a la noche, según Elster. Pero no nos pongamos moralistas angélicos, pues, como demostró Downs, la política es un mercado de votos y alianzas: puro chalaneo. Más por estos pagos, donde navega tanto tahúr del Misisipí, y quien esté libre de pecado que tire la primera piedra. ¿Qué hace Ibarretxe más que vender muy cara su cooperación antiterrorista al impagable precio de la autodeterminación, amenazando con referendos imposibles si no se le pagan los 37 plazos de la deuda autonómica? Por lo demás, dos no pactan si uno no quiere, y si Zapatero es un chalán, también lo es quien pacta con él. Pero Aznar y Rato creen que toda España es suya por derecho de pernada, dada su mayoría absoluta, y tener que negociarla con vascos y socialistas les saca de sus casillas.

Ahora bien, igual que hay cosas que ni se compran ni se venden, como dicen que sucede con el amor, lo mismo sucede en política, para que pueda ser tenida por democrática. Quiero decir que hay instituciones que deben quedar al margen del chalaneo. Por ejemplo, el poder mismo, que debe ser elegido por el libre voto ciudadano, y no repartido entre chalanes ni vendido al mejor postor. Ésa fue la gran diferencia entre la Restauración canovista y la de Suárez, cuando negoció nuestra Transición. Hace cien años, conservadores y liberales se repartían el poder como chalanes a espaldas de los burlados electores. Y hoy no pasa así. Es verdad que tenemos pactadas las reglas de juego que arbitran la lucha por el poder, pero no está pactado el resultado del juego ni el reparto del poder mismo. ¿O sí lo está? ¿Qué sucede con el poder arbitral de las instituciones independientes que han de quedar fuera del juego electoral, como el Tribunal de Cuentas, el Tribunal Constitucional y el Consejo General del Poder Judicial? Aquí es donde el chalaneo resulta ilegítimo e inadmisible.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_