El arte y/o la vida
Seguí los avatares de la guerra terrestre en Afganistán desde Múnich y, como comprendo mal el alemán, seguía las noticias por la CNN y por la televisión francesa. ¡Qué grandes diferencias en el tratamiento de la guerra! En las horas siguientes a la declaración de los combates, los franceses ya estaban debatiendo con sus especialistas la conveniencia o no de los ataques norteamericanos en Kabul, haciendo gala de su pasión por la crítica y por el librepensamiento. Mientras tanto, el presentador de la televisión norteamericana no sabía, en cambio, dónde estaba Herat y anunciaba, en breve, un nuevo mapa con su correcta localización (!). En Europa se hubieran muerto de vergüenza por no saber algo así (sobre todo habiendo mapas); la ingenuidad norteamericana sigue, en lo cultural y por lo que parece, incólume.
Marina Picasso se lamenta en su autobiografía del poco cariño que recibió de su abuelo. Un problema clásico de las grandes personalidades: lo dan todo a su obra y bastante menos a las personas cercanas
Dos días más tarde fui a París, donde han cerrado todas las papeleras públicas por temor a las bombas. En su lugar han colocado unas horribles pero prácticas bolsas de plástico verde, que ondean al viento. Así que, más que almacenar, esparcen la basura, con lo que París estaba sucio, aunque por fortuna tranquilo. En el metro avisaban, cada tres o cuatro minutos, que nuestros bolsos y bolsas podían ser abiertos e inspeccionados por el bien de la seguridad general.
La mayoría de los museos estaban cerrados por una huelga que ya dura más de una semana y que ha hecho perder mucho dinero al país. Pero pude ver lo que el Museo de Artes de África y de Oceanía ha comprado al coleccionista suizo Barbier-Muller, que es espléndido. La colección pasará a englobar los fondos del futuro Musée des Arts Premiers (según la definición de André Malraux para el otrora llamado arte primitivo), cuya apertura está prevista para 2004 y que constituirá el futuro Musée du Quai Branly, cuyas obras africanas, oceánicas o precolombinas 'harán ruborizarse', como dijo Óscar Caballero, 'a la vecina Gioconda'. Sería de esperar que nuestra ciudad llegara a un acuerdo económico con el coleccionista suizo para que esta otra pequeña maravilla que es el Museo Barbier-Muller de la calle de Montcada se quedara siempre entre nosotros. Pues ahora, casi un siglo después de que los artistas de vanguardia las descubieran, las artes primeras están absolutamente de moda y cada año que pasa lo estarán más, con lo que atraerán a un buen numero de visitantes.
En París he comprado la autobiografía de Marina Picasso, en la que se lamenta del poco cariño, por no decir nulo, que Picasso le dio como abuelo. Un gran dolor recorre el libro, salpicado de alguna frase extremadamente cursi, seguramente añadida por el periodista que transcribió sus vivencias ('desde el inicio, nuestros biberones no contenían leche, sino un veneno (...), el de Picasso'). Marina debiera haber sabido -lo que es imposible cuando se es una niña, o cuando se tiene un padre como Paulo, del que ella misma confirma que no fue otra cosa que un pequeño play-boy amante de los coches de carreras- que no se puede esperar de los artistas nada más que su arte. En él vuelcan el 90% de su energía , afectividad incluida. También Matisse le dijo a su mujer: 'Te amo mucho, pero más amo a mi pintura', y no por ello lo consideramos un monstruo. Sí, Picasso fue el colmo de la inhumanidad y destruyó psicológicamente a la mayoría de los que le rodearon, salvo a los fuertes: su hija Maya es una señora de gran bravura y simpatía, Françoise Gilot se salió muy bien del asunto... y Marina, sensible e inteligente, halló finalmente su vía en acciones benéficas destinadas a ayudar niños huérfanos del Vietnam. Le costó l4 años de psicoanálisis liberarse de este nombre de familia y de esta falta de cariño, un cariño que ella volcó en otros seres 'sentimentalmente desheredados'. Su hermano Pablito no lo consiguió: se tragó una botella de lejía a la muerte del maestro -no los dejaron asistir al entierro- y murió al cabo de tres meses de lenta agonía.
El relato es terrible, pero si algo se aprende después de convivir con artistas durante 30 años es que su posible humanidad reside únicamente en su arte. En Picasso, algo que Marina intuye de lejos y traduce en algunas de su frases, sólo hay deseo y posesión. También hay reflexiones sobre la vida y la muerte, pero hay, en efecto, poca ternura, que es lo que un niño, o un adolescente, a todas luces necesita. La ley del arte, en ocasiones, no rige para la vida, aunque si se trata de gran arte siempre nos enseña algo sobre la vida. Quiero decir con ello que al final de sus días seguramente habrá un momento en que Marina contemplará un picasso, por ejemplo la Cabeza de cordero degollada, de l939, o la Mujer embarazada, de l950, y de golpe comprenderá que aquello es una interpretación de la humanidad, de ciertos sentimientos humanos, y que para llegar a expresarlos a veces hay que sacrificar otros aspectos de la existencia. Como el de hacer de abuelo.
Victoria Combalía es crítica de arte.
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