Un atropellado ajuste de cuentas

¿Para qué sirven los economistas? Todo el mundo sabe en qué consiste el trabajo de un médico, un arquitecto o un minero, pero mucha gente tiene la percepción de que los gurús de la economía son individuos que se dedican a analizar los hechos una vez que se producen, y que, si hacen predicciones, las modifican a conveniencia y sobre la marcha.

El objetivo de este libro es insistir en la idea de que un economista no sirve para nada. Según prometen sus editores, la obra explica por qué los economistas 'se equivocan y arrastran a equivocarse a sociedades enteras', y lo ilustra con casos como el hundimiento del fondo LTCM, en el que participaban los nobel Merton y Scholes, o la incapacidad de Michel Camdessus, director del FMI, de predecir la crisis asiática.

La idea es prometedora, y probablemente se habría transformado en un buen libro si hubiese partido de un punto de vista neutral, o de una simple duda: ¿merece la ciencia económica el calificativo de ciencia? La idea requiere un debate serio y riguroso, en el que participaran voces a favor y en contra, y donde hubiera datos que demostraran qué economistas han acertado en sus predicciones, y cuándo, y cuáles de ellos no lo han hecho, y por qué.

En el libro de Bernard Maris, sin embargo, no hay rastro de debate, ni de objetividad. El autor es profesor de economía de la Universidad de Toulouse y miembro de la ATTAC (Asociación por una Tasa a las Transacciones financieras especulativas para Ayudar a los Ciudadanos), una de las asociaciones antiglobalización más combativas. Maris parte de la base de que el economista es malo por definición, y todo el libro está destinado a reforzar esa idea.

Esta subjetividad, en todo caso, no tendría por qué ser un problema. El análisis del vicepresidente del Consejo Científico de ATTAC sobre las meteduras de pata de grandes gurús de la economía es pertinente en un momento en que la globalización de la economía está a debate, y debería resultar interesante, si los razonamientos tuvieran peso y el libro estuviera escrito con inteligencia y sentido del humor. Maris es directo y combativo, pero carece de gracia, y sus razonamientos son oscuros para cualquiera no iniciado en economía. Para demostrar, por ejemplo, la falta de validez de la ley de oferta y demanda, el autor da muchas vueltas y recorre el camino a toda prisa, así que al final llega a conclusiones de las que el lector sólo intuye el origen y jalonadas, además, de expresiones -'la ley de la oferta y la demanda que conduce al equilibrio, viva la ley, viva la paz civil, hagan el mercado no la guerra, tralalá, es algo apenas bueno para Sorman y los atontados del liberalismo'.

El tono del libro llega, incluso, a resultar molesto porque es insultante, para todo y para todos: 'Pequeños cretinos engreídos', 'el mercado es un vasto burdel', 'el AMI [Acuerdo Multilateral de Inversiones] y sus vampiros'. Da la sensación, en fin, de que el libro es un enorme ajuste de cuentas, escrito a toda prisa y repleto de insultos, cuando podría haber sido una reflexión inteligente sobre una percepción que preocupa a mucha gente, y que Bertrand Rusell resumió en una frase: 'La economía sólo dice que un cuadrúpedo es un animal con cuatro patas'.