Buen círculo mal cerrado
Pocas veces de manera tan clara como en Sólo mía -primer largometraje dirigido por el veterano ayudante de dirección Javier Balaguer- una pantalla logra transmitir las ganas de los intérpretes de que lo que hacen dentro de ella, que aquello a lo que dan con riesgo su carne y sus mecanismos de autoestimación, transmita espíritu, dé sensación de cosa vivida, despida sinceridad, convenza. Saben Sergi López y Paz Vega que están representando algo sumamente delicado, grave y verídico, y en su diálogo de rostros es palpable su tacto, su exquisito esmero, pues casi se toca con las yemas de los ojos la evidencia de que luchan consigo mismos por estar a la altura de esa gravedad y esa verdad de la terrible tragedia cotidiana que representan. Así, el esfuerzo profesional se adhiere en su tarea al esfuerzo moral.
El trabajo de ambos es generoso, porque deja ver cómo se desencadena, se conjuga y crece el contrapunto de un dolorido y desmesurado idilio, por otro lado tan común. Merece la pena asistir con respeto y ánimo encogido a este amargo relato, que comienza por todo lo alto y alcanza notables calidades, pero que bruscamente termina en el despeñadero de una incomprensible y apresurada escena de desenlace formalmente decepcionante, que tiene algo del gatillazo de un buen círculo mal cerrado.
El esfuerzo de conquista de la gradualidad -la alta precisión de su definición del personaje paso a paso y en ascenso- que Sergi López despliega en su nítida y exacta estrategia de composición del marido de este sombrío matrimonio es un golpe de cálculo expresivo expertísimo, magistral, de inteligencia interpretativa muy afinada y de gran dominio de lo indirecto y lo paulatino. Es algo que hay que situar entre lo mejor y más concienzudamente elaborado por un intérprete en el cine español reciente.
Pero, al otro lado del grito, las ondulaciones, los sutiles vaivenes de la réplica de Paz Vega van incluso más allá del estímulo de su actor oponente, pues la actriz se mueve sobre un registro más liviano, más frágil y más difícil de dominar, ya que el gesto de la esposa que Paz Vega compone tiene que dar, y la da, forma a un proceso de respuesta a la agresión que parte de la inocencia absoluta e incluso de la perplejidad, lo que a la hora de la composición de su personaje complica las cosas. Tarea vidriosa y escurridiza, a la que es muy difícil dar carne, pero que Paz Vega materializa y reduce a imagen con una precisión casi turbadora, pues se embellece y crece como mujer mientras su imagen mansa se va haciendo poco a poco hiriente e impulsada por la gallardía de la fiera herida.
Y asistimos así a un inolvidable cruce de gestos de lucha que desemboca lamentablemente en un giro formal embadurnado por la confusión, la moralina y la blandura. Y la película se cierra sobre un final indigno.
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