La capital de la capital
Los vecinos de Centro intentan sobrevivir al ruido, la inseguridad, el botellón y las continuas obras de la zona
Las tres de la madrugada en un bar cualquiera de la zona de Huertas. Cientos de jóvenes bailan y cantan a gritos una canción del grupo Estopa mientras apuran los hielos del último güisqui. En la puerta, un cartel reza 'Todos somos vecinos. Diviértete y respeta el descanso de los demás'. En el edificio de arriba, muchos inquilinos, como cada noche del fin de semana, no pueden conciliar el sueño por culpa del ruido del bar. Llevan años de lucha contra los gritos, las risas, los cánticos en la calle, el motor de los coches a altas horas de la madrugada. 'Al final, el distrito se va a convertir en un inmenso polígono de copas, van a conseguir echarnos a todos', denuncia Juan Carlos Mora, presidente de la asociación de vecinos Barrio de las Letras.
Los fines de semana miles de jóvenes toman calles y plazas con botellas de alcohol y refrescos
Los inmigrantes comparten pisos pequeñísimos que se utilizan las 24 horas del día
Juan Carlos es uno de los 136.000 residentes del distrito de Centro, zona emblemática por su pasado histórico y por ser el actual núcleo turístico, administrativo y comercial de Madrid. Centro está dividido en seis barrios (Embajadores, Cortes, Justicia, Sol, Palacio y Universidad).
Poco a poco, el bar baja la música, atenúa las luces y la gente empieza a salir. Algunos continúan la noche en alguna de las discotecas de la zona que tienen permiso para cerrar más tarde, casi a la hora en la que empiezan a abrir los comercios, los bancos, los restaurantes o los más de 90 quioscos que hay repartidos en las calles del distrito. A las ocho de la mañana, los noctámbulos se cruzan en la Puerta del Sol con los barrenderos, los empleados de las tiendas cercanas o con los turistas más madrugadores.
Y mientras los comerciantes empiezan a levantar las persianas de sus tiendas y a esperar la llegada de los clientes, los coches empiezan a tomar la zona. Son las diez de la mañana. Los aparcamientos públicos se llenan, al igual que los sitios en superficie donde está permitido aparcar. Después de dar vueltas, muchos, llevados por la desesperación, dejan el coche donde no está permitido: carga y descarga, vados, lugares para minusválidos. 'Es una hazaña encontrar sitio para aparcar en el centro', afirma Ángel Lara, concejal de IU y vecino de la zona; 'los fines de semana, esto es la jungla, con vehículos sobre las aceras, los aparcacoches de los restaurantes que dejan los coches en segunda fila. Y la Policía Municipal, sin tomar medidas'. Los residentes y las personas que trabajan en la zona lo saben bien y por eso muy pocos se mueven en vehículo privado. 'No tengo coche porque aquí es imposible aparcar. Me muevo en metro, en autobús y, sobre todo, ando mucho', comenta Carmen Casado, que vive cerca de San Bernardo. Carmen, de 24 años, comparte un ático con otros tres estudiantes. Pagan 150.000 pesetas de alquiler entre los cuatro. 'El piso está viejo, como la mayoría de la zona; entra agua, frío y es pequeño. Pero elegí vivir en la zona centro porque pienso que así se vive Madrid de verdad', comenta Carmen. 'En mi edificio hay gente muy distinta: un piso de ecuatorianos, un militar jubilado, estudiantes que ponen la música alta. Y también tenemos un portero, de esos de toda la vida, que te da las cartas en la mano', explica esta estudiante, que opina, como la mayoría de los vecinos de la zona, que el principal problema del vecindario es el ruido. 'Aunque tenemos otros, como la falta de sitios públicos donde hacer deporte', añade.
Es mediodía y Carmen hace la compra en las tiendas que tiene cerca de su casa: el pan en la gasolinera, la comida en un hipermercado; si necesita un disco o un libro se acerca andando hasta la FNAC o a El Corte Inglés en Sol. Pero caminar por el centro se ha convertido, por culpa de las obras, en una auténtica carrera de obstáculos. 'Es una zona donde hay que ir continuamente saltando, nunca se sabe cuándo van a terminar las obras y es un auténtico desastre para el comercio', denuncia Silvia Escobar, concejal del PSOE. 'Al vecino, como a cualquiera, le sienta mal la obra, pero cuando termina la gente está satisfecha. De todas maneras, hay que distinguir las obras municipales de las de, por ejemplo, Madritel, que es una adjudicación del Ministerio de Fomento', explica Carlos Martínez Serrano, concejal presidente del distrito Centro.
A la hora de comer, los bares y restaurantes de la zona están a rebosar. A partir de las dos y media de la tarde, en muchos de ellos es imposible conseguir mesa. Los menús, entre las 1.000 pesetas de los sitios más modestos y las 3.000 de los restaurantes de lujo. 'Esta zona tiene el mayor número de establecimientos hosteleros de la ciudad. Un día laborable, por aquí circulan medio millón de personas', asegura Martínez Serrano. En las cocinas de los restaurantes y de los bares, muchos trabajadores inmigrantes. El distrito tiene el mayor porcentaje de población inmigrante censada de la capital: un 14%. La mayoría se concentra en la zona de Embajadores. Son latinoamericanos, chinos, senegaleses y marroquíes. 'En algunos pisos viven hasta 10 o 15 inmigrantes y el alquiler lo pagan entre todos, con el peligro de seguridad, si, por ejemplo, hubiese un incendio', asegura Manuel Osuna, presidente de la asociación de vecinos La Corrala. 'Hay sospecha de explotación de realquileres, porque es muy difícil comprobarlo', afirma el concejal presidente de Centro. Son las llamadas camas calientes, pisos pequeñísimos que se utilizan las 24 horas del día: cuando un inmigrante está trabajando, otro ocupa su cama para descansar unas horas, y así sucesivamente.
En calles como Mesón de Paredes, los balcones están llenos de colchones, de sillas, de cartones. La basura que se acumula en los patios interiores de algunos portales contrasta con el olor dulzón que desprenden las macetas de flores que adornan las ventanas más bajas y con la música caribeña que se oye de fondo. 'Al convivir gente de culturas tan diferentes, siempre surgen problemas. Los vecinos que llevan más tiempo viviendo en el barrio se enfadan porque los hijos de los inmigrantes están todo el día en los portales y porque los padres tienen la música a todo volumen. Es normal que la convivencia sea complicada', explican en la asociación de vecinos La Corrala.
Lavapiés, donde hay un número importante de infraviviendas, se encuentra en una primera fase de rehabilitación. La operación municipal, con un presupuesto de 25.000 millones de pesetas, incluye mejorar los suministros de energía, de agua, de electricidad y también las aceras y las calzadas. 'La rehabilitación de edificios es la parte que va más lenta, aunque esperamos concluir en el 2002-2003', dice Martínez Serrano. 'La rehabilitación del barrio se está haciendo con fondos europeos, y lo único que se hace es una limpieza de fachadas, pero no un cambio en serio. Se están alicatando las plazas y suprimiendo las zonas verdes', replica Silvia Escobar, del PSOE.
Las seis de la tarde. Una pareja de turistas británicos busca a algún policía para denunciar que, de un tirón, les han robado una bolsa con documentación y la cámara de vídeo. Paseaban cerca de la plaza Mayor. El señor ha sentido un golpe en la mano y luego han visto correr a dos jóvenes, pero se han quedado tan perplejos que no han podido reaccionar. 'Teníamos Visa, cash, vídeo', repiten. 'Es cierto que Centro es uno de los distritos más inseguros, pero es que aquí vienen muchos turistas, que suelen ser el objetivo de la mayoría de los delitos', afirma Martínez Serrano. Ángel Lara, de IU, opina igual: 'Aquí se dan actos delictivos de poca monta, tirones, atracos, pero porque hay mucha gente de paso. Pero, por ejemplo, no tenemos muchos asesinatos. Lo que hay que hacer es dar una alternativa a toda esa gente que está en la calle para que no tenga que delinquir'.
Los turistas regresan a su hotel, en la Gran Vía, y el día sigue. No muy lejos de allí, en Chueca, las terrazas empiezan a llenarse de gente recién salida del trabajo o de la universidad. Y, de nuevo, el problema del ruido, del choque de intereses entre los que pretenden divertirse y los que quieren descansar. 'Es que ni siquiera con la doble ventana podemos dormir, es un martirio', denuncia un vecino.
Desde hace algunos años, muchos homosexuales han elegido la zona de la plaza de Chueca para vivir, instalar sus negocios o disfrutar del tiempo libre en las librerías, restaurantes y discotecas dirigidas hacia este colectivo. 'Los homosexuales han revitalizado el barrio', comenta Martínez Serrano.
Empieza a anochecer. Chueca y otras plazas, como Santa Ana, Santa Bárbara o las Salesas, reciben el fenómeno más polémico y que peor llevan muchos vecinos: el botellón, nombre con el que se conoce a la reunión todos los fines de semana de miles de chavales en lugares al aire libre en torno a botellas de alcohol, refresco para mezclar y unos vasos de plástico. 'Hay un vacío legislativo porque no está prohibido beber en la calle, aunque lo que habría que controlar bien es el aforo de los bares. Cada fin de semana vienen 200.000 jóvenes de otros distritos a divertirse al centro, que tiene contabilizados 15 lugares de celebración de botellón', comenta Silvia Escobar.
Los jóvenes ya han abandonado las calles y siguen la fiesta en los bares. Sobre el asfalto, cartones de vino a medio terminar, botellas con restos de alcohol y vasos que aún contienen calimocho (mezcla de vino y coca-cola). 'El distrito puede parecer sucio si se pasa un fin de semana por la noche, pero es debido al botellón. Pero la limpieza ha mejorado mucho porque es una cosa muy seria. Tenemos más operarios, más máquinas y más mobiliario', afirma Martínez Serrano.
Las discotecas se llenan de nuevo, y los bares y los restaurantes. Y las tiendas regentadas por ciudadanos chinos que venden alcohol a precios de saldo. Pero también los cines, los teatros, los musicales. Y los vecinos, por una vez, están de acuerdo: es un privilegio vivir en el centro por la oferta cultural que hay, por la vida y la historia que tiene la zona. Aunque, a cambio, muchas noches no puedan dormir por el ruido, tengan que sufrir las zanjas, los turistas, las aglomeraciones en el metro, las colas en los probadores de las tiendas, la inseguridad e, incluso, tengan que plantearse vender el coche o dejarlo en el pueblo ante la quimera que supone encontrar un hueco de aparcamiento.
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