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Columna
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Pobreza

Hay un proverbio inglés que reduce la diferencia entre pobreza y riqueza a una sola libra. Si ganas 20 libras y gastas 19, eres un hombre rico; en cambio, si ganas 20 libras y gastas 21, serás un hombre pobre. Parece muy elemental, pero en la economía doméstica el sistema funciona, el problema es que no siempre es fácil aplicarlo. Hay personas que por muchas cuentas que hagan no puede vivir con el dinero que obtienen. En Madrid, esa linde que denominamos 'umbral de la pobreza' ha sido fijado por los especialistas en 46.000 pesetas. Esa cantidad es donde ellos sitúan técnicamente los limites de la miseria, es decir, que quien gane menos puede considerarse oficialmente pobre y el que lo supere, aunque sea en un céntimo, no ha de ser ya objeto de compasión. Por supuesto que la realidad dista mucho de ser tan cartesiana como esos cálculos apuntan, hay quienes con mas dinero están inmersos en la inmundicia y quienes, con menos, logran vivir con dignidad. Este último es el caso de una mujer que habitaba en uno de los poblados de chabolas de Madrid. Con diez criaturas a la espalda esta señora los sacó adelante levantándose de madrugada para fregar escaleras hasta el anochecer. Después de varios años de duro sacrificio se declara orgullosa de poder comprarle zapatos a sus hijos. En sus circunstancias personales, ese orgullo es un patrimonio bastante más valioso que cualquier propiedad, por onerosa que sea. En nuestra capital hay legiones de mendigos pidiendo por las calles. La metodología que emplean para conseguir el codiciado óbolo es, como ya hemos comentado, de lo más rica y variada. Pueden mostrar lesiones o fingir enfermedades, explicar en un cartel su supuesta tragedia personal o familiar y exhibir cruces y estampas para conmover a los beatos o un perro con cara de pena para enternecer a los amantes de los animales. Muchos viandantes pondrán en duda la veracidad de esos reclamos, pero casi nadie cuestionará que esas personas que les tienden la mano en actitud mendicante son pobres de solemnidad. Y no es del todo cierto. Un día se me ocurrió indicar a un individuo joven al que vi pidiendo en la Gran Vía que en un bar próximo había un cartel ofreciendo trabajo. Hice el ridículo. El tipo no tuvo ningún inconveniente en reconocerme que ganaba más dinero haciendo sonar el bote de las monedas en la vía pública durante dos o tres horas que lo que le daban por servir mesas o limpiar la barra de aquel garito.

Resulta por ello extremadamente difícil generalizar a la hora de poner a la gente el calificativo de pobre, y mucho más el acertar cuando se practica la caridad con los necesitados. En Madrid, según los datos que manejan algunas ONG, más de medio millón de personas viven por debajo del umbral de la pobreza, es decir, que tenemos más de medio millón de pobres declarados. Un panorama desolador para una región cuyos gobernantes presumen de su nivel de desarrollo. Hace unos días convocaron una concentración de personas sin recursos, una concentración de pobres. La pretensión de los organizadores era que la gente procedente de las zonas marginales explicara a los más pudientes cómo viven, o mejor dicho, cómo sobreviven. Era un acto simbólico de los que nunca tienen demasiada repercusión en la conciencia social, pero es bueno que alguien encienda de vez en cuando la linterna y enfoque lo que tenemos delante y no nos gusta mirar. En las últimas semanas, algunas organizaciones han abierto cuentas para recoger fondos con destino a Afganistán. Con lo que allí está ocurriendo y el invierno que se gastan aquellas latitudes, pronto presenciaremos escenas de miseria y horror superlativo. Un periodista amigo que trabajó 17 años en aquella zona del mundo me explicaba la forma en que el Gobierno fundamentalista de Kabul logró la proliferación de los talibanes. Los talibanes propagan su demencial interpretación del Corán y por ello cobran el equivalente a siete mil pesetas al mes. Esa cantidad podría parecer una miseria a no ser por que en Afganistán el sueldo medio no pasa de las dos mil. La pobreza es fácilmente manipulable, y tenerla cerca, o lejos, siempre es un grave riesgo. La mejor receta es combatirla con grandes dosis de talento y generosidad, dos bienes realmente escasos. Los hay tan pobres que sólo tienen dinero.

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