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Columna
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Bajo sospecha

Hay que aceptar que vivimos unos momentos de crisis internacional y de cierta inseguridad en pequeños aspectos de nuestra vida corriente. Es inevitable aumentar algunas medidas de control y de vigilancia. Pero sólo la ingenuidad, la inexperiencia y la falta de sensibilidad histórica permitiría que la desconfianza se extendiera inútilmente, por una imitación mecánica, a todos los ámbitos de la sociedad. Un país que vive bajo sospecha casi siempre termina mal.

Viajar en avión o entrar en un aeropuerto es muy parecido a ingresar en un campo militar de alta seguridad. Barreras, controles, espacios separados, escáner, registros personales y cámaras de vigilancia por todas partes. Desde luego, se hace por nuestra seguridad, aunque habría que emplear la imaginación para aliviar un poco ese clima agobiante de desconfianza.

Pero si uno decide viajar en coche, la cosa también se está poniendo fea. Te obligan al cinturón de seguridad, prohibido beber, mejor no fumar, nada del móvil nuestro de cada día, recomendado dormir cada cierto tiempo, comer poco. Pueden obligarte a soplar por un aparato, analizarte la sangre si es necesario, necesitas unos triangulitos homologados y, además, ahora hay que llevar alguna prenda reflectante. Parece que nuestros jóvenes legisladores no recuerdan lo terrible que es obligarte a llevar distintivos en la ropa, para señalar que eres una persona especialmente peligrosa. Por supuesto, todo es por nuestra seguridad, como siempre ha ocurrido. El castigo puede llegar a la pena capital para nuestro permiso de circulación. Habría que demostrar muy bien que todo esto es necesario y, desde luego, han elegido el peor momento para aumentar las sospechas sobre el ciudadano.

Se están dejando influir por el ambiente y deberían ponerse en nuestro lugar. También a nosotros nos preocupa mucho la vida y la conducción legislativa. Podíamos pedir que los parlamentarios estén amarrados al escaño, para que no falte ninguno cuando se toman grandes decisiones. Que no hablen por el móvil mientras legislan. Algunos vigilantes podrían hacerles soplar por sorpresa, para evitar el abuso de ciertas sustancias que alteren su buen juicio. No deberían estar en sesiones hasta la tantas de la madrugada, porque si no duermen lo suficiente pueden hacer muchas tonterías. Deben llevar alguna prenda distintiva, según partido, orientación ideológica y comunidad de pertenencia, porque a veces nos resulta muy difícil distinguirlos y eso resulta peligroso para el país. Del uso del triángulo para señalizar accidente, avería o desperfecto, prefiero ni hablar. Y que no me digan que es más peligroso conducir un coche, porque eso indicaría un desprecio inaceptable hacia la vida política en una sociedad democrática.

Tenemos que estar vigilantes por culpa de esta absurda violencia que se está desatando a nuestro alrededor. Pero eso no quiere decir que todo político tenga que ser investigado, que cualquier actividad sea especialmente amenazadora ni que los ciudadanos seamos individuos potencialmente peligrosos. Todo lo contrario, ahora más que nunca necesitamos una inyección con dosis altas de confianza y de sensación de libertad. Vivir bajo sospecha, contagiar más el ambiente, sería un suicidio.

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