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Columna
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Y usted ¿qué haría?

Con la buena suerte pasa lo mismo que con las desgracias: vistas desde el lado de los otros, desde el lado de los que no han ganado ni perdido nada, las dos funcionan como un espejo, de manera que cuando escuchamos las noticias sobre un tren descarrilado, un río de lava o una ciudad bombardeada, a menudo nos ponemos en el lugar de los heridos o de sus familias; a veces, ante una imagen terrible, llegamos a llorar por nuestros ojos las lágrimas de otra persona; otras veces es como si las mujeres, los hombres o los niños que son nuestra vida suplantaran por un instante a los torturados, los hambrientos, las víctimas de cualquier infortunio o cualquier canallada y, al imaginarlos en ese trance, nos hacemos preguntas angustiosas: ¿qué hubiera hecho yo?, ¿cómo habría podido soportarlo?

Cuando de lo que se trata es de un golpe de suerte, solemos actuar de la misma forma. Por ejemplo, a alguien le toca un décimo de lotería, y ¿cuántos de ustedes no se han parado un instante a soñar con ese dinero llovido del cielo, a enumerar todas las cosas que harían si hubiesen sido los agraciados? Eso es justo lo que acaba de ocurrir en Parla: hace unos días, alguien entró en un despacho de apuestas, escribió 11-24-29-37-40-42 en un boleto y ha ganado 3.269 millones de pesetas. A partir de ahí, todo un mundo imaginario ha crecido alrededor de ese dinero como una verdadera selva tropical.

El acertante, desde luego, permanece en el anonimato, porque habrá empezado a imaginar las desgracias que puede acarrearle su buena suerte, se habrá visto a sí mismo como una posible víctima del robo, la extorsión, la caradura, la hipocresía; habrá visto cómo lo secuestraban, le hacían chantaje, intentaban timarlo y un larguísimo etcétera de reveses, peligros y calamidades. 'De eso nada', se habrá dicho, 'aquí lo que hay que hacer es disimular y, cuando sea posible, marcharse al paraíso sigilosamente, sin levantar sospechas'.

Pero también están relacionados con esa combinación mágica de números todas las personas que estuvieron cerca de ella, los que estuvieron al lado de 11-24-29-37-40-42 sin verlo, sin darse cuenta de la mina de oro que se ocultaba bajo esas cifras. Hubo alguien que fue a entrar a la administración de loterías, pero al final se dijo no, para qué, con la poca fortuna que yo tengo; hubo alguien que escribió unos números parecidos y estuvo muy cerca de esos 19,6 millones de euros que ha ganado otro. Hay quien, sencillamente, vive en Parla, conoce al dueño del negocio donde se despachó esa papeleta de Lotería Primitiva, vive al lado del lugar donde se selló el documento o cualquier otra cosa que le haga pensar que, de algún modo, esa buena suerte colinda con él, está misteriosamente relacionada con él.

Algunas de esas personas, vecinas del pueblo de Madrid donde llovió silenciosamente el tesoro, han salido estos días en los periódicos y en las cadenas de televisión para decir eso, para imaginar qué harían si fuesen la persona oculta tras 11-24-29-37-40-42, si acabaran de saber que iban a darles más de tres mil millones de pesetas.

Algunos pensaban arreglarle la vida a sus familiares, iban a convertirse en unos seres angelicales, listos para la dádiva y ajenos al egoísmo; otros soñaban con casas de lujo, con coches deportivos o con viajes alrededor del mundo; otros se entregaban directamente a la venganza o a la filantropía, sus corazones se llenaban de desquites y de actos justicieros, de caridad y de misericordia. Alguien ganó tres mil doscientos millones de pesetas y casi todo el mundo fue, al menos durante un tiempo, un poco esa persona.

En muchas partes de este maltratado planeta vivimos en un mundo global y eso, por desgracia, también significa que la guerra y la muerte están cada día en nuestras casas, llegan a nuestros ojos con una brutalidad que no ha conseguido hacernos más sensibles, sino más duros. Cuando llega una noticia tan agradable, un signo de buena suerte tan extraordinario como el del boleto en el que alguien escribió 11-24-29-37-40-42, nuestra cáscara se rompe y nos volvemos él para tocar su estrella, aunque sea de mentira, en el mundo de los ojos cerrados. Qué lugar tan extraño éste en el que la buena suerte resulta tan rara, tan increíble.

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