Un estado de ánimo, no de juego
Hay una cierta coincidencia en considerar que el tridente ha reactivado al barcelonismo. La alineación de Saviola, Kluivert y Rivaldo en un mismo equipo resulta excitante, ayuda a levantar el ánimo, le da poderío al club y tiene un efecto intimidador sobre los rivales. Saviola ha resultado decisivo para que los padres pudieran convencer a sus hijos de la necesidad de volver al estadio en una época de gran oferta deportiva; Kluivert siempre ha sido un jugador seductor por su sonrisa, reflejo de una espontaneidad y naturalidad que ayuda a desdramatizar el partido, y nadie mejor que Rivaldo para representar al hincha azulgrana agobiado y cambiante. Puede que, consecuentemente, el trío de delanteros cumpla una función social. Futbolísticamente, sin embargo, su alineación provoca más que nada un conflicto en el equipo.
El partido de La Rosaleda resultó en este sentido especialmente ilustrativo. El Málaga se defendió con una comodidad insospechada mientras enfrente formaron Kluivert, Saviola y Rivaldo. Los tres puntas no sólo no conectaron, sino que vivieron un partido aparte al de los medios y zagueros azulgrana. Tal que compitieran o se estorbaran, sólo el brasileño remató una vez a portería, la que supuso el gol del empate, justamente cuando se había retirado Saviola. La salida de Geovanni por el argentino mejoró a los jugadores, uno por uno, y también al equipo entero.
Más que un plan de ataque, el tridente ofrece soluciones por partes. Lejos de aumentar, el capital ofensivo del Barcelona se rebaja en cuanto se juntan tres jugadores que, de momento, actúan fuera de su posición. El equipo queda mal parado y el rival le obliga a masticar el juego.Liviano y frágil, Saviola es inutilizado como referente ofensivo, Rivaldo pierde efectividad al bajar a recibir la pelota y Kluivert se desgasta ejerciendo de enganche.
El tridente necesita munición y ni se pone para recibirla ni tiene quien se la suministre. Falto de volantes profundos y de laterales capaces de jugar el balón, el equipo queda partido por la mitad y, por tanto, resulta fácil de controlar, sobre todo por la no ocupación de las bandas. A la que no hay permutas, intercambios ni movilidad en el ataque, el medio centro queda también inutilizado: ni puede tocar para los extremos ni meter pases interiores. Xavi no pudo activar al tridente y, en cambio, habilitó a Gabri y puso buenos balones para Geovanni en cuanto el brasileño entró en escena, una prueba evidente de que el campo se había ensanchado con un cambio y los laterales del Málaga en vez de reforzar a los centrales tenían que cuidar de los jugadores de banda del equipo rival.
A diferencia del Bayer Leverkusen, que facilitó las rápidas transiciones del tridente, el Málaga limitó el intervencionismo de los puntas barcelonistas y obligó a Rexach a replantearse el partido y el futuro. El Barça ya sabe defenderse tras haberse endurecido, pero ahora le falta aprender a atacar, cosa que no se consigue juntando delanteros, sino respetando las leyes naturales del juego. A la espera de repartir los papeles y de darle personalidad al equipo, el tridente es más un estado de ánimo que de juego.
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