El poder de las palabras
George Orwell comentó una vez que los intelectuales occidentales no olvidaban nunca el poder liberador de la ideología y el poder opresivo del nacionalismo, pero rara vez recordaban el poder opresivo de la ideología y la fuerza liberadora del nacionalismo. En estos tiempos peligrosos e inciertos, yo valoro más el sentido común que los principios abstractos sobre las libertades civiles.
Está claro que fue una ineptitud por parte de la consejera de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice, el pedir a la CNN que redujese la cobertura directa de Osama Bin Laden, y también que los medios de comunicación son un monstruo sin cabeza que se mueve a zancadas, tienen un poder inmenso y que podrían resistir un análisis más minucioso. Pero convertir la metedura de pata CNN / Osama Bin Laden en una importante cuestión de libertades civiles me parece tendencioso, y no es mi prioridad máxima en este momento.
A Bin Laden no le preocupaban los derechos de las 6.000 personas que estaban en las Torres Gemelas, donde la mayor parte de los que recibieron el golpe (aparte de los bomberos y los policías) eran gente que va temprano a trabajar, gente de la clase trabajadora, la mayoría nacidos fuera de Estados Unidos, y ejecutivos jóvenes. Ni tampoco está interesado en las libertades civiles de las mujeres de Afganistán, cuyas vidas se han convertido en un infierno viviente bajo los talibanes. El momento de haber empezado a preocuparse urgentemente por las libertades civiles y el derecho a la libertad de expresión, y, por supuesto, el derecho a la vida, fue cuando asesinaron al traductor de Salman Rushdie.
En Nueva York, nuestra prioridad sigue siendo levantar la moral de la ciudad y proteger a la enorme población árabe y musulmana (nadie se ha vuelto contra la población árabe y musulmana de Nueva York). A escala internacional, la prioridad es la protección humanitaria de la población de Afganistán.Las noticias llegan hasta nosotros de varias maneras. Hay reportajes directos, entre los que se incluyen los reportajes estúpidos y todos los vicios ya conocidos de los medios de información. También incluyen propaganda y desinformación. Seamos realistas. Yo comprendo la lógica de ser antibelicista o pacifista. Pero el estar en guerra con Bin Laden y fingir que estás interesado en lanzar su mensaje a todo el mundo es un contrasentido.
El recuerdo de mi infancia durante la II Guerra Mundial es que nos impusieron muchas restricciones. Las cartas de los soldados llegaban censuradas a casa para que no se divulgara información militar, la prensa no se quejó porque Roosevelt no la informara con anticipación del desembarco en Normandía, ni tampoco nos transmitían la propaganda de Goebbels.
La potencia de las máquinas de propaganda está muy subestimada (por eso siempre he insistido en que cada país tenga su propia prensa). Una parte enorme del éxito inicial de Hitler se debió a la máquina de propaganda bélica de Goebbels, un hecho que frecuentemente pasan por alto los historiadores que prefieren hablar de las batallas militares. La razón de que Francia fuera tan dura con los escritores colaboracionistas tras la liberación es que no eran escritores que simplemente estuvieran expresando su opinión. Eran escritores a sueldo de la Oficina Alemana de Propaganda (la Quinta Columna), y contribuyeron a desestabilizar sus Gobiernos antes de que llegasen las tropas alemanas.
Las palabras pueden ser armas potentes de guerra y de caos. Los mulás exportados a todo el mundo desde Arabia Saudí no predican la religión islámica: enseñan a los niños a odiar. Aplaudo el artículo del jeque Saud Nasser al-Sabbah que apareció esta semana en el periódico saudí con sede en Londres Asharq al-Awset, en el que este antiguo ministro kuwaití de muy alta posición critica a su propio país por su peligrosa hipocresía al no imponerse a sus extremistas islámicos. Si vamos a hablar de libertad es esencial que sean oídas las voces de los árabes y musulmanes moderados.
Barbara Probst Solomon es escritora y periodista estadounidense.
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