Aventuras catalanas del ántrax
El ántrax es ya famoso. Está acaparando portadas. Es, junto a los aviones comerciales, el principal argumento letal de los invisibles enemigos de Occidente. El ántrax viaja en humildes sobres de correos. Lo que más sorprende de esta novísima guerra mundial es que sus males viajan hacia nosotros plácidamente. Cándidos pasajeros de avión convertidos en rellenos de explosivo. El poder militar estaba preparado para hacer frente a bombas de última generación. Estaban ya imaginando un fabuloso paraguas cósmico para frenar un ataque ultramoderno. Nunca pensaron (y menos en pleno auge del e-mail) que alguien pudiera convertir un sobre de papel en un mal invisible. Viajando en sobre ha llegado el ántrax al mismísimo Capitolio. Y nos ha metido a todos el miedo en el cuerpo. Por si fuera poco, la locuaz ministra de Sanidad se refiere a nuestro abollado buzón casero como posible contenedor del sobrecito letal. El miedo puede ser más peligroso que el mismo Bacilus anthracis. Lo explicaba en este diario el doctor Andreu Segura: 'Sin miedo, los peligros siguen existiendo, pero se pueden afrontar con mayor claridad'. Lo que a continuación voy a contarles pretende, precisamente, contribuir a desdramatizar la fama del célebre bacilo que los bioterroristas han puesto de moda. Voy a hablarles de algunas curiosidades que acaban de contarme sobre el ántrax. Curiosidades catalanas, para ser precisos.
El veterinario Joan Arderius aplicó en España por primera vez, en 1882, en el Empordà, la vacuna contra el ántrax
Resulta que, por razones que no vienen al caso, uno de mis mejores contertulios es veterinario. Se trata de Artur Soldevila, prestigioso experto catalán en producción animal, delegado del Ministerio de Agricultura con los gobiernos de UCD y el PSOE. y fundador de Semega, un centro piloto adscrito a la Diputación de Girona que ha contribuido decisivamente a desarrollar la mejora genética y productiva de la ganadería gerundense. El prestigio del doctor Soldevila lo ha confirmado el Ministerio de Agricultura francés, que acaba de concederle la medalla al mérito agrícola. Pues bien, Artur Soldevila, que está ya jubilado, dedica parte de su tiempo libre a estudiar la historia de los veterinarios catalanes. Hablando del ántrax, el otro día se refirió a un curioso personaje de Figueres, injustamente olvidado: Joan Arderius Banjol (1841-1923). La Enciclopèdia Catalana da cuenta de él en cuatro irrelevantes líneas en las que se describe su personalidad política: federalista, polígrafo, conspirador contra Isabel II y alcalde de Figueres en 1872, poco antes de proclamarse la Primera República. Arderius era, en efecto, un clásico espécimen de federalista ampurdanés del siglo XIX. Los más célebres representantes de este federalismo tramontanesco son el escritor Abdón Terrades, socialista utópico e incansable conspirador, y el celebre inventor del submarino, Narcís Monturiol: científico fantasioso e idealista hasta las cejas. Como ellos, el veterinario Arderius mezcló una apasionada vocación política con una no menos apasionada, y a veces pintoresca, pasión científica. Joan Arderius promovió, por ejemplo, desde Figueres, un reglamento para los mataderos de toda España a raíz de un brote de una enfermedad bovina pulmonar llamada mal de la perdiu. Fue un vigoroso reformador de la sanidad animal y un apasionado defensor de la hipofagia, es decir, del consumo de carne de caballo (carne que, siendo popular en Francia, estaba prohibida en España: Arderius promovió la apertura de la primera carnicería caballar española, en Figueres, algunos años antes de que la hipofagia fuera legalizada).
Joan Arderius estudió veterinaria en Madrid, pero se casó con una francesa. No es raro que estuviera al tanto de los avances científicos de París. Muy cerca de París, concretamente en la granja Pully-le-Font, en el pueblo de Melun, tuvo lugar el primer experimento de vacunación contra el ántrax. Corría el año 1881. El Bacilus anthracis había sido descubierto años antes por el alemán Koch, pero fue Pasteur el que fraguó la primera vacuna. Pasteur no contaba, sin embargo, con el beneplácito de los científicos franceses. El veterinario Roussignol era uno de sus máximos detractores, pero aceptó una especie de reto. Pasteur vacunaría sólo a una parte del rebaño de una granja con la que Roussignol tenía relación. La otra parte no sería vacunada. El rebaño entero pastaría en un 'campo maldito' (así se llamaban los campos infectados por el ántrax: campos que permanecían inservibles durante años) El experimento, realizado en presencia de un numeroso público científico, resultó ser un éxito para Pasteur. Los animales vacunados evitaron la contaminación, que enfermó a los otros. Pasteur pudo demostrar que unos gérmenes atenuados del ántrax inmunizaban a los animales y les protegían contra la mortal enfermedad. Allí, en Melun, estaba Arderius, unico veterinario español junto con los científicos franceses. Un año más tarde estaba ya aplicando, por primera vez en España, en los establos ampurdaneses, la vacuna contra el ántrax. Pronto dejó de ser una enfermedad importante para la ganadería. Ya no lo es tampoco para los humanos.
Pero a lo mejor lo fue. Artur Soldevila apunta una curiosa hazaña militar del ántrax o carbunco. Una leyenda medieval explica que un fabuloso enjambre de moscas salidas de la tumba de san Narciso consiguió derrotar al fenomenal ejército francés que asediaba la ciudad de Girona a finales del siglo XIII. La Crònica de Bernat Desclot describe la epidemia con bastante más precisión. Aparecía en los caballos y contaminaba después a los soldados. Al parecer, las moscas atacaban a los caballos franceses entrando en dos curiosas partes: las fosas nasales y 'per avall, en lo ses', es decir, y perdonen, por el culo. Partes mucosas, dice Soldevila, por las que el carbunco podía trabajar muy a gusto. Las moscas de los sitiados gerundenses armadas de ántrax vencieron a uno de los ejércitos más poderosos del mundo. Se non è vero, è ben trovato.
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