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Crónica:FERIA DE OTOÑO | LA LIDIA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Los 'adolfos' no dan la talla

Están los adolfos de capa caída y los conspicuos jurando en esperanto por ese motivo. Quizá convendría aclarar un poco: los adolfos son los toros de Adolfo Martín, que no dan la talla; y los conspicuos, la afición fiel de la plaza de Las Ventas, que había puesto en esta ganadería sus esperanzas por algo que sucedió hace un tiempo y no ve que progrese ni dé motivos para mantener en ella la fe.

Los toros de Adolfo Martín, que fracasaron estrepitosamente en la pasada Feria de San Isidro aquella tarde nefasta de los tres avisos a José Tomás, en esta comparecencia de la Feria de Otoño no han mostrado nada que permita abrigar una recuperación.

Antes al contrario, los toros de Adolfo Martín fueron tan malos como suelen ser los toros malos; tan inválidos y descastados como esas ganaderías en las que han suplido la casta brava por la sangre borrega.

Martín / Higares, Moreno, Cid

Cuatro toros de Adolfo Martín (uno fue rechazado en el reconocimiento; otro, devuelto por inválido), 1º impresentable e inválido absoluto, 3º dificultoso, 5º también inválido, 6º manejable. 2º, sobrero, de Flores Tassara, bien presentado, inválido y borrego. 4º, de Valdeolivas, cornalón de gran arboladura, inválido. Óscar Higares: pinchazo, bajonazo descarado, rueda de peones y tres descabellos (pitos); pinchazo y bajonazo descarado (silencio). José Luis Moreno: estocada corta baja (silencio); espadazo escandaloso en la tripa y dos descabellos (silencio). El Cid: estocada y descabello (silencio); pinchazo y estocada (silencio). Plaza de Las Ventas, 14 de octubre. 6ª y última corrida de feria. Lleno.

El primer toro de Adolfo Martín llega a pertenecer a Pepito Pérez y su desvergonzada falta de trapío provoca un levantamiento popular. En cambio la gente aguantó y esperó, pues era adolfo. Aunque sólo unos minutos porque el inocente animalito empezó a pegarse costaladas y ya no paró hasta que le dieron mala muerte.

El autor de la mala muerte fue Óscar Higares. El público, que se había tornado levantisco contra el palco por no devolver aquella miseria, se disgustó doblemente ya que Óscar Higares estaba empeñado en torear de muleta pese a los batacazos. Óscar Higares, sin embargo, seguía y seguía. Y aún se echó la muleta a la izquierda con harta pinturería. Para su mal, el toro se le arrancó codicioso y Óscar Higares hubo de poner pies en polvorosa. Qué bochorno.

El cuarto toro, otro inválido, hierro Valdeolivas, presentaba una impresionante arboladura pero todo se le iba en fachada. Embistió manejable y algo corto por el pitón derecho, lo que aprovechó Higares para darle tres tandas de derechazos de diversa factura, y cuando decidió citar al natural resultó que el toro estaba por la izquierda avisado y le derrotó con aviesas intenciones. Luego mató de bajonazo. Óscar Higares les había cogido el aire a los bajonazos; las cosas de la vida.

Peores modos empleó José Luis Moreno con el quinto, inevitable adolfo inválido, al que ejecutó a la tabernaria manera metiéndole en la barriga un sartenazo de los de juzgado de guardia.

Tampoco Moreno se traía en las espaldas las musas. El adolfo que devolvieron al corral lo acosó y persiguió hasta el catre. Al sobrero de Flores Tassara no había manera de aplicarle las habituales suertes pues se desplomaba víctima de su invalidez. Al quinto de la tarde, manejable y aborregado, le hizo una voluntariosa faena por naturales y derechazos, si bien le faltaron recursos técnicos, destempló los pases y la gente pidió que terminara de una vez aquel plúmbeo repertorio. Y entonces acaeció el sartenazo.

A El Cid le correspondió el adolfo incierto que acosaba en cada muletazo, e hizo frente al compromiso con pundonor. El sexto padecía ese descastamiento propio de los toros a la moda y El Cid, que no está acostumbrado a semejante género, porfió naturales y derechazos, sacó algunos con estimable valor interpretativo y la verdad es que no le hicieron ni caso.

El público, sí, estaba hasta la coronilla de los adolfos impresentables y de los voluntariosos pegapases. La afición madrileña posiblemente no volverá a apostar el chaleco por esta ganadería que tuvo un par de tardes interesantes y las siguientes las resolvió en fracaso.

La madrileña Feria de Otoño, muy desigual, ha traído momentos interesantes que llaman a la reflexión. Ahí quedó la torería de Luis Francisco Esplá, triunfador indiscutible una tarde memorable. Y no se puede olvidar el infortunio de Mariano Jiménez y Alfonso Romero, que pagaron con su sangre los peligros inherentes a una corrida de toros bravos.

Ésta es la cuestión: los toros de Joaquín Núñez del Cuvillo, que se disputan las figuras por su bondad y su blandura, en la Feria de Otoño salieron fuertes, no se cayó ninguno y embistieron con una casta brava que llenó de emociones la lidia. Y, en cambio, estos adolfos con fama de encastados, resultaron descastados, inválidos y borregos. ¿Quién se explica esto?

El segundo toro, inválido como casi toda la corrida, se tumba en presencia de José Luis Moreno.
El segundo toro, inválido como casi toda la corrida, se tumba en presencia de José Luis Moreno.CLAUDIO ÁLVAREZ

Una reforma pendiente

Terminada la Feria de Otoño se anuncia el fin de la temporada madrileña, que tendrá lugar el día 21. Y se reemprenderá el segundo domingo de marzo de 2002 abriendo una temporada en la que seguirá gestionando la plaza Toresma 2, que dirigen los hermanos Lozano. Precisamente la Feria de Otoño ha sido motivo de muchas quejas. Porque se ha montado con unos carteles de escaso atractivo pero con la condición de que los abonados perdían ese derecho si no lo renovaban para la feria. Semejante exigencia es cuando menos injusta y ahí está la reforma que debe abordar la Comunidad de Madrid, propietaria del coso. Quizá convendría remitirse a los viejos tiempos, cuando la temporada empezaba el primer domingo de marzo y terminaba el último de octubre, y la empresa debía dar toros todos los festivos con toreros a pie, y la Feria de Otoño no tenía un abono de obligada adquisición. Ninguna empresa se arruinó por estas prescripciones. Antes al contrario los sustanciosos beneficios les permitían cubrir las pequeñas pérdidas, si las había.

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