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Columna
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El miedo es libre

Parece que ha pasado una eternidad. Y, sin embargo, sólo han transcurrido dieciocho meses. En este corto espacio de tiempo, las bolsas desarrolladas han pasado del optimismo más exacerbado a la postración más absoluta. Y por el camino, como quien no quiere la cosa, se han dejado nada menos que el 40% de su valor, lo que sitúa la crisis actual en el tercer puesto del ranking de desastres bursátiles (sólo por detrás de la Gran Depresión de los años treinta y la II Guerra Mundial).

La pregunta es obligada: ¿se merecen las bolsas semejante castigo? Pues bien, no puede decirse que la palabra consenso sea precisamente la más apropiada para definir el estado actual de opinión de los analistas. Muchos de los que, en los momentos de mayor euforia, defendían los altos precios alcanzados por las bolsas en general, y el sector tecnológico en particular, han sufrido una transformación repentina y, tras el derrumbe, son ahora los más acérrimos defensores de la carestía del mercado. Basándose en la utilización del PER (veces que el precio contiene el beneficio por acción), argumentan que el mercado no ha purgado lo suficiente el retroceso en el nivel de beneficios previstos ni el incremento del nivel de riesgo. En mi opinión, estas afirmaciones carecen del suficiente rigor. Si, además del PER, consideramos los tipos de interés en la ecuación, llegamos a que la bolsa americana está alrededor de un 15% por debajo de su 'precio justo', siendo la infravaloración muy superior en el caso europeo (en el entorno del 30-40%). Si profundizamos en este análisis y contemplamos otro tipo de variables, como son la prima de riesgo y el crecimiento de beneficios a largo plazo, llegamos a una conclusión similar: las bolsas están baratas.

Si planeamos invertir a corto plazo, no es el mejor momento para entrar en el mercado; si es a largo plazo, quizá sea un buen momento para comprar

Por ejemplo, las primas de riesgo, que miden el grado de aversión al riesgo de los inversores en cada momento, se encuentran en niveles desconocidos en la historia reciente. Y aquí se encuentra la clave del asunto. Nunca antes el miedo entre los inversores había llegado tan lejos; nunca antes se le había exigido a la bolsa americana una prima de rentabilidad (sobre el bono a diez años) de más de seis puntos (siete a la bolsa europea y nueve a la española), y eso es lo que está implícito en los precios actuales. ¿Quiere esto decir que los inversores se equivocan? Por supuesto que no; el miedo es libre, faltaría más. Y, desde luego, no faltan razones para sentir miedo e incertidumbre.

Una vez dicho esto, conviene recordar la función que, a mi modo de ver, debemos cumplir los profesionales del análisis. En tiempos de zozobra como los actuales -lo mismo aplica en tiempos de excesiva euforia-, el analista no puede dejarse arrastrar por el viento dominante, sino que debe ser capaz de separar el grano de la paja, de sortear los árboles que impiden ver el bosque y, si está justificado, transmitir tranquilidad a los mercados. La historia nos dice que tanto los periodos de optimismo como los de pesimismo exagerado tienen una duración limitada y que, a la larga, se vuelve a una situación de normalidad. Ahora mismo estamos en uno de esos momentos en los que el mercado 'se pasa de frenada'. No existen razones objetivas para apostar por un periodo de retorno demasiado dilatado, comparable por ejemplo al de la crisis de los años treinta.

La recuperación económica llegará a lo largo del próximo año y, por lo que respecta al conflicto iniciado tras los sucesos del 11-S, todo parece indicar que estamos ante una escalada bélica de alcance limitado. Y aquí surge otro elemento clave: nuestro horizonte de inversión. Si nuestras miras inversoras son relativamente cortas, quizá no sea el mejor momento para entrar en el mercado. Si, por el contrario, son más largas, y no nos importa dejarnos un 10% adicional en el camino, quizá sea un buen momento para comprar. De no hacerlo, puede que dentro de dos años nos rasguemos las vestiduras por haber perdido semejante oportunidad.

Pedro M. Mirete es director de Estrategia de Ahorro Corporación Financiera.

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