El Magreb, territorio abonado para el integrismo
Las mezquitas del norte de África se han quedado pequeñas para el rezo de los viernes. En los suburbios de Argel o Casablanca, incluso en aldeas del Atlas, los fieles ocupan las calles y jardines próximos a los abarrotados templos. Son hombres jóvenes, y su ordenada disposición recuerda a una formación militar de barbas y blancas chilabas de oración. Su fe es también su ideología.
El islam está presente en el norte de África desde el siglo VII, poco después de la muerte del profeta Mahoma. Y las guerras santas proclamadas por las sucesivas dinastías -desde los omeyas hasta los almorávides, pasando por los fatimíes- se encargaron de extenderlo hasta nuestros días. Entre el 98% y el 99% de los habitantes del Magreb profesan la religión musulmana.
Cuando el modelo nacionalista fracasa, la demografía se desboca y la economía entra en bancarrota, el islam radical cobra protagonismo
En Marruecos, 'la integración controlada del islam moderado ha servido para acentuar las disensiones en el seno del movimiento', opina el profesor Tozy
En Argelia y Túnez, el auge del islamismo, aupado por la marea demográfica, amenazaba a poderes constituidos tras la independencia
Imames 'importados' de Egipto o jóvenes intelectuales marroquíes o tunecinos llevaron a las mezquitas las enseñanzas de los Hermanos Musulmanes
Oculto siempre tras la bandera del nacionalismo durante la lucha contra el poder colonial, el islam -la principal seña de identidad magrebí, más aún que la lengua o la etnia- nace domesticado en la hora de la independencia. En los años cincuenta y sesenta, los imames pasan a ser funcionarios del Estado, clérigos integrados en oscuros ministerios del culto. Y la religión musulmana permanece ajena a las turbulencias de los primeros años de existencia de los nuevos Estados: golpes militares, líderes derrocados, revueltas sofocadas con sangre...
Como recuerda Gilles Kepel en su obra La yihad. Expansión y declive del islamismo: 'Cuando el reflujo de la religión a la esfera privada parecía ya un hecho definitivo en el mundo moderno, la súbita expansión de grupos políticos que pretenden implantar el Estado islámico (...) ha puesto en entredicho muchas convicciones'.
Cuando el modelo nacionalista fracasa, la demografía se desboca y la economía entra en bancarrota, el islam radical cobra protagonismo. El derrumbamiento del régimen neodesturiano (partido único nacionalista) de Habib Burguiba, en Túnez, coincide a finales de los ochenta con la descomposición del sistema de partido único en Argelia. En ambos casos, el auge del islamismo amenazaba a poderes constituidos tras la independencia. Sobre todo porque la marea demográfica, que ha triplicado en cuatro décadas la población de Magreb, hasta llegar hoy a los 70 millones de habitantes, ha hecho prácticamente ingobernable la región.
Sólo en Marruecos, donde el poder civil y religioso se confunden en la figura de un rey que también se presenta ante su pueblo como 'comendador de los creyentes', el estallido integrista tarda más en manifestarse.
Imames importados de Egipto, ante la falta de vocaciones en Argelia, o jóvenes intelectuales marroquíes y tunecinos arabizantes llevaron a las mezquitas magrebíes las enseñanzas de los Hermanos Musulmanes egipcios. Un mensaje radical que se resume en el rechazo a la occidentalización y el laicismo del nacionalismo panárabe de los cincuenta y los sesenta.
En Túnez, la efímera democratización que siguió al derrocamiento del presidente Burguiba desembocó en 1989 en las primeras y únicas elecciones multipartidistas de la historia del país magrebí. Los islamistas agrupados en torno al partido En-Nahda (Renacimiento) alcanzaron un 15% de los sufragios. Desde su exilio en Londres, el principal líder islamista tunecino, el jeque Rachid Ghannuchi, protagoniza continuas campañas de protesta contra el régimen del presidente Zin Abidín Ben Alí.
Pero el desarrollo económico de Túnez y el igualitario estatuto personal de las mujeres ha dejado a los islamistas sin parte de su tradicional caldo de cultivo de injusticias sociales. Como el propio Gahnnuchi ha denunciado, 'la excusa de amenaza islamista ha servido en realidad para implantar una dictadura en Túnez'.
Las principales fuerzas de oposición al régimen de Ben Alí forman ahora un movimiento no estructurado de profesionales en torno a la defensa de los derechos humanos. En Túnez, las detenciones arbitrarias y la tortura sistemática son moneda corriente, según las organizaciones humanitarias internacionales.
En Marruecos, entre tanto, el islamismo no se presenta como un bloque monolítico. Frente a la hegemonía social de la agrupación integrista ilegal Justicia y Caridad, encabezada por el jeque Abdesalam Yasin, un movimiento islamista moderado, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD) juega la baza del posibilismo en la transición entre el final del reinado de Hassan II y el comienzo del de su heredero, Mohamed VI. Con diez diputados en la Cámara baja marroquí, el PJD, cuya cara visible es Abdelilá Benkiran, se benefició sin duda del peso de Justicia y Caridad en los suburbios de las grandes ciudades.
El jeque Yasin dejó de ser un desconocido inspector de enseñanaza en los años setenta al hacer pública su carta abierta a Hassan II, El islam o el diluvio. Este opúsculo, en el que criticaba abiertamente el sistema feudal del mazjén, le costó largos años de cárcel y detención domiciliaria, de la que sólo salió en libertad en el verano de 2000.
Mohamed Tozy, profesor de Ciencia Política en la Universidad de Casablanca y uno de los principales expertos sobre el islamismo en Marruecos, ha retratado así la situación: 'La integración, aunque muy controlada, del islam moderado ha servido para acentuar las disensiones en el seno del movimiento. Pero la llegada de los islamistas al Parlamento puede obligar al resto de los partidos (...) a incorporar la religión a sus programas'.
Argelia: ni 'yihad' ni guerra de liberación
LA ÚLTIMA DÉCADA DEL SIGLO XX se abre en Argelia con una gran victoria del Frente Islámico de Salvación (FIS) en las elecciones municipales de 1990. Por primera vez en el mundo islámico, un partido integrista se disponía a llegar al poder por la vía de las urnas. Parecía contar con el apoyo de un pueblo harto de corrupción tras casi tres décadas de régimen de partido único. Pero la experiencia no salió adelante. La segunda vuelta de los comicios legislativos nunca llegó a celebrarse. Los carros de combate salieron a las calles de Argel a comienzos de 1992, el FIS quedó proscrito y miles de sus militantes fueron encarcelados o confinados en campos de concentración en el Sáhara. Estalló una guerra civil. Una yihad, para las guerrillas del GIA o del Grupo Salafista de la Predicación y el Combate. Una guerra de liberación para el Ejército Nacional Popular. Argelia sigue conmocionada diez años después. El conflicto se ha intentado cerrar con 100.000 muertos y una sociedad dividida, arruinada. Centenares de guerrilleros han sido amnistiados. Antiguos miembros del FIS, reciclados en la Administración. Y mientras tanto, el líder histórico del islamismo, el jeque Abassi Madani, sigue recluido a los 71 años en la casa de su familia en Argel. Su número dos, el imam Alí Benhadj, está aún supuestamente encarcelado en un penal militar. Desde Europa, la dirección del FIS en el exilio intenta apoyar un nuevo partido legal en el interior.
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