La complicidad del lector
Un par de ojos azules es la primera novela de importancia de Thomas Hardy, su certificado de garantía. Un conflicto amoroso que se bifurca, y que el autor inglés resuelve con un estilo sereno, preciso y con sentido del humor.
UN PAR DE OJOS AZULES
Thomas Hardy Traducción de Damián Alou Ediciones del Bronce. Barcelona, 2001 512 páginas. 3.500 pesetas
'Elfrida Swancourt era una muchacha de emociones casi a flor de piel. La exacta naturaleza de estas emociones, y cómo las modificaba el lento transcurrir de las horas, era algo que sólo conocían aquellos que seguían las circunstancias de su historia'. Así comienza esta hermosa novela de Thomas Hardy y hay que reconocer que tal comienzo es todo un programa de lectura. Podemos considerar Un par de ojos azules como la primera novela de importancia de su autor. Y hay que decir que en ella se encuentra ya todo lo que hará grande a este gran narrador victoriano. Un estilo sereno, preciso y suelto a la vez, de expresión firme, poco dado a las concesiones divagatorias; un tono narrativo elaborado a partir de contrastes muy directos, nada premioso, sustentado en una construcción que busca siempre soluciones ingeniosas, donde el narrador omnisciente propio de la época cambia con agilidad de posición dentro del escenario para ofrecer una multiplicidad de miradas que presentan siempre respuestas literarias en cada escena porque no se contenta sólo con la animosa exposición de las situaciones.
En principio, el lector bien
podría pensar que estamos ante una novela situada en un mundo rural a lo Jane Austen, pero no en vano ha pasado el tiempo desde que la prodigiosa autora de Mansfield Park estableciera, so capa de contar historias de bodas y herencias, sus formidables análisis de las relaciones humanas. En Un par de ojos azules hay planes de boda y hay herencias a la vista, pero así como en el caso de Austen éstas eran el centro de la vida, aquí comienzan a tomar el lugar que les corresponde en un mundo que está cambiando aceleradamente. De hecho, el conflicto amoroso, que se bifurca hábil y sugerentemente en dos direcciones, es en parte un pretexto para dejar asomar un mundo en que los valores sociales están empezando a situarse en convenciones sociales bien diferentes. Los dos hombres que se disputan el amor de Elfrida son más modernos que los protagonistas masculinos de Austen. Uno de ellos representa la hasta entonces impensable figura del emergente, es decir, el joven de humilde origen que llega a hacerse por sí mismo una posición de respeto y aprecio social y profesional; el otro es una figura de intelectual de excelente formación y muy rígidos principios morales, lindantes con el escrúpulo, que ha de remontar para introducirse en lo que de confuso y contradictorio tiene la realidad, lo cual le convierte también en sujeto de modernidad. El mundo antiguo lo representan el padre de Elfrida, su madrastra y Lord Luxellian, de una parte, y de otra, los artesanos del pueblo. Y, en fin, Elfrida, es el tipo de mujer a la que las convenciones sociales afectan y sofocan en su conducta, pero cuyos sentimientos son sacudidos, a su vez, por su enérgico rozamiento contra las emociones y realidades de la vida. El conflicto dramático a que da lugar este trío convierte a Elfrida en un personaje progresivamente complejo, sin duda el más interesante y sugestivo de todos ellos, que, andando el tiempo dará lugar a la aparición de la mismísima Lady Chatterley.
La novela presenta, como digo, características definitivas en la narrativa de Hardy. Una de ellas, la meticulosa e inteligente construcción, donde todos los elementos, grandes y pequeños, que fijan el terreno simbólico del relato están admirablemente dispuestos a lo largo de la novela; los hechos van convirtiéndose poco a poco en casualidades que traman de manera sucesiva, y a menudo yuxtapuesta, la convención sobre la que transcurre la historia. Otra característica es el sentido del humor, que de manera sorda, pero insistente, baña el relato en un tono agridulce que emparenta muy bien con el tono agridulce, pero más intenso, del drama. Porque hay que decir que Hardy no llega a apretar las clavijas a su historia tanto como lo hará en Tess, la de los D'Ubervilles; hay un cierto candor último en Un par de ojos azules, de la que bien podría decirse que es una magnífica acotación de terreno para fijar lo que serán tanto Tess como Jude el Oscuro; pero es un candor que tiene que ver con el primer combate serio que libra y gana un autor decididamente dotado y preparado para ello.
Hardy, aun siendo bastante
explícito, no deja de ser muy sugerente en la elaboración de las situaciones; pondré un ejemplo: cuando el preterido Stephen vuelve a Inglaterra a encontrarse con su amada, el lector sabe la sorpresa que le aguarda, pero no sabe cómo se encontrará con ella. Hardy le muestra primero a dos figuras que se siguen a la distancia, muy lejos (a las que no reconoce, pero el lector sí, e incluso sabe que vienen de vivir ambos, Elfrida y Knight, una situación decisiva); más tarde -y más cerca- contempla a dos figuras en un bote que pasa a cierta distancia y tampoco reconoce a la pareja; al desembarcar después, pasan cerca de él y reconoce sus voces; finalmente, los reconoce sin duda a la luz de una cerilla, esa noche, en el interior de la glorieta. Hardy los va cruzando de lejos a cerca ante Stephen en sucesivas escenas seguidas hasta colocar ante sus ojos la evidencia, pero cuenta desde el principio con la complicidad del lector, que sigue este juego expresivo con sensibilidad agradecida. Eso es lo que yo llamo resolver literariamente una situación, es decir, hacer que emane de la elaboración y disposición de la expresión y no de la mera relación de los hechos, el estado de ánimo de los tres protagonistas mientras se configura su nueva relación dramática.
Ésta es, como decía, una hermosa novela cuya eficiencia literaria supera satisfactoriamente los escollos dispersos de las tendencias folletinescas propias de la época. Y es también algo así como el certificado de garantía de uno de los más grandes narradores de la literatura moderna.
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