Barcala, en su lugar
El uruguayo Washington Barcala sigue siendo, ocho años después de su muerte, un artista pendiente de reconocimiento público. De la exposición de sus trabajos de la etapa madrileña destacan las referencias a la figura y las apropiaciones gráficas
WASHINGTON BARCALA
Galería Guillermo de Osma Claudio Coello, 4, 1º izquierda Madrid Hasta el 31 de octubre
Cuando se cumplen ocho años de su desaparición, esta emocionante muestra trae de nuevo a Madrid una selección de trabajos del gran pintor uruguayo Washington Barcala. Se trata, en rigor, de un reencuentro, el de una obra de memorable excelencia con el que fuera, en origen, su escenario natural. Pues a lo largo de dos décadas, desde que se afincara en nuestra ciudad en 1974, Barcala iba a emprender lo que él mismo definiría como su definitiva 'aventura' creativa y de la que brota esa prodigiosa plenitud de su producción tardía. No era, en todo caso, una relación episódica, pues el propio artista había de rubricar simbólicamente la importancia que adjudicara a ese vínculo, nacionalizándose como español en 1988.
do si este país hizo justicia a la figura de Barcala y al don de esa obra extraordinaria que buscó entre nosotros su patria de elección. No fue así, desde luego, en el sentido más literal del término pues, en vida del pintor, ni el coleccionismo ni las instituciones llegaron a prestar, ni de lejos, la atención a un trabajo de tan excepcional emoción. Mas también es cierto que, siendo lo que se suele denominar como un artista secreto, vio germinar a su alrededor un círculo incondicional de devotos, entre los más significativos de sus colegas, entre especialistas y conocedores que, ante cada nueva cita, como la que ahora renueva esta exposición, siguen -seguimos- puntualmente acudiendo para testimoniar su rendida admiración. Pero, sea como fuere, sigue pendiente una deuda insoslayable, el de una retrospectiva suficiente que restituya ante el público de este país la memoria de una figura clave que nos es, por añadidura, tan íntimamente cercano.
Y a la espera de que se cumpla, nada más oportuno que el encuentro anticipado por esta cuidada muestra que presenta un conjunto de trabajos de la etapa madrileña de Barcala que reflejan, cumplidamente, el alcance y emoción de su empeño visionario. La veintena larga de piezas reunidas presta una atención más escueta a la fase inicial de ese periodo, aquella en la que afloran todavía con transparencia esencial los ecos de estirpe constructiva, destilados por Barcala hasta aquella ingrávida fragilidad edificada con los materiales más nimios: pequeños listones de madera, papeles, trapos, agujas, el hilo que hilvana su dibujo...
El grueso de la muestra, en ese sentido, tiende a centrar la atención en la evolución postrera del pintor que, avanzados los ochenta y con las mismas armas -despojos de la existencia-, cobrará con creciente énfasis maneras más intempestivas, en un juego de dicción en libertad, que recupera la referencia a la figura y las apropiaciones gráficas, que desliza acotaciones biográficas y puntuales incandescencias de festivo cromatismo, pero que, a la postre, se verá progresivamente anegada por el negro y un insondable desgarro abismal. Y parece con ello como si esa fuga en pos del esquivo destello donde acecha la belleza, que marcaría el destino entero de su aventura, hubiera de rastrearla Washington Barcala a la postre hasta el corazón mismo de la tiniebla, ese caudal de sombra sin fondo que moldea el rastro anticipado del propio fin.
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