El poder y los amigos
Cuando los primeros curas modernos rechazaron en las aldeas gallegas los diezmos y primicias que desde antiguo exigía la autoridad religiosa (una parte de la cosecha o los huevos que se ofrecían a los santos), muchos fieles se desconcertaron. Su viejo sistema de creencias se basaba en una inveterada noción de las relaciones sociales -y hasta de las celestiales- entendidas como intercambio de favores. Los parroquianos temían que si dejaban de retribuir a la Iglesia, ésta, en justa correspondencia, dejase también de elevar al cielo sus plegarias.
Eso ocurría hace casi medio siglo, y la Galicia de hoy no tiene ya nada que ver con aquella época oscura. Pero algo de ese curioso modo de entender la religión como un fenómeno casi comercial parece haber transmigrado a algunos aspectos de la política autonómica, convertida a veces en una suerte de transacción en la que se trueca dinero por fidelidades.
Decenas de militantes del PP y familiares suyos -la madre de un consejero con más de 70 años- acaparan las contrataciones de la Diputación de Ourense
Los hipotéticos pactos del PSOE con los nacionalistas o la edad de Fraga y la ausencia de un sucesor son los grandes temas de debate
Los socialistas osaron ganar la alcaldía de Mondoñedo (Lugo) en 1995, y en los años posteriores los primeros que alardeaban de que las instituciones autonómicas no daban un duro al Ayuntamiento eran los portavoces del PP en la oposición (consta en las hemerotecas). Los populares, por descontado, recuperaron su feudo en las elecciones siguientes, y de inmediato se reanudó el fluir de dinero hacia el municipio. Otros alcaldes del PSOE ya han aprendido la lección y se dedican a nombrar hijos predilectos de sus localidades a los consejeros del Gobierno de Fraga para bochorno de la dirección gallega del partido. El interés mueve el mundo: para que el cura interceda ante Dios por la cosecha hay que entregarle una parte del trigo, y no se deben esperar grandes favores de un político si éste sabe que no se le va a retribuir con un apoyo. Entre 1998 y 1999, la Xunta firmó convenios de inversiones por valor de 21.000 millones de pesetas con municipios que, en el 91% de los casos, tenían alcalde del PP. Los ayuntamientos gobernados entonces por otros partidos sumaban un tercio de la población gallega, que se tuvo que conformar con las migajas.
Churrasco inaugural
En Galicia no se abre una piscina ni se sella un vertedero de basuras sin que se corte antes una cinta inaugural y una autoridad pública recuerde a los vecinos lo mucho que le deben a la Administración. Hace unos días, los habitantes de Lalín (Pontevedra) acudieron en masa a comer el churrasco al que los había invitado por carta el consejero de la Xunta y cabeza de lista del PP por esa provincia, Xosé Cuiña, para presentarles un nuevo parque público construido junto a su finca particular. Desde que el mundo es mundo, el poder beneficia siempre a sus amigos. Decenas de militantes del PP y familiares suyos acaparan las contrataciones de la Diputación de Ourense, y la madre del consejero de Obras Públicas, con más de 70 años, levanta un pequeño imperio vendiendo materiales a las empresas constructoras, asunto en el que no hay nada 'ni ilegal ni éticamente reprobable', según célebre apreciación del fiscal jefe de Galicia. Parte de la opinión pública y la mayoría de la publicada se encogen de hombros, como dando por supuesto que cualquier otro haría lo mismo.
Hay múltiples razones para explicar que Fraga, a sus casi 79 años, pueda convertirse el próximo día 21 en el primer presidente autonómico que logra cuatro mayorías absolutas consecutivas. Le avalan aciertos de gestión, el prestigio que confirió a la autonomía, el sincero afecto que le profesan miles de gallegos y las debilidades de sus opositores, además de otros méritos, entre los que no ocupa un lugar menor esa formidable perspicacia de Fraga para trasladar a la política viejos atavismos. La campaña arranca en medio de un cierto desinterés y con una inevitable sensación de déjà-vu. Los hipotéticos pactos del PSOE con los nacionalistas o la edad de Fraga y la ausencia de un sucesor son, como siempre desde hace 10 años, los grandes temas de debate.
Otra vez se repite una discusión que al espectador ajeno le resulta maniquea: la Galicia moderna e imparable de Fraga contra la sombría democracia bajo control que pintan sus rivales. Como si una Galicia se sintiese en el paraíso del bienestar subvencionado por don Manuel y la otra arrojada a las tinieblas exteriores. Como si en vez de unos comicios fuese un combate entre dos visiones del mundo. Una situación anómala y desconcertante, como todos los déjà-vu.
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