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GUERRA CONTRA EL TERRORISMO

Una ciudad herida

Cuando se viaja a Nueva York tras los atentados del 11 de septiembre se lleva la creencia de que ya se ha visto y oído todo a través de los medios de comunicación. La llegada al siempre tumultuoso aeropuerto JFK nos da la primera señal. Soledad. Poca y recelosa gente en sus salas de espera.

El trayecto a la ciudad nos vuelve a indicar que algo ha cambiado. Vallas publicitarias con los mensajes 'Dios bendiga América' o 'Permanecemos juntos', banderas estadounidenses en casi todos los vehículos, algunos carteles con fotos de desaparecidos a la entrada del túnel de Queens y esas mismas fotos con velas en Times Square confirman el cambio.

Cae la tarde y la zona en otro tiempo dominada por las Torres Gemelas aparece controlada por militares y policía. El frío se hace evidente en esta época del año, pero se viene a sumar al existente en las calles. Soledad y, por encima de todo, algo que no se ve por televisión, ni se oye por la radio, ni se lee en los periódicos: un enrarecido y permanente olor a ceniza que todo lo envuelve.

El vapor provocado por el calor existente en el interior de los escombros hace comprender que la posibilidad de encontrar supervivientes es muy remota, por lo que la escena se convierte ante nuestros ojos en un lugar demasiado triste.

El último transbordador nos lleva a Nueva Jersey, y desde la cubierta, según se aleja, la ciudad se muestra mutilada, dando la sensación de que, para los que la conocimos antes, ha pasado de ser una ciudad imperturbable a ser una ciudad herida.

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