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Columna
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Legislatura arruinada

El ejercicio de la política conlleva una componente notable de farsa o representación, tanto más acentuada desde que en su mayor parte se escenifica ante los medios de comunicación. De ahí que, de lo visto y oído en boca de un político, haya que descontar a menudo los arrebatos efectistas de cara a la galería que, no obstante, entre ciudadanos de a pie acabarían a guantazos o en el juzgado de guardia. Por fortuna, estos episodios que transitan entre la amenidad y la crispación suelen ser pasajeros y, por lo general, concluyen sin consecuencias mayores.

En estas últimas semanas, incluso días, la vida pública y partidaria valenciana se ha saturado súbitamente de un alto grado de virulencia sin trazas de ser episódica. Pudo parecernos episódico que un preboste popular de la Diputación de Valencia describiese cual 'hiena miserable y vulgar carroñera' a una consejera socialista de RTVV. Pero acontece que, sin enlodarse con este lenguaje de zahúrda, los abundantes desahogos retóricos y las maniobras han acrecido la tensión y belicosidad entre los partidos mayoritarios del País Valenciano.

Sin propósitos exhaustivos, como meros botones de muestra, baste recodar las acusaciones que el presidente de la Junta de Extramadura, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, vertió contra el de la Generalitat, involucrándolo en la financiación ilegal del PP al tiempo que cuestionaba su honor. Un erupto lejano y ajeno propio de un energúmeno que, aparentemente, ha caldeado los ánimos de sus correligionarios por estos pagos. Así, hay que leer el insidioso artículo de la parlamentaria socialista María Antonia Armengol en el diario Levante del pasado sábado. Un recordatorio en el que, mezclando churras con merinas, no dejaba títere con cabeza, rompiéndosela al presidente de la Generalitat, a quien el secretario general del PSPV tildaba de 'caradura', mientras que su portavoz en las Cortes lo dejaba en 'amoral', poniendo así la guinda a una sarta de tarascadas.

Como era de esperar, el PP ha instruido a sus comandos para afrontar lo que a todas luces es una guerra abierta y tan larga que muy bien puede acabar con la presente legislatura. Malicia y munición no han de faltarle al partido que gobierna, que ya ha amagado con exhumar papeles. Es dudoso que lo haga, pues es probable que no los tenga y, en todo caso, no haría más que abundar en la táctica de su antagonista: remover el tarquín del pasado. No necesita seguramente recurrir a tan penosos expedientes. El PSPV se basta y se sobra para bien morir solito. No hay más que ver la bomba con espoleta retardada que le ha estallado en sus manos a propósito de la carta-denuncia del ex alcalde socialista de Alaquás, Adrià Hernández.

Cuando escribimos estas líneas, y a este respecto, las huestes socialistas están todavía anonadadas por este torpedo en su línea de flotación. No tanto por la miga de la denuncia acerca de su financiación -común a la de otros partidos- sino por ignorar quién la ha disparado. ¿Tienen el enemigo dentro o han circulado los consabidos maletines y promesas blindadas de futuros gajes? Su perplejidad, en estas circunstancias y salvadas las distancias, es la del presidente Bush. Y, como él, lo único cierto que les consta es que se arraciman las sospechas y se han abierto hostilidades. Sólo son los primeros fragores.

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