Histrión
Pertenece a la estirpe de los augustos actores del pasado, ¡aquel Pepe Isbert, aquel Manolo Morán!, que encarnaban prodigiosamente a los arquetipos nacionales, el Taxista, el Cura Párroco, el Guardia Urbano, el Verdugo. Su voz cazallosa que raspa el oído como papel de lija, el chulo ademán de orate tabernario, su agudo uso del 'pues anda que tú...' que actores menores, como Arenas, utilizan de modo tan mediocre... Pero, sobre todo, la patética obsesión por demostrar su honradez, desinterés y sacrificio por la patria, ante un público que se muere de risa, hacen de él la más sublime figura del Político de comedia.
Vociferante, ordinario, trapacero, servido por ratones de sacristía, rufianes disfrazados de Armani, brujas barnizadas con purpurina bancaria, ofidios de covachuela ministerial, ¡qué actor! Es éste un modelo que creíamos extinguido y suplantado por ejecutivos repeinados, a medida que la clientela se iba urbanizando y perdía el gen paleto. Pero no, ahí le tenemos. Continúa siendo él quien se ocupa de esa fontanería guarra que enriquece a los potentados de pálida mano y mitra dorada. Un clásico.
En los buenos informativos (el menos sectario sigue siendo el de Tele 5, aunque machacan el castellano) le vimos en el más difícil y maravilloso papel de su carrera, como el anciano senador asediado por ambiciosos pardillos a quienes respondía con la cachiporra de su lengua bovina. Sólo levemente más domesticado que Gil y Gil, pero, como él, heredero de aquella escuela de fabulosos actores del franquismo, merece un Goya.
Ahora andamos boquiabiertos esperando el desenlace. Sabemos que no fue él quien dispuso los hilos, se limitó a atar las polillas, larvas y jejenes que atraía su buhonería. La araña aún no ha aparecido. Los pardillos tratan de expulsarla de su nido azuzando al papamoscas, pero tendrán que esforzarse bastante más. Son jóvenes. No han visto películas de Manolo Morán y Pepe Isbert. Ignoran los formidables recursos de los actores clásicos. En aquellas películas, y para que se vayan preparando, si la araña abandona el cubil, cabreada por tanta incompetencia, es para devorar a la totalidad de los actores, incluidos los pardillos. Y sin mostrar la cara.
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