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Columna
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Mayores y menores

Cierran dos residencias en Colmenar Viejo y hay familias que no pasan a recoger a sus ancianos. Ancianos abandonados, dice el periódico, abandonados y negados tres veces: la primera vez por sus familiares, que les empaquetaron rumbo a un almacén infame; luego por sus presuntos cuidadores en el centro, y, hasta ahora, por las instituciones encargadas de velar por sus condiciones de vida, que tardaron más de la cuenta en zanjar el problema porque siempre que iban a efectuar una inspección alguien daba el chivatazo y los dueños limpiaban el almacén para que todo estuviera en orden.

Si el cuarto y definitivo abandono no se produce es porque el Gobierno regional ha recurrido a la vía judicial para que los desalmados se hagan cargo de sus obligaciones como marca la ley, la ley natural que respetan las bestias y casi todos los hombres, menos algunos cristianos. En esas civilizaciones de 'segunda división' de las que hablaba hace unos días el incontinente condottiero Berlusconi, no existe la tercera edad y se respeta, se escucha y se venera a los mayores, pero entre nosotros hasta el valetudinario y vetusto Manuel Fraga advierte sobre los peligros de la gerontocracia.

A los ancianos multiabandonados en las residencias de Colmenar Viejo les cuidaban otros seres abandonados, inmigrantes sin papeles, con contratos basura para barrer las basuras de los centros cuando los chivatos avisaban de la inspección. Bajo las hipócritas advocaciones de La Milagrosa y de Santa Rosa de Lima, los almacenes colmenareños proporcionaban un trato impío e inhumano a sus huéspedes, rehenes. Bajo la supuesta protección de sus parientes, forzados por los tribunales a acogerlos, el trato no será mucho mejor. La crónica de este periódico recoge el caso de seis hijos que se niegan a recoger a su padre en sus respectivos domicilios. Más le hubiera valido al progenitor practicar el control de natalidad; por lo menos a los ancianos sin familia ya les han trasladado a otras y mejores residencias sin pasar por semejante bochorno.

Puede que el desprecio que parte de esta sociedad siente por los ancianos encubra una voluntad de suicidio colectivo, porque incluso el más descerebrado de los hijos abandonistas debe pensar alguna vez que a él le espera un destino parecido a la vuelta de la esquina. En un edificante y gazmoño libro de lectura escolar de mi infancia se contaba el apólogo de una familia que obligaba al abuelo a comer en una mesa aparte y con cubiertos de madera porque siempre ensuciaba y manchaba todo a su alrededor. Un día, los padres vieron a su hijito entretenido tallando una rama y cuando le preguntaron qué hacía respondió que estaba tallándoles sus cubiertos para el día de mañana.

Puede que algunos de los hijos de los seis hijos desnaturalizados que no quieren hacerse cargo de su padre estén ya consultando el capítulo de residencias para la tercera edad en las páginas amarillas. Aunque si son tan desnaturalizados como parece, tal vez hayan encerrado a sus vástagos en internados más o menos lóbregos. Si a los mayores les amenazan con la residencia cuando se portan mal en casa, sobre los menores pende la sombra del reformatorio si sacan los pies del tiesto. En la misma página del periódico, presidida por una foto de los ancianos desalojados de Colmenar, figura la noticia de un motín en un reformatorio de la Comunidad, el reformatorio El Pinar, de Fuencarral, tutelado por una asociación, sin ánimo de lucro (no se sabe qué ánimo la motiva), bajo la advocación de Cicerón, un patronazgo inquietante porque el severo autor de las Catilinarias se decantaba por una estricta y férrea disciplina nada compasiva.

Los menores de El Pinar al menos tienen fuerzas para evadirse o para amotinarse. A juzgar por las continuas fugas y los conatos de rebelión, los educadores ciceronianos siguen siendo partidarios de la pedagogía clásica (la letra con sangre entra y quien bien te quiere te hará llorar) llevada hasta sus extremos, tanto que en el pasado agosto un juzgado ordenó el cierre de su módulo de aislamiento tras varias denuncias por malos tratos. Los adolescentes abandonados y maltratados de hoy tal vez abandonen y maltraten a sus progenitores mañana, cerrando así el más vicioso de los círculos.

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