¡Son las personas, estúpido!
Me sirvo de la feliz paráfrasis de James Carville, asesor del ex presidente Clinton, que, según dicen, le llevó a la Casa Blanca con el famoso eslogan, en su versión original: ¡es la economía, estúpido!, para reflexionar sobre la administración valenciana y la utilización de su capital humano. Abunda una interpretación del crecimiento económico y del bienestar de las sociedades desarrolladas que hunde sus explicaciones en la importancia del conocimiento. Parece una moda, pero los fundamentos teóricos de esta manera de pensar no son nuevos. La importancia del capital humano se reconoce en la literatura económica desde hace tiempo. Sólo le hemos puesto nuevas etiquetas a aquello que ya sabíamos. Sabíamos que son las personas el factor más importante en empresas y organizaciones para obtener resultados y coronar con éxito cualquier proyecto. Y para ello importa, y mucho, su educación formal e informal.
Ya un clásico como Adam Smith escribía, en su obra maestra La riqueza de las naciones (1776), que 'un hombre [también una mujer, le añadiría yo] educado a costa de mucho esfuerzo y tiempo para alguno de esos empleos que requiere gran capacidad y destreza puede ser considerado como una costosa máquina'. Unía, pues, de forma temprana el clásico concepto de 'capital' y el factor humano. La prosa de todo un maestro de la economía ya ilustraba de algo que se ha revalorizado extraordinariamente. La importancia del conocimiento y del aprendizaje, junto con la experiencia, ha sido recreada por autores más modernos, ya consagrados por desentrañar las relaciones entre progreso económico y social y conocimiento. La expresión 'capital humano' cristaliza gracias a los trabajos de Solow y Schultz (también de Panitchpakdi), que han generado muchos discípulos y a los que la new economy debe mucho de sus bases intelectuales.
Y qué relación tienen todas estas ideas con la modernización de la Administración; con su eficiencia; con su puesta a punto; con la búsqueda de resultados útiles para el conjunto del sistema social en la provisión de bienes públicos, o en la tarea más tradicional de la regulación; con su utilidad para el sistema económico y sus relaciones con la estructura productiva. Pues más bien poco. Y es ahí dónde más duele. Porque los ciudadanos pueden llegar a percibirla como un elemento de obstaculización y por tanto innecesario. El debate carecería de sentido si sólo se utilizara la óptica interesada de los servidores públicos (en su versión popular y simplificadora 'funcionarios'). Sin embargo, la dialéctica adquiere todo su interés cuando se lleva al terreno de los ciudadanos: qué desean de su administración y de los profesionales que la sirven. El problema aparece cuando la separación entre Gobierno y Administración se pervierte y ésta última se explica más en función del poder que le otorgó una sinecura que de la profesionalización y el mérito del servidor público de referencia. Va un ejemplo como modelo.
Recuerdo que un amigo me contaba cómo, tras un continuo trasiego de jefes y jefecillos en su dirección general, traídos de la mano de su vinculación con el poder político y después de algún tiempo de toma de contacto con su directora general, ésta le confesó que ¡menos mal! que no le había cesado, porque era el único que le resolvía los problemas. Esa misma sinceridad le llevó a confesar que la consigna de su partido había sido ¡destituídlos a todos! (he dicho destituídlos que no otra cosa, porque la Historia ha avanzado). A mi amigo no le destituyeron, porque tenía su plaza ganada por méritos y muy legalmente. A la directora la destituyeron los mismos que le habían dado la consigna. Y es que cuando la confianza política (vaya usted a saber qué es eso) pasa por encima de los valores profesionales los resultados y los balances de las organizaciones salen por la ventana. Luego pasa lo que pasa.
La historia reciente es aleccionadora. En la Administración del Estado se destituyó a más de 10.000 personas y en la Administración de la Generalitat a más de 1.000 (¿hay alguien que dude a estas alturas que el País Valenciano es una escala 1:10 del Estado español?). Pero es que se trataba de un cambio democrático de Gobierno, no de régimen, como lo han calificado algunos. De nuevo los episodios de las cesantías caricaturizados por Pérez Galdós. No fue este el camino seguido por Ruiz Gallardón, pese a las fuertes presiones que tuvo en sus propias filas, lo que le ha supuesto más credibilidad y mejores resultados en su gestión. El estudio de Rafael Jiménez Asensio, profesor de la Universitat Pompeu Fabra (Altos cargos y directivos públicos) es demoledor y nos sitúa en las antípodas de nuestros socios europeos. Con Europa parece que convergemos desde hace décadas más en términos de PIB que de convergencia real en buenas prácticas y mejores gobiernos. Ya saben aquél que dice que hace unos años que entramos en el club europeo... ¡y todavía no nos han tirado!
El ejemplo francés es el contrario. El gobierno de coalición de Lionel Jospin sólo destituyó en 1997 a tres altos funcionarios (el máximo responsable de los servicios secretos, un prefecto con simpatías por la extrema derecha y el jefe de la policía judicial, que ya estaba inhabilitado por la justicia). Aprendamos de Francia. Menos política en la Administración, más sistemas de mérito, menos confianza, más profesionalidad son las recetas. Servidores públicos (los sindicatos también) y sobre todo ciudadanos lo agradecerían. También Tony Blair (que no Tory Blair) ha anunciado propuestas en su ambiciosa reforma de los servicios públicos: prioridad a las preferencias de los clientes (ciudadanos que usan los servicios) y devolución del protagonismo a los servidores públicos profesionales (civil servant) en la dirección, diagnóstico y gestión de aquello para lo que están especialmente capacitados. Me refiero a los profesionales, no a esa especie, tan abundante entre nosotros los valencianos, que acostumbran a ir siempre bajo bandera panameña, enseña de conveniencia, agentes dobles y otros tipos travestidos. Es la misma fórmula de empresas con tanto éxito como Inditex/Zara que, no sólo tiene excelente resultados económicos, sino que se atreve con un modelo de gestión asentado en clientes y empleados que le da grandes beneficios.
New economy, capital humano en la Administración y sociedad del conocimiento. Un poco de coneixement -en sus dos acepciones- es lo que hace falta. Seny, que dicen nuestros vecinos de arriba, y cómo se aplican en la tarea. Tal vez más adelante podamos, sobre esa premisa básica, utilizar modelos que, valorizando a las personas, se adentran en una gestión estratégica avanzada y moderna de los recursos humanos. Será la hora de hablar de planes de carrera y sucesión; directivos; head hunting; evaluación de competencias, desempeño, rendimiento y potencial humano; valoración de puestos y sistemas retributivos; optimización de plantillas y gestión del conocimiento. Ahora es el momento de objetivos más humildes. Llegar a la conclusión de que ¡son las personas, estúpido!, sería suficiente. Sería un buen principio.
Tirso Luis Irure es doctor en Ciencias Económicas y profesor del Economía Aplicada de la Universidad de Valencia.
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