Guardiola, il calciatore
En su primera comparecencia ante los periodistas de Brescia, Pep Guardiola dio algunas explicaciones a su fichaje con un voluntarioso acento local. Más o menos, dijo que el fútbol italiano y el español estaban separados por la misma distancia que la caspa y el perfume y, en un improvisado gesto de identificación, quizá en un guiño de proximidad, se rascó la cabeza, miró al vacío y se refirió a sí mismo como il calciatore.
Un minuto después, los guardiólogos comenzaron a buscar las verdaderas razones por las cuales un dandy se alistaba en una cofradía de deshollinadores. En perjuicio de ofertas más atrayentes, había elegido un club subalterno, una de esas hermandades de jornaleros cuyo material es el barro y cuya única gloria posible es la supervivencia.
Todos pensábamos que habría sido feliz en un club inglés. Sus especialidades más reconocidas eran administrar el ritmo y explotar los espacios libres, así que forzar una de esas defensas británicas en línea, tan permeables a los pases en profundidad, habría sido para él un juego de niños. Pero, además, venía de aplicar sistemáticamente una regla de oro: 'La mejor manera de evitar que el contrario te haga daño con la pelota es conservarla'.
De pronto, válgame Dios, llegaba a un campeonato agobiante hasta el histerismo en el que los observadores neutrales habían detectado un curioso proceso de fobia al cuero. ¿Para qué queremos el balón?, solían preguntar, muy ofendidos, Capello, Ranieri y otros paladines del cerrojo que confundían la velocidad con el tocino.
Durante estos años, Pep tampoco entendió muy bien que la opulenta factoría italiana contratase a los mejores futbolistas del mundo para alcanzar un objetivo tan ramplón. ¿Qué quería de Bergkamp, Verón, Kluivert, Roberto Carlos, Gascoigne, Laudrup, Kanu o Zidane? Semejante fiebre mercantil, muy rentable para los interesados pero rayana en el secuestro profesional, había dejado tras de sí el más largo rastro de melancólicos desde la desaparición de Marilyn.
¿Qué pretende Guardiola con su elección? ¿Vengar a los damnificados? ¿Rescatar a los desaparecidos bajo la nube de linimento? ¿Reivindicar a los colegas que empezaron en un pedestal y terminaron en el psiquiátrico? Imposible responder ahora.
Sólo sabemos que, si prospera su conexión con el exquisito Roberto Baggio, los tifosi resolverán de una vez por todas sus achaques nerviosos. El problema es que ahora estarán amenazados por el llamado Mal de Stendhal.
Cuando descubran que una jugada puede componerse de más de dos toques, lo mismo agarran un berrinche florentino, se sofocan y caen al piso como heridos por el rayo.
Por si acaso, Forza, Pep.
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