La razón siempre manda
Andan los periódicos valencianos estos días atareados con un asunto fútil al que se está prestando mucha más atención de la que sería razonable esperar. Me refiero a la banda juvenil de gamberrillos que se dedicaba a quemar contenedores, camiones y hasta casas, y que planificaban sus actividades en Internet. ¡Hombre, no es para tanto! Ya comprendo que ante la magnitud de las noticias bélicas internacionales y de los escándalos económicas nacionales, hacer información local parece una pérdida de tiempo. El mundo a un paso del abismo y usted preocupándose del socavón de su calle. Es verdad, sólo que a lo mejor Nostradamus se equivoca y, en cambio, como pille un esguince, los quince días de baja no hay quien me los quite.
Pero aun así. Últimamente ha habido varios movimientos sísmicos en la zona de Pego, hemos asistido a un debate surrealista sobre el estado de la Comunidad, casi se nos echa encima otra riada, van y vienen todo tipo de dimes y diretes a propósito del señor Morey y, sin embargo, lo único que parece preocupar al personal son las gamberradas que se esconden bajo el lema RSM, la Razón Siempre Manda. Lo curioso es que, a mi modo de ver, la pronta detección del mal no ha venido acompañada de un diagnóstico acertado. Se ha dicho que estos actos son el resultado de la mala educación que los padres modernos dan a sus hijos, de la falta de incentivos vitales que crea la LOGSE, del ambiente hedonista y consumista en el que se mueven los jóvenes. No seré yo quien discrepe de estos síntomas. En efecto, nuestros jóvenes suelen estar muy mal educados, la ESO es un puro disparate y el neoliberalismo económico nos ha convertido en una sociedad enferma. Mas es sabido que a menudo síntomas muy parecidos responden a causas bien distintas y son provocados por enfermedades diferentes. Esto es lo que pasa aquí. Porque gamberrismo juvenil lo ha habido siempre. Siempre se han quemado cosas, siempre se han roto bienes ajenos, siempre se ha agredido a los débiles. Puede que antes más que ahora. La única diferencia es que los medios técnicos eran más primitivos y la magnitud de los daños, naturalmente, menor.
El interés informativo de RSM reside, a mi modo de ver, en que esta noticia disfruta de un plus de legitimidad informativa prestada. Es muy común que lo que se considera noticiable en cada momento histórico responda al paradigma de la actualidad. Hace medio siglo ningún periódico español se habría interesado por unos vertidos incontrolados o por un edificio playero más alto de lo normal.
Hace todavía un cuarto de siglo resultaba impensable un reportaje sobre el colectivo gay de una ciudad. Pues bien, tengo la sospecha de que el asunto RSM ha saltado a los medios de comunicación porque representa nuestra modesta contribución al mundo informativo que estamos viviendo. Veamos. Un grupo de gamberros que planea atentados, primero pequeños y luego grandes, hasta terminar quemando alguna vivienda. Lo que les distingue de todos los gamberros que en el mundo han sido es que esta gente domina la tecnología moderna, se comunican por Internet. Además, también en clara oposición a sus antecesores, estos vándalos dicen tener una justificación ideológica para sus acciones: la razón siempre manda. Finalmente no constituyen un grupo cerrado y cohesionado, sino que presentan una organización reticular, con varios líderes, más de un centro de reunión y un reparto de funciones por el que los componentes de cierta acción desconocen la identidad de los autores de otras. ¿No les suena?
Es verdad que nuestros binladen valencianos de la página de sucesos no llevan barba, no parecen ser religiosos y no están dispuestos a sacrificarse por ninguna causa. Pero el mimetismo informativo los asimila, inevitablemente, a los protagonistas de la primera página. La fascinación que ejercen sobre nosotros es del mismo tipo, aunque, lógicamente, no de la misma intensidad. Nos fascina descubrir cómo nuestro mundo está creando las semillas de su propia destrucción.
Es verdad que hay que reeducar a estos adolescentes. Pero también es verdad que no habrían llegado a ser lo que son sin nuestro concurso. Como Bin Laden, como todos los binladen para quienes su peculiar razón siempre manda.
Ángel López García-Molins es catedrático de Teoría de los Lenguajes de la Universidad de Valencia.
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