Tarde de trazos gruesos
Terminó la feria de San Mateo con una blanda y dócil corrida de Moisés Fraile que deparó una tarde de trazos gruesos donde el toreo como tal estuvo ausente.
Juan José Padilla, que se había ganado el día anterior la sustitución del accidentado Jesulín de Ubrique, puso todo su empeño en agradar a la concurrencia.
Con su primer toro, un animal de tranco débil y de ánimo crepuscular, dibujó una faena rápida y perfilera que gozó de escaso relieve. En el cuarto, otro animal con poco gas y escasa casta, se sobrepuso a su sosería alargando el brazo y recurriendo al estratégico calentón final de rodillazos y desplantes. Antes, los derechazos tuvieron tan poco fuste como emoción. Sin embargo, Padilla pudo dibujar dos naturales y medio en los que corrió la mano con insólita templanza. Sólo duró esa breve tanda, pero se vio a un Padilla sorprendente.
Fraile / Padilla, Abellán, Castaño
Cinco toros de Moisés Fraile, con desiguales hechuras y bien armados, manejables y muy blandos; 3º, inválido, devuelto. 5º, de El PIlar, noble. Sobrero, de Martínez Elizondo, cinqueño. Juan José Padilla: silencio; aviso y oreja. Miguel Abellán: aviso y silencio; aviso y oreja. Javier Castaño: silencio; aviso y saludos. Se cortó la coleta Martín Recio, banderillero de la cuadrilla de Miguel Abellán. Plaza de La Ribera, 26 de septiembre. 6ª y última corrida de feria. Menos de tres cuartos de entrada.
Por su parte, Miguel Abellán vivió una tarde contradictoria. No se acopló con un primer toro de pocas energías pero sumamente noble que agradecía que le presentaran los engaños a distancia. Tampoco se cruzó y el escaso sentido del temple se convirtió en una sucesión de feos tirones que cortaban una y otra vez el ritmo de la faena. En el quinto, un toro de El Pilar de muy serias hechuras, empezó tan firme como quieto y ligó los muletazos sin moverse un ápice. Pero aquello sólo duró dos tandas, en las que se confió e incluso bajó al final la mano. Después, se metió en cercanías y cuando se esperaba una faena importante, la obra se desmoronó. Sólo pudo remontarla al final, gracias al esbozo de arrimón y a su decisión con la espada.
Javier Castaño se encontró con el sobrero y planteó una faena en el filo de la impotencia. Resultó desbordado porque no demostró dominio ni recursos técnicos solventes para sobreponerse a un toro que viajaba con la cabeza a media altura y que apretaba hacia los adentros. En el sexto trató de reconciliarse pero los enganchones y su descolocación lo impidieron. Al final, se metió entre los pitones y ligó tres solitarios muletazos por alto.
Babelia
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