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VISTO / OÍDO
Columna
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Crimen y castigo

Se han comprado India y Pakistán: la supresión de sanciones a esos países va a ayudar mucho a sus habitantes hambrientos a cambio de su colaboración para destruir Afganistán (que ya estaba destruido). Prefiero esas guerras del dinero. Pagaron por Milósevic, y los civiles a quienes habían bombardeado pueden reconstruir lo que les destrozaron. Y hasta comer. Pero la gente afgana -no los talibán sombríos y dañinos- está castigada; víctima de horribles integristas, lo es también de las Naciones Unidas, que le suprimen la comida del Programa de Alimentación Mundial 'por motivos de seguridad'. ¡Serán...! Dice este periódico que cuatrocientas mil personas se quedarán sin alimentos en un mes; y millón y medio, antes de diciembre. Hay otro millón en campos de refugiados dentro del país. Esto no lo podemos considerar como terrorismo sin caer en anatema. Quien deja de dar, no es un terrorista: el propietario da lo suyo a quien quiere. No quiere a Irak, ni a Libia, ni a Cuba -el domingo, Fidel Castro ofrecía toda clase de ayuda a las víctimas: ni caso le van a hacer-, pero quiere a otros. El dólar es suyo, y si unos bombardean Nueva York, se deja sin comer a otros. Y sin tregua a Palestina asesinada.

Machacar a las víctimas para castigar a los culpables es una manera de la nueva justicia, o 'Justicia Infinita'. Ah, las 'palabras de guerra' a que me refería ayer no cesan: se van acumulando: 'Ser pacifista ante la barbarie armada es ser agente de la barbarie armada', dice Albiac (El Mundo, ayer). Resuenan en Abc: se denuncia a quienes 'perteneciendo a la sociedad agredida y defendiendo sus valores, devienen colaboradores objetivos, conscientes o inconscientes, del terror' (Ignacio Sánchez Cámara). El lenguaje de la guerra fría, el mal lenguaje para malas situaciones, que equiparaba a una izquierda amplia y a un pensamiento libre al comunismo específicamente asesino de Stalin; con lo cual aniquiló unos progresos humanistas -perdón, la palabra progreso vuelve a estar arruinada: Franco quitó el nombre a la plaza del Progreso de Madrid y se lo dio, menos mal, a Tirso de Molina: un frailecillo progresista de su tiempo- que, felizmente, volverían al galope en los sesenta. Se puede llegar más cerca: a la nube que cegó a tantos en la campaña vasca. Y hay uno, Sharon, que dice que Arafat es igual que Bin Laden; y otro, tonto a la española, que dice que Bin Laden y Arzalluz son la misma persona. (No tan tontos: van por lo suyo).

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