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Economía y empleo: hacer de la necesidad virtud

Antón Costas

Pocas dudas caben a estas alturas de que la economía ha entrado en crisis. Lo que ahora discuten los economistas es si estamos ante una enfermedad de larga curación (recesión) o ante un enfriamiento (desaceleración). A pesar de que las tres grandes economías del mundo (Japón, EE UU y Europa) están alineadas en una combinación astral recesiva que no se producía desde la II Guerra Mundial, mi opinión es que los tiempos difíciles no durarán. Ésta es una crisis que está más relacionada con la digestión de las expectativas exageradas que muchas empresas e inversores pusieron en la nueva economía y en las privatizaciones, que con el comportamiento de los consumidores. Al menos de momento, a la espera de los posibles efectos psicológicos depresivos de los sucesos terroristas de Nueva York y Washington. Pero en cualquier caso, la economía se encuentra montada en un ciclo largo de crecimiento que dominará sobre los efectos a corto plazo.

¿Qué pasará con el empleo mientras tanto? ¿Optarán las empresas por el despido puro y simple, o buscarán arreglos con sus empleados que, a la vez que permiten disminuir el peso de los costes labores, aseguren la disponibilidad y lealtad de los trabajadores a la espera de que la coyuntura mejore? Los periódicos nos bombardean diariamente con el anuncio de miles de empleados despedidos por las grandes empresas multinacionales. Pero una lectura atenta del comportamiento de alguna de ellas nos permite ver iniciativas novedosas. El gigante alemán Siemens ha anunciado la puesta en marcha este mes de un sistema de despido flexible en su división de móviles (que ha tenido fuertes pérdidas en los últimos meses). Los empleados pueden optar a un periodo sabático de entre 3 y 12 meses cobrando entre un 50% y un 20 % del salario. Otras empresas, como Cisco Systems o Accenture, están introduciendo también esquemas novedosos.

¿Por qué estas empresas se esfuerzan en buscar este tipo de salida o vinculación flexible? Piensan que los malos tiempos no durarán y quieren asegurarse la lealtad y disponibilidad de sus trabajadores. Hay algunos rasgos comunes en las empresas que buscan estos arreglos. Uno es que compiten en productos y mercados donde la rivalidad se establece en la calidad y no en el precio. Esto les lleva a dar gran importancia a la cualificación de sus empleados. Otro rasgo es que se trata de empresas donde los directivos han desarrollado liderazgo para dirigir procesos de cambio e incorporan la ética a las relaciones internas.

El problema en nuestro país es que un buen número de empresas no valoran suficientemente la importancia de la cualificación, la lealtad y la ética empresarial. Probablemente hay dos razones que explican este comportamiento. Una es que las empresas españolas compiten en mercados y productos donde la rivalidad se establece en términos de costes y precios bajos, y no en diferenciación de producto. Otra es que nuestros empresarios se han acostumbrado a resolver los problemas de reconversión empresarial a través del Estado y de la legislación laboral.

El Estado ha sido excesivamente generoso en el uso de los recursos públicos para facilitar los procesos de reconversión en los años ochenta. Y lo ha seguido siendo después, cuando el ajuste de plantillas en las empresas privatizadas se ha hecho con cargo a los fondos públicos. Y por cierto, con la connivencia de los sindicatos. Este intervencionismo público ha tenido consecuencias negativas sobre las capacidades de los directivos para la gestión del cambio. Por una parte, no han tenido incentivos para aprovechar las crisis y cambiar la especialización hacia productos de alto valor añadido y fuerte demanda internacional. Esto hubiese permitido aumentar a la vez la productividad y el empleo. Por otra, ha inhibido las capacidades de liderazgo para implicar a los trabajadores en ese cambio. El premio Nobel de Economía Amartya Sen recordaba hace unos días en Valencia que el éxito de una empresa depende de los valores que compartan un grupo de personas más amplio que el que forman los propietarios y directivos. Abarca a los dirigentes sindicales, los técnicos y los trabajadores. Pero, para utilizar un solo dato, España es entre los países desarrollados el que mayor distancia registra entre las retribuciones de los directivos y las de los empleados.

Hay que aprovechar esta nueva crisis para forzar a los gerentes, a los trabajadores y a los sindicatos a buscar soluciones compartidas al problema del empleo durante la crisis, y para llevar a cabo el necesario cambio de la especialización productiva. Sólo así será posible conciliar la mejora de la productividad con el aumento de la producción y del empleo. Se trata, en definitiva, de saber hacer de la necesidad virtud.

Antón Costas es catedrático de Economía Aplicada y director del departamento de Política Económica y Economía Mundial de la Universidad de Barcelona.

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