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Columna
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Peralta se atasca en Alcoy

Tengo la impresión de que la alcaldía de Alcoy le está resultando a Miguel Peralta bastante más incómoda de lo que él esperaba. Poco tiene que ver lo sucedido hasta ahora con ese fácil mandato que tantas personas le auguraban cuando accedió al cargo. Y eso, en un momento en el que la situación política de la ciudad no puede resultarle más propicia. Peralta está gobernando sin oposición que es, según aseguran, el estado ideal para un gobernante.

La vergonzosa retirada de José Sanus, dejó a los socialistas alcoyanos demediados y expuestos a una lucha intestina a la que no se ve fin. En esas condiciones, poca oposición cabe hacer en política. Peralta y la gente de su partido han alentado con habilidad estas divisiones, que les prometían un futuro confortable. Su éxito, no hace falta decirlo, ha sido absoluto. Incluso el resto de concejales de la izquierda alcoyana parecen hoy infectados por ese clima de desánimo que corroe las mejores voluntades. Pues bien, contra lo que cabría esperar en esta situación, Miguel Peralta se mueve con dificultad, sin acertar en el gobierno de Alcoy. En mi opinión -si es que mi opinión, en estos asuntos, tiene algún valor- al alcalde del Partido Popular le ha fallado el dinero y una falsa apreciación de sus conciudadanos.

Los alcoyanos recibieron a Peralta con enormes expectativas. Durante los años previos a su llegada a la alcaldía, la Generalitat había asfixiado económicamente a la ciudad. Eduardo Zaplana y su gobierno procuraron que a Alcoy no llegara una peseta. Frenaron proyectos, aplazaron decisiones, vaciaron organismos. Incluso la propia Escuela Politécnica se vio afectada por una política que buscaba arrebatar, de cualquier modo, la ciudad al gobierno de los socialistas.

Para quienes estaban acostumbrados a que el dinero fluyera con facilidad desde Valencia, el cambio resultó insoportable. Los alcoyanos se deprimieron y responsabilizaron a Sanus de la situación. No les faltaba razón. Cuando, finalmente, se produjo el relevo en la alcaldía, recibieron a Peralta como a su libertador. Pensaban que de su mano regresaría el dinero a Alcoy, y la ciudad recuperaría su esplendor. Nadie podía suponer, en aquel momento, que poco después la Generalitat se encontraría en bancarrota, y que los grandes proyectos que se esperaban del nuevo alcalde deberían aplazarse. Hoy, cuando los alcoyanos constatan que las promesas de Peralta quedarán incumplidas, se sienten engañados y empiezan a poner mala cara.

Pero, no ha sido la escasez de dinero el único contratiempo al que ha tenido que enfrentarse Miguel Peralta. Su falta de perspicacia respecto a sus conciudadanos, le está resultando fatal. Peralta es un conservador, un hombre de viejas formas, que asimila mal los cambios sociales. Creyó que una oposición dividida, cuando no tentada, le bastaría para dirigir sin sobresaltos la ciudad. No ha sido así, y hoy mira, asombrado y con un punto de irritación, cómo los vecinos plantan cara a sus decisiones y ejercen de oposición municipal. Mientras los contenciosos se le acumulan, el alcalde ha comenzado a denunciar enemigos que le impiden gobernar.

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