Música envolvente
La calidad de la banda de música de la Maestranza es incuestionable, tanto como la acústica de la plaza, y entre ambas convierten un pasodoble en una auténtica delicia para los sentidos. El único problema es que no se trata de un concierto de pasodobles. La música debe acompañar a las grandes faenas para añadir plasticidad y emoción a lo que se dirime en el ruedo. Pero eso, desgraciadamente, ya es historia. Ahora se ha convertido en un antídoto contra el aburrimiento y en una expresión más de la degradación de la fiesta.
Ayer, en el primer novillo, y sin motivo alguno, la banda atacaba con un pasodoble envolvente y majestuoso mientras Corpas, novillero experimentado, serio y frío, toreaba sin emoción a un animal soso. Se notaba más la música que el toreo, y la banda, sonrojada, se calló. Corpas pinchó tres veces y le ovacionaron con fuerza antes de cobrar una estocada. Si llega a dar cinco pinchazos, lo sacan a hombros. Así está esto. La música, sin orden ni concierto, volvió a tocar en el cuarto, un novillo descompuesto con el que Corpas se peleó con más decisión y menos conformismo que en el anterior. Al fin, una actuación aseada, de escaso fuste para la gloria.
Bohórquez / Corpas, Amaya, Valverde
Novillos de Ana María Bohórquez, bien presentados, flojos, mansos y sosos. Francisco Javier Corpas: tres pinchazos y estocada (ovación); dos pinchazos y estocada (ovación). Alejandro Amaya: pinchazo y estocada (ovación); pinchazo y estocada baja (palmas). Javier Valverde: estocada (oreja); media y descabello (palmas). Plaza de la Maestranza, 16 de septiembre. Menos de media entrada.
Alejandro Amaya es un novillero mexicano que viene precedido de fama de artista y está arropado por muchos partidarios. Es ceremonioso, de maneras reposadas, talante tranquilo y detallista. Quiere hacer las cosas bien y torear de acuerdo con la ortodoxia. Se preocupa mucho por su figura, pero no es torero batallador que busque el triunfo con ahínco. Sonó la música, signo inequívoco de aburrimiento, no hubo toreo y sí mucha frialdad, mucha compostura y sólo un pase de pecho largo. Poca faena para tanta ceremonia.
Lo volvió a intentar en el quinto, y cómo sería la cosa que ni siquiera sonó la banda. La misma compostura y la misma frialdad de antes. Muchos medios pases, algunos enganches y poco toreo. Palmas al final de su actuación, porque partidarios y turistas no entienden de objetividad.
Javier Valverde cortó una oreja a su primero a base de aguante y de valor. Su toreo no es exquisito, pero busca el triunfo con una encomiable decisión. Se queda quieto, muy cerca de los pitones, y, aunque tampoco consiguió pases largos y ajustados, se ganó el respeto por su derroche de casta. A pesar de todo, una vez más sin motivo, sonó la música, como era de rigor en la tarde.
Volvió a pelearse con el último, un novillo soso y descompuesto como los demás. La lidia resultó menos vistosa porque el animal, muy parado, se negó a colaborar. Esta vez, la música guardó silencio y el sonrojo no llegó al río.
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