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Columna
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Represalias

El atentado de masas perpetrado en Manhattan plantea analogías con el caso de ETA. Ya lo dijo aquí Alain Touraine: 'El mundo puede transformarse en un gigantesco País Vasco'. Es verdad que hay distancias insalvables, pues el orden de magnitud no admite comparación y, además, los etarras nunca han optado por acciones suicidas. Pero existe la misma voluntad escenográfica, que permite catalogar sus acciones como terrorismo-espectáculo. En lugar de sincronizar los ataques para que los aviones impactasen al unísono, se prefirió escalonarlos para crear expectación. Es lo que hizo ETA con el asesinato de Miguel Ángel Blanco, anunciado con antelación suficiente para congregar en Euskadi a todos los medios audiovisuales. Y lo mismo sucedió el 11-S, pues al atacar primero una de las torres se consiguió que todas las cámaras del planeta enfocaran sus objetivos sobre Manhattan, para que la mayor audiencia de la historia presenciase en directo el impacto del avión sobre la otra torre gemela. Y esto ha creado un masivo movimiento de opinión antiislamista en todo semejante al espíritu de Ermua, sólo que ahora a escala global, y al que cabría bautizar como espíritu de las Torres Gemelas.

El otro paralelo que sugiero se refiere al hecho de que los atentados sean, como sostiene la OTAN, 'ataques armados procedentes del exterior', dada su base extraterritorial oculta en un país vecino y amigo, para el caso etarra, o en un lejano país adversario, en este otro caso. Lo cual dificulta extraordinariamente la acción de la Justicia, necesariamente jurisdiccional. ¿Qué hacer, en tales casos? Durante algún tiempo, los primeros gobiernos democráticos españoles siguieron el (mal) ejemplo israelí, adoptando tácticas de guerra sucia para tomar represalias al otro lado de la frontera. Y como se sabe, los resultados no pudieron ser más contraproducentes, dado su efecto perverso de reproducir y realimentar las bases sociales y culturales de donde emerge y se nutre ETA. Por eso, una vez iniciada la cooperación francesa, los gobiernos españoles renunciaron desde 1987 a una táctica tan criminal como errónea.

Y sería deseable que esta dura lección le fuese transmitida por el presidente Aznar al presidente Bush, a fin de que no cometa los mismos errores que nosotros. Pues la toma de represalias a discreción, por eficaz que a corto plazo parezca ante la opinión pública, resulta a largo plazo de una miopía suicida. Es verdad que no se puede tolerar la impunidad, pero si se quiere hacer justicia, tampoco se debe caer en la venganza, que siempre inicia un perverso ciclo recurrente de acción-reacción, de acuerdo al principio de reciprocidad de Axelrod. Y en este círculo vicioso ha caído ya el presidente Bush, al contagiarse de la guerra santa que le han inoculado los agresores cuando declara: 'Éste es el comienzo de una lucha entre el bien y el mal'. Lo cual significaría retornar a las guerras de religión que ensangrentaron los siglos XVI y XVII.

Y frente a ello hay que retomar la propuesta de Hobbes: inventemos un Leviatán super-estatal, necesariamente creado a partir de la OTAN, ya que la ONU actual, surgida de la guerra fría, está hoy por completo superada y no puede hacer frente a las presentes circunstancias. Y este nuevo Levia-Otan (si se me permite la amarga ocurrencia), surgido de la cooperación internacional, debería establecer un nuevo contrato global (análogo al contrato social que hizo posible el Estado de derecho), fundando un nuevo orden de alcance mundial. Pues sin semejante sanción jurídica, la cooperación internacional propuesta para 'hacer justicia' devendrá mera expedición militar de castigo, tan arbitraria y discrecional como las arcaicas cruzadas antaño emprendidas por la cristiandad.

Se habla de política de seguridad, pero conviene distinguir entre seguridad militar, puramente fáctica, y seguridad civil, que exige consenso democrático en torno a la seguridad jurídica. Pues si se afirma que los atentados se han dirigido contra la Democracia, habrá de recordarse que ésta implica imperio de la ley, Estado (o sistema de Estados) de derecho y respeto escrupuloso a formas, procedimientos y reglas. Si no es así, no habrá seguridad jurídica, sino una siempre precaria seguridad imperial.

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