_
_
_
_
_
Reportaje:

La mujer que ya no hace planes

Alicia Hornos nunca fue muy afortunada y tras el crimen de su hija Rocío se embutió en el color negro

Alicia Hornos tiene un andar lento y cabizbajo, típico de los que arrastran una pena. Su dolor tiene nombre y apellido: Rocío Wanninkhof. Desde que su hija fue asesinada, es la sombra de lo que algún día fue; una mujer guapa y moderadamente feliz.

Nacida en Arroyo del Ojanco (Jaén), el 2 de diciembre de 1950, Alicia nunca fue demasiado afortunada. De jovencita tenía que alternar la recogida de la aceituna en el campo de su padre con el trabajo como gobernanta en un hotel de Ibiza durante el verano. Hasta allí se trasladaba con su madre y su hermana Josefina para completar un salario que siempre se antojaba escaso para una familia numerosa como la suya. Era la época en que aún se llamaba Hilaria, su verdadero nombre. Después, por coqueterías de adolescente, decidió cambiar por otro más moderno.

Entonces no tenía la mirada triste, como ahora. Era joven y estaba enamorada. En el hotel al que iba a trabajar cada verano había conocido a un holandés, Guillermo Wanninkhof, con el que se casó poco después de cumplir los 24 años. Cuando a su marido le ofrecieron un empleo en un hotel de Torremolinos, la pareja no se lo pensó y se instaló en la Costa del Sol. Pronto nacieron Guillermo, Rosa y Rocío. Pero el matrimonio no duró mucho. Aunque en los papeles la unión se prolongó algo más, en realidad la convivencia sólo fue de ocho años.

Paradojas de la vida: fue a través de su marido que intimó con Dolores Vázquez. Ahora ésta se sienta en el banquillo, acusada de la muerte de su hija. Después, cuando el matrimonio Wanninkhof-Hornos hacía aguas, la casa de Loli se convirtió para ella en un refugio. En el juicio, Alicia declaró que fue el temor a una agresión de su marido lo que la empujó a ir con frecuencia a aquella vivienda, a la que acabó mudándose con sus tres hijos.

La relación que surgió fue algo más que una amistad. 'A mí las mujeres no me gustan, no sé lo que pasó con ella. La veía y me daba algo en el estómago', confiesa con un gesto dulce, triste y no exento de culpa. Desde 1982 hasta 1988 la armonía fue perfecta. Alicia alternó trabajos de camarera de piso en hoteles de la costa con el desempleo, un puesto de pescado y la crianza de los hijos.

Dominación

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

No eran malos tiempos. Sin saber leer ni escribir, confiaba la educación de los críos a Dolores y la dejaba hacer. Al menos por lo que atestiguó ante el jurado, la acusada mantuvo con ella una relación más de dominación que de afecto. 'Loli no quiere a nadie, nada más que a sí misma', dijo en el juicio y sonó más a reproche que a descripción psicológica de quien se sienta en el banquillo.

En 1988, Alicia vendió la casa en la que había vivido con su ya ex marido, Dolores hizo lo mismo con la suya y compraron El Retiro, un coqueto chalet en la Cala de Mijas. La propiedad de este inmueble no está clara. Según la acusada, es suyo. Alicia no figura en las escrituras, pero dice que aportó casi la mitad de lo que entonces costaba la vivienda. Estas cuestiones materiales fueron incluso motivo de desavenencias entre ambas.

La felicidad en la nueva casa no duró mucho. Aún así, la familia convivió allí más de cinco años. Cuando los niños se hicieron mayores y las relaciones se volvieron insostenibles, Alicia decidió marcharse. Alquiló una vivienda no muy lejos de allí para que sus hijos estuvieran cerca de los amigos y se mudaron. Empezó clases de adultos, se puso a echar horas como limpiadora, y un tiempo después rehizo su vida con un hombre. Con los niños ya adolescentes, podían irse cada dos por tres a bailar a una discoteca de Fuengirola. 'Nada de pasodobles, música moderna', aclara con un atisbo de picardía en los ojos.

Pero la buena racha volvió a quebrarse. El 9 de octubre de 1999 su hija Rocío desapareció. Veinticuatro días más tarde perdió las esperanzas de encontrarla con vida. Había aparecido su cadáver. Profundamente creyente, Alicia Hornos llegó a reprocharle a Dios el haberle arrancado a su hija. Entonces su aspecto se volvió más frágil. Su pelo, que años atrás llevaba con moldeadores para estar más atractiva, quedó reducido a una simple coleta. Se embutió en color negro y volvió a su pueblo natal, donde enterró a su hija.

El 7 de septiembre de 2000, su ex pareja fue detenida como supuesta autora de la muerte de la joven. Fue en El Retiro, el techo que cobijó a la familia Vázquez Hornos, como una vez escribió Rocío en su diario. Muchos golpes y todos juntos. Tal vez por eso ella dice que ya no hace planes. 'Es que todo lo que planeo me sale mal...', justifica con pesimismo.

Dos años después de aquel fatídico sábado de septiembre, Hilaria/Alicia reparte el tiempo entre cuidar a su padre, muy enfermo; lidiar para que se esclarezca la muerte de su hija y cumplir el rito de llevarle flores a su tumba. Vive de recuerdos y los suyos no son muy dulces. Pudo cambiarse el nombre, pero no pudo variar su destino.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_